Queridos jóvenes,
El Festival de Jóvenes es una semana dedicada a la oración y al encuentro con Jesucristo, especialmente en su Palabra viva, en la celebración de la Eucaristía, en la adoración eucarística y el sacramento de la Reconciliación. Este acontecimiento –según la experiencia de muchos– tiene la fuerza de dirigirnos hacia el Señor. Precisamente ese es el primer paso del “joven rico“ del que nos hablan los evangelios sinópticos (MT 19,16-22; Mc 10, 17-22; Lc 18,18.23), que se encaminó, es más, corrió al encuentro con el Señor, lleno del entusiasmo y con el anhelo de encontrar al Maestro para heredar la vida eterna, es decir, la alegría verdadera. El lema del Festival de este año es en realidad la pregunta que este joven ha dirigido a Jesús: “¿qué tengo que hacer de bueno?“ Estas son las palabras que nos ponen ante el Señor que dirige su mirada hacia nosotros, y amándonos, nos invita : “Ven y sígueme!”.
El evangelio no nos menciona el nombre de ese joven, lo que quiere decir que puede representar a cualquiera de nosotros. El, aparte de poseer muchos bienes, parece que es educado y bien formado, e inspirado por una preocupación sana que lo lleva a la búsqueda de la felicidad verdadera, es decir, de la vida en plenitud. Por ese motivo él emprende un viaje para encontrar al Maestro que es adecuado, fidedigno y confiable. Una autoridad así la encuentra en la persona de Jesucristo y por lo tanto le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (Mc 10,17). Sin embargo, el joven con esto supone el bien que tiene que obtener con sus propias fuerzas. El Señor le responde con otra pregunta: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino Dios” (r.18) De esta manera, Jesús lo dirige a Dios, que es el único y supremo Bien del que nos viene todo bien. Para ayudarle a acercarse a la fuente de la bondad y de la felicidad verdadera, Jesús le indica el primer paso que tiene que hacer, y es aprender a hacer el bien al prójimo: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos“ (Mt 19,17). Jesús lo dirige a la vida en esta tierra, y le muestra el camino hacia la vida eterna, y ese es el camino del amor concreto hacia el prójimo. Pero el joven responde que eso lo había hecho desde siempre, y entendió que guardar los mandamientos no basta para ser feliz. Jesús le miró con cariño. El Señor reconoce el anhelo de la plenitud que este joven lleva en su corazón y su preocupación sana que le inspira a la búsqueda, por eso siente por él ternura y afecto.
Aparte de eso, Jesús reconoce también el punto débil de su interlocutor que está demasiado atado a los bienes materiales que posee. Por lo tanto, el Señor propone el segundo paso, y es el paso de la lógica del “mérito“ a la lógica del “don“: “Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt, 19, 21). Jesús cambia la perspectiva; lo invita a reflexionar no sobre cómo asegurar la eternidad, sino a darse completamente en la vida en esta tierra, imitando así al Señor. Eso es, la llamada a seguir creciendo, a pasar de la lógica de cumplir las normas para obtener un premio, al amor incondicional y pleno. Jesús le pide abandonar lo que le pesa en el corazón e impide el amor. Lo que Jesús propone no es tanto un hombre privado de todo, como un hombre libre y rico en relaciones. Si el corazón esta sobrecargado con los bienes, el Señor y el prójimo se convierten solo en uno más de los bienes. Nuestro deseo de tener más y desear más ahoga nuestro corazón y nos hace infelices e incapaces de amar.
Finalmente, Jesús propone el tercer paso, y eso es la imitación: “Ven y sígueme!”. Seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque le toca al hombre en su interior más profundo. Ser discípulo de Jesús significa estar en conformidad con Él“. (Juan Pablo II, Enciclica Veritatis Splendor, 21). En cambio, vamos a recibir una vida rica y feliz, llena de rostros de tantos hermanos y hermanas, padres y madres, hijos. (usp Mt 19,29). Seguir a Cristo no es una pérdida, sino una ganancia invaluable, mientras la renuncia a la que somos llamados se refiere al obstáculo que impide el viaje. Sin embargo, el corazón del joven rico está dividido entre dos amos: Dios y las riquezas. Por el miedo del riesgo y la pérdida de los bienes, vuelve a casa triste: „Al oír esto, el joven se fue muy triste, porque tenía muchos bienes“ (Mc 10,22). El joven no se contuvo en hacer una pregunta importante, pero no encontró el valor de aceptar la respuesta, y eso es la llamada a “desatarse“ de sí mismo y de su riqueza y „conectarse“ con Cristo, para caminar con Él y descubrir la alegría verdadera.
Amigos, también a cada uno de vosotros Jesús les está diciendo “Ven y sígueme!“ Tened el valor de vivir vuestra juventud confiándoos al Señor y caminando con Él. Dejaos conquistar por su mirada, que está llena del amor y que nos libera de la esclavitud de los ídolos y de la riqueza falsa que promete la vida, pero trae la muerte. No tengáis miedo de recibir la Palabra de Cristo y aceptar su llamada. No os desaniméis como este rico joven del Evangelio, en lugar de eso, dirigid vuestra mirada hacia María, nuestro gran modelo en la imitación de Cristo, y confiaos a ella, que con las palabras “Aquí esta la esclava del Señor“ ha respondido incondicionalmente a la llamada de Dios. Su vida es donación plena de si misma, desde el momento de la Anunciación hasta el Calvario, donde se convierte en nuestra Madre. Dirijamos nuestra mirada hacía María, para encontrar la fuerza y recibir la gracia que nos capacita de pronunciar nuestro “aquí estoy“. Dirijamos nuestra mirada hacía María, para aprender a llevar a Cristo al mundo, como lo hizo ella, cuando llena de preocupación y alegría corrió a ayudar a Santa Isabel. Dirijamos nuestra mirada hacía María, para transformar nuestra vida en un don para los demás. Con su atención para los cónyuges de Caná nos enseña de que seamos atentos hacia los demás. Con su vida nos enseña que nuestra alegría está en la voluntad de Dios, y aceptarla y vivirla no es fácil, pero nos revela una alegría verdadera. Sí, la „alegría del Evangelio llena el corazón y toda la vida de cada uno que encuentre a Jesús. Los que acepten su oferta de la salvación están liberados del pecado, de la tristeza, del vacío espiritual y soledad. Con Jesucristo la alegría nace siempre de nuevo“ (Evangelii gaudium,1)
Queridos jóvenes, en vuestro viaje con el Señor Jesucristo, inspirado también con este Festival, os encomiendo a todos a la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, nuestra Madre del Cielo, invocando la luz y la fuerza del Espíritu Santo. Que os acompañe diariamente la mirada de Dios que os ama, para que en el encuentro con los demás podáis ser testigos de una vida nueva que habéis recibido como un don. Por eso rezo y os bendigo, pidiendo que vosotros también recéis por mí.
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