La Virgen María en sus mensajes que nos dirige con ocasión de las Navidades, nos habla y nos llama a la paz: “Queridos hijos, también hoy les traigo en brazos al Niño Jesús, Rey de la Paz, para que los bendiga con su paz. Los invito a que sean mis portadores de paz en este mundo sin paz. Les traigo a Jesús, Rey de la Paz, para que les done su paz. Pongan al pequeño Jesús recién nacido en el primer lugar en su vida. Hijitos, les doy de manera especial la bendición del Niño Jesús. Que El los llene de su paz.”
La Navidad es la manifestación más grande el amor de Dios. “Se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres.” (Tit 3,4). Es el rocío que en la Navidad cayó del cielo, la ternura que llovió desde lo alto.
El evangelista Lucas comunica como al ángel se unió una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres en quienes El se complace!” (Lc 2,14). Con este canto, los ángeles manifestaban el sentido de lo que había sucedido, declaraban que el nacimiento del Niño glorifica a Dios y trae paz a los hombres. La paz, según el significado bíblico, representa la totalidad de todos los bienes, especialmente el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo. La expresión bíblica de la paz es muy parecida a la expresión “gracia”. La paz que Dios da significa mucho más que la ausencia o la remoción de las guerras o de los conflictos humanos. Significa restablecer una relación filial y pacífica con Dios, es decir, en una palabra, la salvación. Justificados por medio de la fe – dice el Apóstol, estamos en paz con Dios. En ese sentido, la paz se identifica con la persona misma de Cristo. “Porque El mismo es nuestra paz” (Ef 2,14).
Tal como el primer día de las apariciones, cuando la Virgen Maria vino por primera vez y se apareció con el Niño Jesús en brazos, así también hoy viene y nos trae y nos da a Jesús. Las palabras de la Virgen y su presencia no son ruidosas ni son inusuales o insólitas. Su presencia aquí con nosotros y entre nosotros está escondida en la simplicidad de las palabras humanas y de la sencillez. Dios acude a nosotros en la simplicidad y en la sencillez de un niño. Jesús se queda con nosotros, vestido y escondido en la simplicidad del pan eucarístico. Precisamente detrás de esa simplicidad se esconde la omnipotencia del amor de Dios y de su cercanía. Esa grandeza y omnipotencia es capaz de crear una nueva vida y transformar el corazón humano. Las palabras de la Virgen no son nada nuevo ni desconocido, sino una rememoración de la sabiduría y de la verdad de las palabras de Dios.
La Virgen María, está llena de gracia y de Dios. Ella se vació completamente para que en Ella, Dios pudiera morar completamente. Ella está completamente en Dios. Por eso nos habla: “Adoren a Mi Hijo en sus corazones, elíjanlo, nadie les puede dar la paz como El, tendrán la alegría en El.” Que eso suceda también en nuestras vidas no solamente esta Navidad, sino cada día.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.12.2006