Reflexión a los mensajes del 18 de marzo a Mirjana y del 25 de marzo a María

“Queridos hijos, los invito a que, a través de la oración y la misericordia, conozcan a mi Hijo lo más posible; para que con corazones puros y abiertos aprendan a escuchar; para que escuchen lo que mi Hijo les dice, a fin de que puedan llegar a ver espiritualmente. Que, como un solo pueblo de Dios, en comunión con mi Hijo, den testimonio de la verdad con sus vidas. Oren, hijos míos, para que junto a mi Hijo puedan llevar sólo paz, alegría y amor a todos sus hermanos y hermanas. Yo estoy con ustedes y los bendigo con mi bendición maternal”.

Mensaje, 25 de marzo de  2023

“¡Queridos hijos! Que este tiempo sea para ustedes tiempo de oración”.

 

Queridos amigos

“Reciban hoy y siempre La Paz y la alegría de Jesús y de María”.

En esta ocasión he querido unir los dos mensajes de marzo, el del 18 que la Virgen María ha dado a Mirjana y el del 25 a María Pavlovic.

Evidentemente el “dedicar tiempo a estar con Dios en la oración”, es el común denominador de los dos mensajes.

Varias personas me preguntaron por qué el 25 de marzo el mensaje había sido tan breve. A lo que yo les respondí que -según mi discernimiento- la Madre de Dios ya nos había brindado el día 18 un mensaje más extenso; y que ahora nos pedía volver sobre sus palabras, reflexionándolas y orándolas con el corazón.

Acerca de la oración hemos reflexionado en diversos momentos. Pero la Madre de Dios en el mensaje del 18 también nos habla de la importancia de la misericordia acerca de lo cual me parece fundamental que centremos nuestra reflexión; ya que solo a través de la oración y la misericordia podremos conocer más profundamente a su Hijo Jesús, y aprender a escucharlo con corazón abierto.

Las Sagradas Escrituras nos enseñan que: “Dios, es bondadoso y misericordioso”. Por lo cual Nuestro Señor Jesucristo mostró a lo largo de su vida -con gestos y palabras- el rostro amoroso del Padre. De aquí que el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que:

“El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15)”.

A medida que un cristiano medita la Palabra de Dios y ora, hablando con el Señor como con un amigo y abriéndose a los pensamientos y movimientos interiores que vienen con la presencia del Espíritu Santo, entonces estará recibiendo un caudal abundante de la presencia misericordiosa de Dios. A esto nos anima la Reina de la Paz a través de sus mensajes y su oración intercesora.

Ese movimiento de Dios en el alma humana es como un torrente de agua pura, fresca y cristalina, el cual va limpiando el interior del orante de todas las experiencias vividas que han sido contrarias a la caridad y a la misericordia, como pudieron haber sido los hechos de crueldad, los castigos excesivos, los adjetivos calificativos denigrantes, e incluso la transmisión de ideas equivocadas acerca de Dios, como por ejemplo la creencia de que es un Dios severo, castigador e inmisericorde.

Con frecuencia he escuchado personas que se acercan al sacramento de la Reconciliación con miedo y me dicen: “es que mi pecado no tiene perdón”.  Pero una vez que se confiesan y descubren el rostro amoroso de Dios, experimentan una serenidad y quietud interior que hasta ese momento no habían experimentado.

Jesús le dijo a santa Faustina: “Yo soy el amor y la misericordia misma; no existe miseria que pueda medirse con mi misericordia”. Solo estas palabras deberían impulsarnos a que cada día nos lancemos al océano de misericordia del corazón de Dios.

3 direcciones de la misericordia

“El Señor es un Dios compasivo y misericordioso”

Éxodo 34:6a

Cuando hablamos de la misericordia, tenemos que pensarla al menos en tres movimientos direccionales:

1°. Un movimiento descendente: Es cuando nosotros experimentamos la ternura y la misericordia de Dios, las cuales son derramadas por el Espíritu Santo en nuestras vidas.

Cuando José -esposo de María- estaba angustiado porque supo que ella estaba embarazada, Dios manifestó su misericordia con ambos, al enviar un ángel que le dice a José: “Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados». “De este modo desde el inicio de los Evangelios se anuncia que una de las misiones principales del Hijo de Dios es manifestar la misericordia Divina a través del perdón de los pecados.

Otro ejemplo de ello es Lucas 15. Aquí los Evangelios nos ofrece un capítulo entero en el cual, a través de tres parábolas, vemos como Jesús reafirma el amor y el perdón de Dios ante la dureza de los fariseos.

Asimismo, la llamada “mujer pecadora” experimenta la misericordia de Dios a través del perdón de Jesús. Inclusive él sale en defensa de ella ante los pensamientos condenatorios y sin compasión de los fariseos.

