“Para amaros y guiaros”

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La fe crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como don de gracia y gozo.

Ese debe ser el anhelo de un corazón puro, sincero y humilde ante Dios, que toma conciencia de los engaños del mal y del pecado que,  bajo apariencia de bien, engaña como un poder que parece implacable e imposible de superar, que esclaviza con lo aparente, lo inmediato y que es ponderado según las dimensiones del poder, tener y el placer.

Un corazón humilde es el que ha llegado a la convicción de que lo único seguro es confiar en el amor de Dios Justo y Misericordioso, y la esperanza de que Él es el único que puede cambiarnos desde dentro, desde el corazón, y hacer de una situación insoportable, oscura e incierta, una oportunidad para crecer en la virtud de la fe, venciendo nuestro orgullo y suficiencia.

Un corazón puro, un corazón nuevo, es el que se reconoce impotente por sí­ mismo, y se pone en manos de Dios para seguir esperando en sus promesas.

Santificado por la gracia de Dios, vencido por el amor del Señor, que enciende, por decirlo así, una luz en nuestra vida, una luz que disipa las tinieblas. Quien conserva dicha luz, quien vive en la gracia de Dios, procura no olvidarse que todo es un don del cielo, y que debe ser renovado en el Espíritu  Santo, para vivir en el lenguaje de la caridad, con los Frutos de la oración y el sacrificio. Así se reconoce la propia debilidad, y la necesidad irrenunciable de conocer y crecer en el amor del Señor.

“Ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir lo fuerte” (1 Co 1, 28). La Reina de La Paz nos invita a vivir en Cristo, en la gracia del Señor, consientes de que ése es el sentido de la vida y del tiempo que se nos otorga, en medio de numerosas pruebas: vivir en la fe del Hijo de Dios que nos amó y se entregó por nuestros pecados.

Nuestra Madre Santísima permanece entre nosotros para recordarnos que todos podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios que es el don de la gracia. Así podemos dar testimonio de que todos debemos formar nuestra vida según esta verdadera sabiduría: no vivir para nosotros mismos, sino vivir en la fe en el Dios del que todos podemos decir: “Me amó y se entregó a sí mismo por mí”(Gálatas 2, 20).

Atentamente Padre Patricio Romero

 

Atentamente en Jesús, María y José…Padre Patricio Javier

 REGNUM DEI

            “Cuius regni non erit finis”

 

Padrepatricio.com

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