Mi vocación nace del Corazón de la Reina de la Paz. He ingresado en este Monasterio de la Visitación de Santa María, el 29 de agosto de 1988. Traía en mis manos un libro sobre las apariciones de la bendita Virgen en Medjugorje.

Sentí por primera vez la vocación a los 12 años, y pedí permiso para ingresar en la Congregación de las Hnas de los Sagrados Corazones, de quienes había recibido las primeras instrucciones de catequesis, y quienes me prepararon para la Primera Comunión, pero por la resistencia familiar no pude realizar mi deseo. Por primera vez asistí a una consagración religiosa, a los 11 años cuando hacía los Votos Perpetuos precisamente mi catequista de Primera Comunión, aunque aún no sentía el llamado, me había impresionado el acto que hizo la Hermana. Me parecía algo tan grande que no podía ser para mí.

Me encantaba asistir a las catequesis, no quería faltar de ninguna manera a las clases religiosas. Al año siguiente de mi Primera Comunión tuve una catequista muy dinámica de la misma Congregación de los Sagrados Corazones. En una de las clases, una compañerita la invitó creo que para una fiesta, y ella le dijo: “No puedo ir porque me estoy preparando para ser religiosa”. Estas palabras  me entraron hondo en el corazón,  y yo dije: “yo también quiero ser religiosa”.

Años más tarde vi a mi catequista en mi colegio, y me llamó la atención con pesar porqué no se hizo religiosa y sus actitudes ya eran distintas, nada de religiosa. Yo continuaba mi vida normal, estudio, trabajo, vida de familia, etc. y dejé de pensar también en la vocación, más bien me preparaba para otros caminos. Sin embargo, sentía la necesidad de  estar con Dios, de orar. Asistía a los grupos juveniles en mi parroquia y, más tarde, al Grupo de oración de la Renovación Carismática. Allí me decían siempre las señoras que oraban por mí, que Dios quería algo de mí. Entonces comencé a buscar qué quería Dios de mí. Iba a la librería católica a buscar libros buenos para leer. Leí la vida de Santa Catalina de Siena, y quería ser como ella, procuraba hacer las penitencias que ella hacía a escondidas porque no tenía quien me orientara, y tampoco sabía buscar un director. Leí también sobre las apariciones de la Virgen en Fátima, y me tocaron hondo el testimonio de entrega y santidad de los niños de Portugal. Fue cuando sentí de nuevo la vocación que se hacía sentir más  fuerte.

La Madre bendita, me acompañaba, me  daba cuenta, y yo la buscaba a Ella, o mejor dicho, Ella me buscaba a mí. Un día estaba viendo las noticias por televisión, escuché por primera vez sobre las apariciones en Medjugorje y me dio tal impresión que me pareció estar cerca de los videntes. Esto ocurrió hacia el año 1987. Volví a la librería, y allí encontré un libro que testificaba con veracidad lo que había visto en las noticias. Amaba mi librito y lo tenía siempre conmigo. Con ansia oraba a la Madre bendita, y le pedía que me ayudase a descubrir mi camino. Una noche así dormí orando y la vi en sueños: estaba vestida de blanco, no me habló, tan sólo me sonrió y me hizo señas de irme hacia Ella. Me di cuenta que me llamaba. En su corazón ya estaba mi vocación. Este sueño lo he guardado siempre en mi recuerdo.

Comencé a buscar dónde estaba mi lugar, hasta que me invitaron para un retiro vocacional, lo cual me ayudó definitivamente. Sólo que no entendía de clases de vocación, porque yo tan sólo quería consagrarme a Dios y opté por una congregación de vida apostólica. Cuando fui a despedirme de una señora, amiga de mi familia y carismática, me miró fijamente y me dijo: “tú te estás yendo al lugar equivocado, porque Dios no te quiere allí donde te vas”. Yo le dije: “¿y dónde me quiere Dios?”, “no lo sé, pero te llevaré junto a una religiosa que te ayudará a discernir tu verdadero lugar”.

