Un corazón agradecido es una gracia recibida
La Virgen Santísima, en su escuela de santidad nos ayuda y enseña a reconocer una auténtica espiritualidad para evitar errores y equivocaciones en el orden espiritual, pero también en la dimensión temporal.
En este sentido el Mensaje de nuestra Madre se inicia con dos perspectivas fundamentales, respecto de la virtud de la gratitud.
La gratitud no solo responde al reconocimiento de un don que viene de la benignidad de una voluntad generosa y compasiva: “también hoy doy gracias al Todopoderoso…”
…sino que también expresa, la gratitud, el “haber reconocido”, con conocimiento interior, la bondad y compasión de quien dona y regala: “guiarlos hacia el Dios del amor y de la paz.”
La gratitud como parte de la virtud de la Justicia, es el reconocimiento gratuito de un don recibido, es una gracia divina que acontece y experimenta el ser humano en lo más íntimo de su ser, que lo dispone a dar una respuesta con un insondable agradecimiento. «Un corazón agradecido es una gracia recibida. Porque el agradecimiento brota de la experiencia de ser agraciado.
La iniciativa es siempre de Dios y su gracia. Esa iniciativa siempre desborda y deja sin palabra, y la respuesta adecuada, es también una “gracia.”
Los elementos determinantes de la gratitud son:
La gratuidad: es un don, no es por mérito, no hay cómo alcanzarlo por las propias fuerzas. Lo que nosotros hacemos de virtuoso y bueno, que merezca el cielo, es porque lo hace Cristo en nosotros y con nosotros, por medio de la moción del Espíritu Santo.
Lo que nosotros hacemos de bueno, pero que no merece el cielo (en pecado o un ateo), lo puede hacer porque Dios, en su Providencia le dio la potencialidad (cualidades adquiridas o heredadas), y la posibilidad (la circunstancia que favorece en su designio divino: el sol, la lluvia, la tierra fértil, etc.).
La humildad: reconoce la evidencia de la propia fragilidad o nada, la incapacidad, ante la omnipotencia y generosidad de Dios. Solo se aprende con y en María Santísima.
La sorpresa: no se espera, ni se deduce como merecido, se sabe que es solo don y regalo. Por lo que cautiva el corazón. María de Betania ante la presencia del Señor en su «morada».
La contemplación: Lleva el alma al amor. Amar al amor. Queriendo dejar lo que le ofende, aceptando las cruces de la vida o buscando la Cruz…
Es la gratitud de quien se sabe inundado de gozo por el don de una voluntad que es providente en lo temporal, y gratitud para con quien, con su misericordia y compasión, inunda el corazón del amor de quien recibe ese regalo y don.
Solo un corazón puro, inundado de virtud y gracia puede ver más allá de las apariencias e impresiones (porque generalmente están heridas y enceguecidas), reconociendo en cada don, en lo temporal y en lo eterno, el amor providente y misericordioso de Dios, atribuyendo a Él la gloria y expresándole la reverencia merecida.
Se trata entonces de que el don y regalo se transforman en un medio a través del cual se produce una comunión, un conocimiento recíproco, una comunicación desde el corazón.
La Gospa nos enseña a reconocer la mano divina, del Padre que en el Hijo nos toca, para redimirnos y sanarnos, y del Espíritu Santo que nos impulsa y eleva al diálogo con el Creador, Redentor y Santificador.
Todo es gracia, dice la sentencia. La gracia es el don de la presencia y permanencia celestial, que nos toca como las manos de Cristo tocaron los ojos del ciego de nacimiento, la boca del mudo, o la piel del leproso.
Cuando la Reina de la Paz nos insiste en algunos mensajes, como el del mes anterior, de que este tiempo es “tiempo de gracia”, nos está previniendo de todo intento de apropiarnos del mérito, por un don que solo proviene de la compasión y misericordia del Señor, …nada de vanagloria o suficiencia, solo gratitud, humildad y confianza, no en nosotros, sino en la misericordia del Señor.
