Y habiendo tomado el pan dio gracias, y lo partió, y se lo dio diciendo: “Este es mi cuerpo, que es dado por vosotros; esto haced en memoria de mí”. Y asimismo el cáliz, después de haber cenado, diciendo: “Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre, que será derramada por vosotros” (San Lucas 22, 19-20)
Esta sangre reproduce en nosotros la imagen del rey: no permite que se malogre la nobleza del espíritu, riega el espíritu con abundancia y le inspira amor a la virtud. Esta sangre hace huir a los demonios, atrae a los ángeles y al Señor de los ángeles. Esta sangre derramada ha lavado a todo el mundo y ha facilitado el camino del cielo. Los que participan de esta sangre están cimentados en las virtudes celestiales, y vestidos con la estola regia de Jesucristo, es decir, cubiertos con el palio real. Y así como si te acercas bien purificado recibes gran beneficio, si te acercas manchado con la culpa, te haces acreedor a la pena y al castigo eterno. Porque así como el que mancha la púrpura real merece igual castigo que los que la rasgan directamente, así no puede considerarse como absurdo si los que reciben el Cuerpo de Jesús con la conciencia manchada son castigados con igual pena, porque con sus culpas lo vuelven a crucificar. (San Juan Crisóstomo)
No es solo “elocuencia bien formada” la doctrina patrística de San Juan Crisóstomo, sino que es expresión de las bases sólidas del cristianismo, que en tierra de persecuciones y en la defensa de la auténtica fe, ante los ataques que intentan corromper la comprensión de la pureza del Evangelio, debía emprender el Espíritu Santo, valiéndose de las almas de mártires y confesores, que con la alegría de la bienaventuranzas, y la hondura de la gracia, eran bendecidas con el carisma del discernimiento de espíritus, para juzgar entre los sobresaltos y entusiasmos del corazón, que fácilmente podrían confundirse con iniciativas personales, los designios divinos y las seducciones del poder y las multitudes.
En medio de tormentas, confusiones, pandemias y tempestades de lobos con piel de oveja, un corazón sin discernimiento, no solo cae en precipitaciones e intrigas, sino que puede sucumbir con su grey. ¡Que necesario es para un sacerdote la pureza interior!
“Los sacerdotes instruirán a mi pueblo sobre la diferencia entre lo sagrado y lo profano, y le enseñarán a distinguir lo puro de lo impuro” dice Ezequiel 44, 23
“Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios” (Mt 5,8) El corazón limpio es el corazón abierto y humilde. El corazón impuro es, por el contrario, el corazón presuntuoso y cerrado, completamente lleno de sí mismo, incapaz de dar un lugar a la majestad de la verdad. Que pide respeto y, al fin, adoración. (Cardenal Ratzinger)
Dios no mide la cantidad sino la calidad, escruta el corazón, mira la pureza de las intenciones.»
(Homilía de S.S. Francisco, 11 de noviembre de 2018)
Grandes obras y pocos frutos, corazón vanidoso; fidelidad en lo pequeño, pan y peces multiplicados, corazón humilde. Es una formula evidente y constante en la historia de la Iglesia y en la cronología de la vida clerical.