Esta buena señora me llevó junto a la dicha religiosa (Sor Graciela Estigarribia, alma santa) en su convento de clausura. Cuando entré, sentí otra impresión diferente que nunca había sentido en otra parte: una sensación de presencia divina diferente, a la vez que sentía mucho miedo. No quise entrar en el locutorio, le dije a la señora que entrara ella primero, que yo me iba a orar en la Capilla. Cuando entré en la Capilla dije dentro de mí estas palabras: “Aquí es donde quiero entrar y nunca más quiero salir”, al punto que dije estas palabras me tapé la boca y me dije: “¿pero qué es lo que estoy diciendo? No sé por qué estoy pensando estas cosas”.

Entré luego al locutorio con timidez, pero  me pasó enseguida, por la dulzura y la amabilidad de Sor Graciela, la Madre Superiora y la Maestra que vinieron a saludar. Cuando Sor Graciela me apretó las manos me dijo: “tú tienes un llamado de Dios, y un día ocuparás mi lugar”. Claro que no entendí nada. Más tarde sí comprendería todo.

Así comencé a frecuentar el Monasterio de la Visitación, cuya orden está dedicada a la Santísima Virgen María. Al poco tiempo ingresaba contenta, con mi libro de la Reina de la Paz en la mano, porque sabía que ella me traía a Su casa.

Estando aquí dentro, oía siempre leer los mensajes de la Reina de la Paz, pero me daba cuenta que las hermanas no le daban gran importancia, pues como eran recientes, no había seguridad de las apariciones. Estos mensajes los mandaba siempre un santo sacerdote, de santa memoria, que era ferviente hijo de María, y ardiente propagador de los mensajes de la Reina de la Paz. Luego que falleció, nunca más se leyeron los mensajes, y yo también los dejé de lado. Me dediqué a mi formación, aunque muy flojamente, parecía que había perdido el primer fervor de la vocación. Hasta que llegué a entrar en gran estado de desolación y esto me hacía sentir  disgusto  por  todo.  Sin  embargo, no dejaba de orar a la Madre.

Como ese santo sacerdote tenía muchos materiales de apostolado, nos quedamos con varios videos de santos y apariciones de la Virgen. Como me sentía así, lejos de Dios, un día pedí permiso a mi Superiora para ver un video, y comencé a ver el de las apariciones en Medjugorje. No sé decir con palabras lo que sentí cuando vi en grande la hermosa imagen de la Reina de la Paz que miraba de frente, parecía  que  me  miraba  solamente  a mí, y me tocaba el corazón. Con la fuerza del amor materno de la Virgen comencé a buscar una verdadera conversión. Aumentaba mis oraciones, hasta el grito del corazón. Puedo decir que con esta fuerte experiencia que pasé, sentí mi segundo llamado. Mi vocación siempre ha estado en su corazón, y Ella me ha vuelto a dar lo que me pareció ya se perdía en la terrible desolación, que más que eso era un estado de  purificación.

Tanto amor me entró hacia la Reina Santísima, que quería estar con Ella, y como no podía por mi clausura ir hasta Ella, tuve que pedirle a Ella que viniera. Y así orando día y noche le pedí que me diera un grupo de oración que viviese bajo su espiritualidad, y Ella me lo concedió. Feliz me siento por tener mi grupito de oración y, por sobre todo, por tener a esta gran Señora como Madre y Reina nuestra de la Paz.

Hace 25 años que llevo de religiosa, siempre entregando en sus manos mi perseverancia y mi camino de santidad. Tratando también de ayudar a mis queridos jóvenes a encontrarse con su Dios a través de nuestra Madre bendita dentro de lo que la obediencia me lo permita, pues no puedo mucho estar con ellos por mi estado de clausura.

Agradezco a la Virgen Santa su gran trabajo por la salvación de cada uno de sus hijos. Pido a Dios aumente cada vez más las vocaciones santas para servirle a él en su Iglesia. Seguiré orando por todos los que trabajan  en la causa de la Reina de la Paz, que surjan más grupos de oración que ayuden a los pobres hermanos alejados de Dios a encontrar la conversión que Ella tanto desea. Dios Bendiga abundantemente a todos los que se esfuerzan por vivir y difundir sus mensajes. Así sea.

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