También Pedro -después de las negaciones- se encuentra con Jesús resucitado quien lo reafirma en su vocación y misión a través de la triple pregunta “¿Pedro, me amas?”, con lo cual quiere liberarlo del sentimiento de culpabilidad.

Cuando una persona durante la niñez o la adolescencia no se ha sentido suficientemente perdonada por sus padres u otros adultos por los errores cometidos; o cuando se le han dicho frases como por ejemplo: “eres malo”, “eso te pasa porque te portaste mal” o “Dios te va a castigar”, entonces desarrolla una sensación de culpabilidad que solo se podrá liberar a través de un camino de terapia espiritual y por medio de la experiencia sostenida por la oración a la Divina Misericordia.

Asimismo, para quienes quieren huir de la sensación de culpa e indignidad en lugar de trabajarla, la situación se hace aún más compleja, porque no solo dan espacio a los pensamientos ladrones de juicio y falta de misericordia, sino que proyectan esos pensamientos en otras personas, a quienes los ven como culpables de sus males y los hacen responsables de sus sufrimientos.

Solo abriendo con sinceridad las puertas de la mente y del corazón a una renovada y continua efusión de la Misericordia de Dios, pueden salir de ese círculo vicioso de negatividad.

2°. Un movimiento ascendente: Es cuando creemos firmemente en el Señor como un Dios misericordioso y entonces lo alabamos por ello y nos sentimos agradecidos.

En lugar de abusar de su bondad, por el contrario nos reafirmamos en el deseo de mejorar cada día en el cumplimiento de su voluntad.

El Salmista nos enseña a agradecer y a alabar a Dios por su gran bondad: “¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!”.

Y también: “¡Alaben al Señor, todas las naciones, glorifíquenlo, todos los pueblos! Porque es inquebrantable su misericordia por nosotros, y su fidelidad permanece para siempre”.

Cuando un creyente reconoce que Dios le ama a pesar de todos sus errores y pecados, entonces surge la necesidad de alabarle, bendecirle y darle gracias, tal como lo hizo Zacarias al superar la mudez y entonar el cántico conocido como «Benedictus».

Otro modo de misericordia ascendente es cuando ponemos en las manos de Jesús misericordioso nuestros pecados y le entregamos nuestras debilidades.

En una ocasión, santa Faustina Kowalska le dijo a Jesús que ella le había ofrecido toda su vida y todo lo que tenía. Pero la respuesta de Jesús la desconcertó: “Hija mía, no me has ofrecido lo que es realmente tuyo”. Ante su desconcierto sobre lo que no le había entregado, Jesús le dijo afectuosamente: “Hija, dame tu miseria”.

El Papa Francisco al reflexionar sobre la misericordia de Dios nos invita a que también nosotros nos preguntemos:

“¿Le he entregado mi miseria al Señor? ¿Le he mostrado mis caídas para que me levante?”. ¿O hay algo que todavía me guardo dentro? Un pecado, un remordimiento del pasado, una herida en mi interior, un rencor hacia alguien, una idea sobre una persona determinada… El Señor espera que le presentemos nuestras miserias, para hacernos descubrir su misericordia”.

Este modo de orar también es un movimiento ascendente de los pensamientos puestos en la Divina Misericordia, fuente de abundante paz.

3°. Un movimiento lateral: Es cuando somos misericordiosos con quienes nos rodean y estamos dispuestos a perdonar, renunciando a todo deseo de venganza. Esto fue lo que hizo la Virgen María con quienes negaron y abandonaron a su Hijo, y es lo que hace con cada uno de nosotros.

Jesus nos da un mandamiento evangélico al decirnos: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes»”.[13]

Con estas palabras Jesus nos brinda un modelo acerca de la forma en que debemos dejar que fluya de nosotros la misericordia hacia los demás. Es decir que debemos ser misericordiosos con los demás de la manera en que Dios lo es con nosotros.

Tal vez pensemos que eso es mucha misericordia. La verdad es que solo podremos hacerlo sintiéndonos nosotros mismos “misericordeados” por Dios (movimiento descendente), expulsando de nuestra mente todo pensamiento contrario a la caridad y a la misericordia, y desarrollando un corazón humilde y agradecido por el Infinito amor de Dios.

Todas estas citas bíblicas que hemos visto son promesas de misericordia del Señor para nuestras vidas, a fin de que acogiendo su amor desarrollemos nuevos pensamientos de misericordia.

¿Qué te parece si cada día, hasta que la Reina de la Paz nos de un nuevo mensaje, le pedimos que nos conceda abrirnos a la misericordia de Dios, para dejarnos “misericordear” por él y ser más misericordiosos con nosotros mismos y con nuestros hermanos?

Le pido a Dios que te bendiga abundantemente y me encomiendo a tus oraciones.

Padre Gustavo E. Jamut, omv

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