Como dijo el Papa Pío XI: “Como todas las madres experimentan un sentimiento agradable cuando ven que el rostro de su hijo refleja alguna característica de sus rostros, así en María, Madre nuestra, su mayor deseo y alegría es mirar los rasgos y virtudes de su alma en los pensamientos, palabras y obras de aquellos que Ella recibió como sus hijos al pie de la cruz de Su Unigénito.”
Al mirar a María también nosotros nos sentimos alentados por la esperanza de que llegaremos al lugar en que Ella se encuentra. Ella es nuestro orgullo, es la que ha llegado más alto. Por eso debemos invocar a María. Nuestra devoción hacia María es justificada. Eso es lo que Dios desea, Jesús alienta y la Iglesia fielmente persevera y defiende. No tengas miedo de tomar a María de la mano. También José tuvo miedo pero en el sueño se le apareció el ángel y le advirtió: “José, descendiente de David, no tengas miedo de llevarte a María, tu esposa, a tu casa; si bien está esperando por obra del Espíritu Santo.” (Mt 1,20) No tengas miedo de tomar a María como madre, intercesora, abogada y amiga, porque lo que sucede en la Iglesia y en Medjugorje a través de Ella proviene del Espíritu Santo. Aprendemos de Ella a orar, aprendemos de Ella cómo liberarnos de las dudas, los complejos, las dependencias, los pecados, las debilidades, y del cristianismo superficial que comienza y termina en la Santa Misa dominical. Quien ama a Jesús, amará a María. Quien se dirija a María será llevado a Jesús, porque María ha recibido un carisma especial: llevarnos a Jesús. Sin Jesús, María sería una mujer común y débil en el mundo. En El y por El, Ella es la Reina del mundo y la Reina de la Paz.
Hoy también presenta ante nuestros ojos el hecho de que nos encontramos en un tiempo de gracia, un tiempo en que Dios nos favorece. Dios está de nuestra parte, y la Virgen nos dice que también nosotros seamos favorables a El y que nos acerquemos con nuestra oración personal, con un Sí personal, caminando personalmente al encuentro de El.
“Aprovechen el tiempo de descanso”, nos dice la Madre María. Todos deseamos descansar, todos tenemos derecho a nuestro descanso. Queremos salir de nuestras ocupaciones, obligaciones y cargas cotidianas. Quizás nosotros lo hacemos pero regresamos cada vez más cansados y agobiados. El cuerpo no puede descansar si el alma está agobiada, si la conciencia está sucia y aplastada por el pecado, si vivimos enojados con el prójimo, si cargamos pesos de falta de perdón y de odio, si vivimos sin reconciliarnos con nosotros, con Dios y con los demás. El cuerpo en ese caso se contrae, la presión sanguínea aumenta, el nerviosismo y la angustia se introducen en el subconsciente y no nos dan paz ni descanso.
“Sólo en Dios está la paz, alma mía, sólo en El mi esperanza y salvación”, canta el salmista. El descanso más hermoso está en Dios, porque al fin y al cabo Dios mismo es el descanso del alma y del cuerpo. Para llegar a Dios hay que abrirse camino, llegar y tomar conciencia. Por eso la Virgen nos llama: encuentren la paz en la naturaleza. La naturaleza es el libro de Dios escrito por Su mano. Sepamos admirar sus obras, no cejemos de asombrarnos de las bellezas que están al alcance de nuestra mano. Reconozcamos a Dios tanto en la sonrisa de un niño como en el vuelo de un pájaro, en el murmullo del mar, en la cima de una montaña. Todo eso nos habla de El.
La naturaleza no es obra humana, por eso el hombre debe investigarla, examinarla y admirarla. Cuando dejamos de admirarla, dejamos de vivir. Cuando le decimos a alguien, te conozco, en ese instante dejamos de investigar, admirar y amar al hombre. Lo hemos eliminado en nosotros pero también nosotros nos hemos mutilado. El hombre y la naturaleza son inagotables tal como Dios es inagotable en la riqueza de su paz y amor.
Escuchemos la voz de la Virgen en nosotros. Que nuestros ojos se abran a las obras maravillosas de Dios a fin de que nuestra alma y nuestro cuerpo puedan descansar.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje 26.07.2001