Federico Rizzi pasó en su carrera futbolística por equipos como la Salernitana, el Taranto, el Cremonese, el Montova o la Triestina.
“Me encerré en el baño y lloré. Dejar el fútbol para mí fue ‘negarse a uno mismo’, como habla el Evangelio”, explicaba Rizzi al semanario Credere cuando en 2014 decidió dejar con 33 años el fútbol profesional. En ese momento llevaba el número 23 de la Salernitana y aún le quedaba fútbol en las piernas. Sin embargo, “cuando tu corazón te aleja de lo que dice tu cabeza, entonces llega el momento de elegir con madurez. Los demás no deciden por ti, tú eliges, aunque no todos puedan entender por qué dejas de jugar cuando todavía estás en forma y varios equipos te buscan”.
Creció jugando al fútbol en el oratorio. “Aún recuerdo los torneos vespertinos de verano en la parroquia, me gustaba marcar goles, tenía más habilidades que otros pero lo mejor era divertirme con los amigos. Mi padre era nuestro entrenador, pero nunca insistió en que tomara el camino profesional”, relata hablando de su familia, quien precisamente fue quien le habló de Dios.
Sin embargo, no siempre ha sido fácil vivir la fe, “especialmente cuando juegas en un club profesional… entre entrenamientos y partidos, no es fácil ni siquiera asistir a misa. Casi te olvidas de la existencia de Dios, estás tan absorto en todo lo demás. Y es peor que ser ateo, porque en el fondo sabes que hay algo en lo que creer, pero no puedes seguir el ritmo”.
Pero entonces su vida dio un giro radical. Rizzi recuerda que “en 2011 Claudia, mi futura esposa, se licenció en Derecho. Le había reservado un reloj hermoso y caro, pero ella me pidió que no le diera ningún regalo, sino que la acompañara a Medjugorje. La verdad es que hubiera preferido ir a la playa, pero acepté. Lo hice sólo por ella. Durante el viaje en autobús los demás rezaron el Rosario mientras yo escuchaba la música “.
Ese año se cumplieron 30 años de las apariciones. “Cuando llegamos al santuario, Claudia entró a rezar y yo me senté afuera a tomar una cerveza. Hacía 40 grados, después de una hora entré en la iglesia para preguntarle si no era hora de volver al hotel”, relata. Pero la propuesta de su futura esposa fue sorprendente: “Ella me dijo: ‘Después de todo este viaje, ¿no rezas ni un poquito?’. Entonces, con ese sentimiento de superioridad que acompaña a quienes tienen éxito y suerte en la vida, me dirigí a Dios con valentía: ‘Muéstrame si existes’”.
Una vez retirado, Federico Rizzi creó una fundación para ayudar a familias necesitadas.
Al día siguiente, 24 de junio de 2011 como recuerda precisamente Federico, Claudia también insistió en que confesara. “Habían pasado 15 años desde la última vez, pero hice lo que me sugirió. Luego asistimos a Misa y en el momento de la Eucaristía vi a una joven de 24 años poseída, sujeta por sus padres. De camino al altar me arrodillé frente a ella y comencé a murmurar un Ave María, por lo que recordaba. Ella cayó a mi lado. Yo lloraba como un niño y Claudia me recordó: ‘Le pediste pruebas al Señor…’. En ese momento entendí que el mal existe, pero con la oración se puede vencer “.
Federico no volvió de Medjugorje “emocionado” sino lleno de preguntas. El exfutbolista reconocía: “Comencé un camino de fe con mi esposa, acompañado de algunos sacerdotes. Jugué otros tres años, pero para entonces el fútbol estaba como muerto para mí, la pirámide de valores se había volcado: ya no me interesaba tener un buen coche, salir a cenar o leer los comentarios en La Gazzetta dello Sport… Empecé a preguntar a los directivos que para los viajes deberían buscar hoteles cerca de las iglesias donde poder ir a misa”.
Entonces sintió una llamada especial de Dios. “En 2014 decidí dejar el fútbol profesional y abrir con mi esposa una agencia de viajes espirituales, Travelling with Joy. El Señor me mostró que ese era el camino correcto. Recé mucho y sentí el deseo de continuar con este proyecto”.
No faltaron dudas entre su entorno más cercano y entre su club sobre la elección de Federico. “El Señor, sin embargo, no espera de nosotros el éxito, sino que le seamos fieles”, prosigue el exfutbolista. Fue así como Federico y Claudia organizaron su primer viaje a Asís. “Algunas personas confesaron pasados personales difíciles, entendí que para mí no era un trabajo sino una misión. Empezamos con un viaje al mes, hoy organizamos 70 al año, desde Lourdes a Santiago de Compostela pasando por Armenia. El Señor me ha abierto sus puertas”, agregaba.
Federico y Claudia querían también ser padres, y lo fueron, aunque tuvieron que sufrir mucho. Primero tuvieron a María y luego llegaron las gemelas Evelina y Elisabetta, que nacieron siamesas. “Nos hicieron entender que abortar sería más fácil y que así podríamos tener más hijos. Si no hubiésemos tenido una pizca de fe no habríamos afrontado el embarazo. O en todo caso creo que nos hubiésemos separado, en los cinco meses que las niñas permanecieron internadas, mi esposa y yo sólo nos veíamos en el hospital: nos turnábamos, uno estaba con María, el otro con las gemelas. Sin embargo, el Señor estaba cerca de nosotros y le fuimos fieles. No depende de Él si mueres o vives, pero sólo con Él puedes aceptar lo que sucede”.
Federico, junto a su mujer y sus dos hijas, meses después de la operación de separación.
Para ayudar a Federico y a su esposa en aquellos momentos tan difíciles estuvieron muchos familiares y amigos, entre ellos don Primo y don Paolo, dos sacerdotes que los tomaron de la mano, acompañándolos también en la oración. Federico aún lo recuerda: “Inmediatamente después de la visita en la que nos fue anunciada la patología de los pequeños, don Primo nos dijo: ‘Éste es el momento de creer’”.
Finalmente, las pequeñas fueron operadas en 2018, cinco meses después de nacer. Una intervención que tuvo relevancia internacional por la complejidad de la situación y el exitoso resultado de la operación. “Era el 31 de enero, San Juan Bosco. En el quirófano, veinte médicos dieron lo mejor de sí. Cuidando la cuna de las niñas durante muchas semanas había una reliquia del Padre Pío, un trozo de gasa del costado del fraile, que nos regaló una de sus hijas espirituales”, añade.
“Antes de operar, los médicos hicieron que don Paolo les bendijera las manos, no sabíamos cómo terminaría. Con nuestros padres nos quedamos todo el día en la capilla del hospital, orando frente al sagrario. Espiritualmente nunca estuvimos solos y luego fue como un segundo nacimiento. María y Jesús tienen una mano en nuestra vida y en la de nuestras hijas: les diremos a Evelina y a Isabel que se aferren a sus vidas porque el Señor ha hecho algo maravilloso por ellas”.
“No somos nadie para explicar por qué nuestras niñas están sanas y en casa, pero sabemos que queremos agradecer a Dios todos los días, con testimonio, oración y acción”, concluía Federico Rizzi.