¡Queridos amigos reciban hoy y siempre, la paz y la alegría de Jesús y de María!
El regresar a Dios, es un ejercicio espiritual que deberíamos realizar cada día; de manera especial cuando hemos permitido que alguna forma de oscuridad ensombrezca nuestros pensamientos o cualquiera área de nuestras vidas.
En ocasiones nuestro mundo interior se va transformando gradualmente en un caos; por lo cual tenemos necesidad de clamar al Espíritu Santo y pedir la intercesión de la Virgen María y de los santos, de manera de que en nuestro espíritu se haga la luz y que el caos interior o exterior se transforme en cosmos; es decir en orden y armonía.[1]
Hay católicos que piensan que al ser practicantes o al servir en un grupo de oración o comunidad, no necesitan regresar a Dios. Esa idea subyacente en la mente de algunos, es una tentación muy sutil, pues aún los más virtuosos pueden equivocarse; como lo afirman las Sagradas Escrituras, cuando dice que aún el justo (el Santo) cae siete veces al día, pero vuelve a levantarse.[2] Lo cual representa la sinceridad de corazón de reconocer los propios errores y poner los medios para convertirse y volver a Dios y a su verdad.
Satanás suele implantar en la mente de muchos, la idea de que no necesitan volver a Dios porque hacen muchas obras buenas.
Esta creencia puede hacernos caer en la tentación de la arrogancia espiritual, para que así descuidemos la oración hecha con el corazón, y de este modo nos deslicemos de a poco por la pendiente del acostumbramiento y la rutina, y por lo tanto de la mediocridad y de la tibieza.
Cada mañana al despertar, y cada noche al irnos a descansar, deberíamos hacer un ejercicio de oración para volver a Dios reconociendo los errores cometidos, pidiendo perdón, y también la gracia de que el Espíritu Santo guíe nuestros pensamientos, palabras y decisiones en la dirección correcta.
En la misma línea del mensaje que nos da la Reina de la paz, Dios nos invita -a través del profeta Joel- a volver a él: “vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en fidelidad”.[3]
En este sentido, los santos son un ejemplo para nosotros. Ellos jamás se dieron por satisfechos en el deseo de convertirse, y de crecer en lo espiritual y en las virtudes humanas. Por lo cual aceptaban con alegría las correcciones que Dios les hacía a través de otras personas y de los mismos acontecimientos de la vida.
Si la guerra y el odio reinan en la sociedad, tal vez debamos hacernos responsables por las ocasiones en que no hemos expulsado con prontitud de nosotros pensamiento, palabras o actitudes vinculadas con el odio o el enojo hacia alguna persona; o por las veces que hemos tenido guerras en nuestro interior, en nuestras familias o comunidades y no hemos ayudado en la pacificación de esos ámbitos.
Nosotros no estamos exentos del egocentrismo de la cultura actual que reina en la sociedad, por lo tanto podemos tener la tendencia a querer salvarnos solos, y al pensar en la propia paz, pero sin comprometernos en la pacificación de los diversos ámbitos de la sociedad.
Son muchos los hombres y mujeres de nuestro tiempo que necesitan conocer los mensajes de la Reina de la Paz no sólo a través de nuestros labios, sino también a través de nuestro testimonio de vida. Por lo tanto, renovemos el deseo de regresar frecuentemente al núcleo más profundo del corazón de Dios y de María santísima, a fin de que no sólo hablemos de paz sino que la irradiemos en todos los ambientes y a todas las personas que encontraremos.
Te saludo fraternalmente, me encomiendo tus oraciones y le pido a nuestro buen Dios que te bendiga.
Padre Gustavo E. Jamut, omv
http://www.comunidadmensajerosdelapaz.org/
http://www.peregrinosenlafe.com.ar/
[1] Referencia a Génesis 1:3-4.
[2] Referencia a: Proverbios 24:16
[3] Joel 2:12-13