El camino de la gracia, que es la ruta segura por donde nos llevan los sacramentos, la oración, la palabra y la penitencia, son las instancias donde nos sumergimos, en el oceano de amor del Corazón de Cristo, donde encontramos vida y vida en abundancia, y tal abundancia y vida plenifican en el amor y en la paz.
La unión con Dios es la condición para que podamos encontrar el propósito de la vida, para que tengamos gozo y finalmente la vida eterna. Sin Dios, que es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra luz, por supuesto que no hay futuro. El hecho de que mucha gente viva sin Dios se traduce en un espacio para el temor y las idolatrías. Y es que en la desesperación del corazón, se llega a la mentira y a la corrupción, de presentar el mal bajo la apariencia de bien, perdiendo el auténtico sentido, sumergiéndose en la oscuridad, sin el resplandor de la luz, sin libertad interior, sin la contención de la gracia y la virtud.
Pero una ideología, que es fruto del pecado de la soberbia, como es mentira y pecado, no tienen la fuerza del cielo, la trascendencia de la eternidad de Dios, la plenitud de la verdad en la Palabra, la omnipotencia de la misericordia de su Divino Corazón.
Todo se pasa, decía Santa Teresa de Ávila, incluso las ideologías, Dios no se muda, su amor permanece y no tiene límites, su lealtad no es cambiante ni condicionante, es constante, bondadosa y cautivante, porque se difunde y conquista con el fuego del amor, con la dulzura liberadora del perdón y la redención.
En la soberbia, se busca garantizar una estabilidad permanente y segura, pero no sobre roca estable y sólida, pues se prescinde de Dios; por eso, decidirse por Dios, es decidirse por una vida de oración, en la que un corazón aprende en los brazos de la Reina de la Paz a permanecer en el Señor, que es el Alfa y la Omega, en la estabilidad de la eternidad del cielo, de la Infinitud de su Amor, en esplendor sin límites de su misericordia, que se desborda cada día sobre las almas que lo esperan en los sacramentos, la oración y la caridad fraterna, como la creación espera el resplandor de la luz cada mañana.
Mucha gente ha encontrado el amor, la paz y el sentido de la vida a través de la Reina de la Paz. Mucha gente ha abandonado el pecado y ha encontrado el camino verdadero, para un hoy y un futuro abierto al Corazón del Señor, de donde viene el verdadero gozo de Dios.
Buscando al Señor solo por amor, buscando su Reino, no solo la añadidura, les hace vivir un cielo, una eternidad en la tierra, pues ya viven en el amor auténtico, la paz duradera, la vida plena y la luz del cielo en la tierra.
Oremos con Fray Slavko Barbaric:
“Dios, Padre nuestro, Te damos gracias por hablarnos en este tiempo a través de María. Te pedimos el don del ayuno y la renuncia y que nos liberes de todo lo que nos impide estar cerca de Jesús, Tu Hijo, el Emmanuel. Libéranos de toda soberbia y egoísmo y de cualquier miedo o desconfianza. Danos un profundo anhelo por Su cercanía y a través de El, por la cercanía a Ti, oh Padre. Danos el espíritu de oración y a través de Tu Espíritu revélanos Tu voluntad para nosotros. Ayúdanos a vencer nuestra propia voluntad y que nunca más Tu voluntad nos distancie de Ti. Danos la fortaleza para que, a través de nuestra vida, lleguemos a ser apóstoles del amor. Perdónanos por todo lo que no es amor en nosotros. Te pedimos a nombre de todos los bautizados y de todos los que se llaman cristianos que podamos decidirnos por el amor y la paz. Te rogamos que nuestros corazones se abran a la resurrección que Tú, oh Jesús, nos ofreces por medio de Tu Resurrección. María, contigo le pedimos al Señor que nos bendiga a todos, a todos los peregrinos y al mundo entero, a fin de que este año del Espíritu Santo seamos iluminados y que por Tu intercesión encontremos el camino al Señor. Por Cristo Nuestro Señor, ¡una feliz Pascua de Resurrección! Amén.”
(Fray Slavko Barbaric, Medjugorje, Marzo 27 de 1998)