Que bien nos hace, a los sacerdotes, escuchar este maternal mensaje de la Reina de la Paz:
“Queridos hijos, Yo, vuestra Madre, estoy con vosotros para vuestro bien, para vuestras necesidades y para vuestro conocimiento personal. El Padre celestial os ha dado la libertad de decidir por vosotros mismos, y de conocer por vosotros mismos. Yo deseo ayudaros. Deseo ser vuestra Madre, Maestra de la Verdad, para que con la simplicidad de un corazón abierto, conozcáis la inconmensurable pureza y la luz que proviene de ella y que disipa las tinieblas, la luz que trae esperanza. Yo, hijos míos, comprendo vuestros dolores y sufrimientos. ¿Quién mejor que una Madre los podría comprender? ¿Y vosotros, hijos míos? Es pequeño el número de aquellos que me comprenden y que me siguen. Grande es el número de los extraviados, de aquellos que no han conocido aún la verdad en mi Hijo. Por lo tanto, apóstoles míos, orad y actuad. Llevad la luz y no perdáis la esperanza. Yo estoy con vosotros. De manera particular estoy con vuestros pastores: los amo y los protejo con un Corazón materno, porque ellos os conducen al Paraíso que Mi Hijo os ha prometido. ¡Os doy las gracias! ” (Mensaje, 2 de mayo de 2014)
La necesidad de distinguir entre el supuesto y engañoso “éxito”, y la verdadera “pasión” por la misión, que pasa por el calvario cotidiano, exigen en el sacerdocio la mirada frecuente del rostro de Dios. El sacerdote debe mirar a Dios: es la mirada al Padre para discernir su voluntad, es la experiencia de que Dios oye sus oraciones y les da lo que le pide, es una familiaridad con Él. Es decir, la primera mirada es la que el sacerdote tiene que dirigir a Dios. El sacerdote de ayer, como el de hoy, y el de todos los tiempos, debe ser ante todo y sobre todo un hombre de Dios, que lo trate asiduamente, que lo conozca en profundidad, lo transparente de manera nítida con su ministerio y lo haga brillar en la oscuridad que el eclipse de Dios ha producido en la sociedad contemporánea, como repetía con frecuencia el Papa emérito Benedicto XVI.
“Sed espiritualmente puros”, nos pide la Reina de la Paz:
“Hijos míos, mi Corazón materno desea vuestra sincera conversión y fe firme para que podáis transmitir el amor y la paz a todos aquellos que os rodean. Pero, hijos míos, no lo olvidéis: cada uno de vosotros es un mundo único ante el Padre Celestial; por eso, permitid que la obra incesante del Espíritu Santo actúe en vosotros. Sed, hijos míos, espiritualmente puros. En la espiritualidad está la belleza: todo lo que es espiritual está vivo y es muy hermoso. No olvidéis que en la Eucaristía, que es el corazón de la fe, mi Hijo está siempre con vosotros, viene a vosotros y parte el pan con vosotros porque, hijos míos, Él ha muerto por vosotros, ha resucitado y viene nuevamente. Estas palabras mías vosotros las conocéis porque son la verdad y la verdad no cambia; solo que muchos hijos míos la han olvidado. Hijos míos, mis palabras no son ni antiguas ni nuevas, son eternas. Por eso os invito, hijos míos, a mirar bien los signos de los tiempos, a recoger las cruces despedazadas y a ser apóstoles de la Revelación. ¡Os doy las gracias! ” (Mensaje, 2 de mayo de 2016)
Con frecuencia la Gospa recuerda a los fieles respecto a sus pastores: No los juzguéis. Es que su amor materno y predilecto por los sacerdotes es una exhortación continua a la pureza necesaria, para un verdadero discernimiento, sin el cual la vida sacerdotal y su ministerio corren grave peligro
Cuando un corazón sacerdotal se recoge de verdad en el Corazón Inmaculado de María, tiene solo dos posibilidades: llorar por sus pecados y pedir la gracia de la conversión, o pedir el don del martirio por Cristo, por las ovejas y por la Iglesia.
Tanto amor materno en un corazón sacerdotal no resistiría sin reaccionar con decisión por la santidad. Solo con amor radical se responde al amor puro y maternal de la Gospa.
La escuela de santidad de la Reina de la paz, tiene estos frutos radicales, que un corazón contaminado por la mundanidad y la vanidad espiritual no podrían comprender.
Esta es una gracia que en este día pido para mi sacerdocio y el de mis hermanos que tanto me edifican con su ministerio. Me encomiendo a vuestras oraciones y los brazos maternales de nuestra Madre del Cielo.