“¡Queridos hijos! Con amor materno les ruego…”
Al igual que en cada Aparición, nuestra Mamá del cielo se dirige a nosotros con gran ternura; nos trata con delicadeza y respeto. De este modo -con su ejemplo- ella nos enseña una vez más cómo debemos tratarnos entre nosotros los unos a los otros.
“Entréguenme sus manos juntas, entréguenme sus corazones purificados en la confesión, y yo los guiaré hacia mi Hijo…”
Ella no nos obliga a entregarle nada; simplemente nos pide con gran amabilidad Y delicadeza, que especialmente en este tiempo de cuaresma, le entreguemos nuestras manos en oración y en servicio a los hermanos y también nuestros corazones, para que sean purificados por el Espíritu Santo, a través del sacramento de la reconciliación, el arrepentimiento y la conversión continua. De este modo Ella podrá guiarnos para tener un mayor encuentro de intimidad con su hijo Jesús, quien quieres ganar las heridas de nuestros corazones y bendecirnos abundantemente.
“Porque, hijos míos, sólo mi Hijo, con Su luz, puede iluminar las tinieblas, sólo Él, con Su Palabra, puede eliminar el sufrimiento…”
Nos guste o no, en todos nosotros hay áreas de luz y también de oscuridad; en todos nosotros hay cruces y sufrimientos. Pero el Hijo de Dios tiene el poder -si se lo permitimos- de entrar en esas habitaciones profundas del alma y eliminar las tinieblas que allí se agazapan, y que están ahogando en nosotros la serenidad y la alegría. Sólo Él con su Palabra puede iluminar y dar sentido a nuestro sufrimiento, para que las aflicciones de la vida no nos vuelvan personas tristes y amargadas.
Por eso, no tengan miedo de caminar conmigo, porque yo los conduzco hacia mi Hijo, hacia la salvación. Les doy las gracias”.
Todos nosotros en algunos momentos de la vida, atravesamos situaciones que despiertan en nosotros el temor y el miedo. Sin embargo, María nos anima a no tener miedo. Ella con sus palabras se hace eco de los sentimientos del corazón de su Hijo, quien en varias ocasiones en los evangelios nos dice que no tengamos miedo.
“No temas, solamente ten fe” (Marcos 5:36), son las palabras que Jesús le dice al jefe de la sinagoga: Jairo, y a través de las cuales lo anima a expulsar el miedo que ha hecho nido en su mente y en su corazón, y lo alienta a llenarse de confianza en el amor y en el poder de Dios para sanar a su hija, e incluso resucitarla.
El miedo puede ser como nuestra propia sombra, la cual nos sigue a todas partes. Forma parte de nuestra naturaleza humana, y está tan enraizado en nosotros que en ocasiones hasta se nos hace difícil llegar a identificar esa oscura sombra que se agazapa en forma de pensamientos sombríos, y que nos sigue de manera inexorable e incesante, robándonos la serenidad y la paz interior.
Como seres humanos que somos, las limitaciones y fragilidades forman parte de nuestra vida, y por lo tanto nos llevan a comprender que no podemos construir una vida en plenitud independientemente de Dios y de sus mandamientos; pero a su vez nos recuerda como los seres humanos nos necesitamos los unos a los otros, y como es necesario desarrollar el respeto y la valoración mutua.
En definitiva, todo temor o miedo nos habla de aquello que no podemos controlar, cambiar o manejar, pues son acontecimientos o situaciones que podrían estar mucho más allá de nuestro entendimiento y de las propias fuerzas.
Pero lo más hermoso es que, cuando caminamos de la mano de María y nos dejamos conducir por Ella podemos ir cambiando desde adentro hacia afuera, y así podemos llegar a tener un encuentro cada vez más profundo con Jesús, quién sana en nosotros el origen de esos temores y miedos que atenazan nuestro corazón. Por lo tanto, vivamos esta cuaresma meditando este mensaje que nos da la Reina de la Paz, y abriéndonos a la acción transformadora del Espíritu Santo.
Le pido a nuestro buen Dios que te bendiga abundantemente y me encomiendo a tus oraciones.
Padre Gustavo