La Bienaventurada Virgen María, la Reina de la Paz, se dirige a nosotros: “Queridos hijos, también hoy…” También hoy como durante todos estos años y Navidades, la Madre María viene a nosotros con su Hijo Jesús, el Rey de la Paz, en brazos. También hoy, como el primer día de las apariciones cuando los videntes, en ese entonces niños, la vieron por primera vez en el monte Crnica, cuando Nuestra Señora, la Madre del Cielo, vino con el Niño Jesús en brazos. Como si hubiera querido decir: les traigo a Jesús y los llevo a Jesús. ¿Qué más podemos necesitar? Por eso debemos buscar y aspirar a lo más elevado, porque Dios no desea darnos poco sino todo, no cualquier vida sino la vida con El. Y esa vida comienza ya desde aquí.
Nadie pudo ni siquiera sospechar que tantos corazones a través de todos estos años experimentarían su encuentro con Dios en este lugar, su nuevo nacimiento y renovación. Así fue entonces, así es ahora. Asimismo no podemos medir ni imaginar la fuerza y la profundidad del amor y de la paciencia de Dios con respecto al hombre. Dios tiene paciencia con el hombre y espera que él finalmente crea que desea donarle nada menos que El mismo. Por eso en Navidad, es importante para nosotros esperar no algo sino a alguien. Y la Virgen María no nos trae aquí algo. La paz no es algo sino alguien. El es una persona que tiene su nombre, es el Rey de la Paz – Jesucristo, el recién nacido. No nos contentemos con la mediocridad, la tibieza, la tradición y las costumbres que acompañan la Navidad, sino que anhelemos lo que es en esencia la Navidad. Cuando lo sepamos, entonces todo tendrá sentido. Tendrá sentido el hábito de gala, la comida y la bebida, y todos los adornos que acompañan la Navidad. Como lo dice un refrán: “Para qué sirve ser veloces en la vida, si no se tiene un objetivo.” Así sucede con nuestra fe. Para qué nos sirven todas las costumbres religiosas exteriores si no sabemos en qué se funda todo eso y cuál es la esencia y el sentido de todo eso.
La Navidad es el día de Jesús y el nuestro. El creó esa festividad, solemnidad, para nosotros. El – el Rey de la Paz – no vino a vivir únicamente con nosotros sino también a morir por nosotros a fin de quedarse para siempre con nosotros, de llegar a ser Emmanuel – Dios con nosotros. Dios lo hizo por nosotros y por nuestra salvación.
Solamente los pequeños y humildes descubren a Dios. Cuántos pequeños y humildes descubrieron a Jesús por María y su cercanía aquí entre nosotros. Unicamente los humildes se dan cuenta de que el corazón de un niño ve más que el corazón de un adulto. Pero también los adultos pueden tener el corazón de un niño. Los humildes, es decir la gente con corazón de niño, ven que entre nosotros sucedió algo inconcebible para nuestra mente humana, algo grandioso. También esta Navidad, Jesús nos viene a decir que nuestras culpas han sido redimidas, que Dios no tiene nada en contra de nosotros, nos ha venido a rescatar de las tinieblas, de la inquietud y del extravío. Entró también en nuestras tumbas para llevarnos a la vida. Entró en nuestros odios para llevarnos al amor. Jesucristo es en verdad la Navidad. Dios descendió a nuestra tierra, concebido por el Espíritu Santo en el seno de la Bienaventurada Virgen María. El viene a nosotros hoy en día a través de María.
Al observar a cada niño y también al Niño Jesús en el pesebre, nos parece delicado, débil e inverosímil. Como su Iglesia, débil, demasiado humana, falible e impotente. Pero, bajo esa apariencia exterior se esconde la fuerza invencible del Cielo que desea cobrar vida en cada uno de nosotros si permitimos que se nos acerque. María, la Reina de la Paz, nos dice por enésima vez: estoy con ustedes y los amo a todos. A todos nos ama, nos parezca correcto o no, nos ama, lo aceptemos o no. Si lo aceptamos será para nosotros nuestra salvación y una nueva vida, para nosotros y nuestro prójimo. Roguemos al Señor para que eso suceda.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.12.2003