Queridos hermanos reciban hoy siempre La Paz y la alegría de Jesús y de María
Cuando debemos llegar a algún lugar, y no conocemos el camino, solemos preguntar a otra persona o utilizar el navegador satelital (GPS). Pues bien, en el camino de la paz interior, Nuestra Madre la Virgen Santísima ha de ser nuestro GPS.
Ella -con su ejemplo de vida y con sus mensajes- nos invita a no estar tan centrados en nuestros propios problemas, sino que nos anima a involucrarnos como ella en las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo.
Cuando comenzamos a mirarnos a nosotros mismos con los ojos de María, y asimismo a los demás y a las diversas realidades que nos rodean, entonces podemos ver la gran necesidad que tiene el mundo de que nos unamos con ella en oración ante su Hijo Jesús y que nos comprometamos en acciones concretas en las necesidades de nuestras comunidades eclesiales.
Los mensajes de Nuestra Madre nos ayudan a comprender que estamos en un momento crítico de la historia, un momento de cambios tan fundamentales que tal vez no logramos percibir su magnitud ni imaginar las futuras consecuencias. Por lo cual, la Reina de La Paz nos anima a tomar mayor conciencia de que todos los cristianos debemos involucrarnos activamente, y no cesar de clamar a Dios por ayuda; pero esto debe ser hecho con valentía y sin temor.
Nuestra oración de clamor debe ser insuflada por la virtud teologal de la esperanza; una virtud que debe ser continuamente renovada y enriquecida por la fuerza del Espíritu Santo.
Jesús en los Evangelios y María con sus mensajes, nos recuerdan que lo único que perdura es el amor. Esto debe comprometernos a unirnos con mayor profundidad unos con otros, superando los individualismos y las estructuras de pensamiento rígidas y caducas; y aprendiendo a vivir en la verdad.
A lo largo de toda su vida la Virgen María supo adaptarse a los diversos cambios y a las diferentes situaciones que tuvo que atravesar. Y esto es algo que solemos evocar en los diferentes misterios del Santo Rosario; y que debe impulsarnos a la continua renovación de mentalidad, para que en nosotros sean plasmados los pensamientos y sentimientos de Cristo. Es lo que significa la jaculatoria: “Jesús, manos y humilde de corazón, has mi corazón semejante al tuyo”.
En este tiempo en que el mundo va cambiando de manera tan acelerada, nosotros al entrar a la escuela de María, también debemos animarnos a realizar los cambios profundos en el modo de pensar la evangelización.
Esto era algo que frecuentemente nos pedía San Juan Pablo II al referirse acerca de la necesidad de la nueva evangelización: “nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en sus expresiones”. Lo cual no puede realizarse sin un progresivo cambio de mentalidad.
Aunque cada uno de nosotros estemos ocupados en lo personal, en las dificultades de la propia familia, comunidad o trabajo; aun así, es indispensable que no perdamos la visión de conjunto de lo que nos pide Dios a través de la Reina de la Paz y la Iglesia, a fin de tener una mirada que trascienda las periferias existenciales de nuestros intereses y que nos lleve a preguntarnos que podemos hacer por los demás.
Quienes amamos a Dios debemos comprometernos con responsabilidad y perseverancia en la misión evangelizadora a la que Dios, la Reina de la Paz y la Iglesia nos llama, a fin de poder llegar a quienes aún no han tenido la experiencia del amor de Dios.
Hay quienes se preocupan mucho por los secretos que han recibido los videntes, pero viven como distraídos de la “metanoia” que Dios les está pidiendo realizar.
Se dejan distraer por diversas cosas que son periféricas a los mensajes y descuidan el cambio de mentalidad que desde hace más de cuarenta años la Virgen nos pide a cada uno de nosotros. De ese modo se corre el riesgo de instrumentalizar el nombre santo de Dios, a la Virgen y sus mensajes.
La misma Reina de la Paz lo ha dicho: “Hijos míos, si deben elegir entre las apariciones y la Santa Misa elijan siempre la Santa Misa”. Y de este modo la Reina de la Paz nos pide pedir y ejercitar el don del discernimiento.
Debemos pedir a Dios la gracia de dar importancia a lo central de sus Mensajes, qué es la entrega de cada uno al Señor y a la misión que nos encomienda.
Pensemos en lo privilegiados que somos, ya que desde hace 41 años Medjugorje nos habla de la acción del Espíritu Santo.
Pensemos también en la gracia que representa que tanto San Juan Pablo II en su momento, como más recientemente el Papa Francisco, hayan invitado a todos los obispos y al pueblo de Dios a la oración para Consagrar al Inmaculado Corazón de la Virgen María al mundo en general y a Rusia en particular.
Para mí en lo personal y para mis hermanos de la Congregación Oblatos de la Virgen María, fue una gran alegría saber que la oración de Consagración, el Papa francisco la hizo delante de la imagen de la Virgen de Fátima delante de la cual yo mismo hice mis primeros votos como religioso cuando tenía veintitrés años. Dicha imagen se encuentra en el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, ubicado en el pueblo de san Vittorino, en las afueras de Roma.
También emociona pensar en lo hermoso que son los planes de Dios, que no solo envía a María a la tierra, sino que además en los últimos años ha dado un gran impulso a la obra de Nuestra Madre en Medjugorje a través del Papa Francisco quién ha enviado como visitador apostólico, primero a Mons. Henryk Hoser quien se refirió en repetidas ocasiones sobre los abundantes frutos que han surgido. Y en la actualidad Mons. Aldo Cavalli. O también la Misa celebrada por el Arzobispo de Barcelona, Cardenal Juan José Omella en las vísperas del festival de jóvenes.
En fin, no finalizaría más la lista de todas las cosas por las cuales tenemos que estar agradecidos. Y la gratitud a Dios y a la Virgen María deben impulsarnos a ser -como nos piden los obispos de América Latina y el Caribe- auténticos discípulos y misioneros de Jesús resucitado, para que nuestros pueblos tengan vida en él.
Por lo tanto, como nos Pide la Gospa, dejémonos guiar “por el camino de la paz para que, a través de la paz personal, construyan la paz en el mundo”.
Le pido a Dios Uno y Trino que te bendiga, y me encomiendo a tus oraciones.
Padre Gustavo E. Jamut, omv