Un Santo sacerdote es el regalo más grande que Dios puede conceder a una Comunidad. Pueden haber importantes carismas que el Señor otorgue a su Ministro Consagrado, pero el fin de este don, no pasará de la impresión sensible, del entusiasmo pasajero, de la percepción agradable, y no dará frutos de bien integral, de crecimiento de la virtudes, de una conversión profunda, de un cambio interior, de una verdadera vida de Dios en el alma y una auténtica comunión en la caridad fraterna, si el sacerdote no se ha dejado transformar , según el Corazón del Señor.
Y la disposición urgentemente necesaria del sacerdote, para configurarse con Cristo, es en primer lugar, la oración.
La oración, que educa en el amor y abre el corazón a la caridad pastoral, es su primer deber, su primera tarea y su primer servicio. Sin una relación personal con el Señor nada de lo demás puede funcionar, porque difícilmente podrá el sacerdote llevar a Dios a los demás si no practica y no cultiva su propia relación con El. Serán funciones pastorales y actividades del momento, sin el fruto proporcional al sacrificio redentor: “que sean uno”, pero esta unidad no es la mundana, la conveniente, la condicionada, sino que es fruto de la unidad que describe el Señor en el Evangelio : “ como tu Padre en mi y yo en Ti somos uno” (Juan 17, 21-23)
La oración, según Benedicto XVI, el sacerdote la cultiva desde tres pilares: La Eucaristía, La liturgia de las horas y la meditación de la palabra de Dios. El don de contemplar y vivir el misterio en el silencio de la oración, dan fundamento para que los actos de piedad, el ejercicio del ministerio y las responsabilidades cotidianas, no sean solo un gesto mecánico, palabras repetitivas o acciones estéticamente correctas, sino que sean por sobre todo, un acto sobrenatural de las virtudes teologales, en las que el interior del alma sacerdotal se sostiene en el “querer divino”…. al extremo de transformarse en confidente amoroso del designio de Dios, identificándose con Cristo, que ama hacer la voluntad del Padre.
Este es el gran servicio, y la expresión de verdadero amor y amistad, con el que el sacerdote trata a la grey: con su propia santificación les quiere bien y adecuadamente. Pero en esto es también importante la actitud del pueblo de Dios, que debe saber valorar lo que es de Dios, en el ser del sacerdote: lo que fluye del interior y no lo que resplandece en las superficies.
Como el sacerdote es el que señala el camino, debe ser el primero en hacer lo que tienen que hacer los demás, el primero en emprender el camino que han de seguir los demás. Para tener el discernimiento, en medio de las tinieblas, debe vivir de la Palabra de Dios, debe ser hombre de oración, de perdón, hombre que recibe y celebra los sacramentos como actos de oración y de encuentro con el Señor. De caridad vivida y celebrada, que transforme toda su actividad en actos espirituales en comunión con Cristo para la salvación de los demás. Debe ser su vida una continua expresión del servicio de Cristo a las ovejas, como dice el Papa Francisco.
Dice nuestra Madre Santísima: “…Yo deseo que ustedes entiendan que Dios los ha escogido a cada uno de ustedes, a fin de usarlos en Su plan de salvación para la humanidad. Ustedes no pueden comprender, cuán grande es su papel en el plan de Dios…” (Mensaje 25 de Enero de 1987)
El sacerdocio instituido por Cristo es de la Iglesia y para la Iglesia; y la Iglesia no es una gran superestructura, un cuerpo administrativo o de poder, una organización social. Es un cuerpo espiritual para la salvación del hombre, y está ahí el examen principal que debemos hacernos siempre, en lo que buscamos, proyectamos y hacemos: cuanto es para hacernos presente, distinguirnos, destacarnos, y cuanto es, de verdad, para salvar las almas y salvarnos nosotros mismos .
Oremos en este día y todos los días por nuestros sacerdotes, pero teniéndolos presente, a cada uno en particular. Y oremos con intensidad, para que en el modo de considerarlos, sea como el que nos enseña la Gospa: reconociendo en ellos la presencia de Cristo. Más allá de las capacidades que puedan tener, o del bajo perfil en el que les toque vivir, nuestra amistad se debe fundar en la reverencia al testimonio de una vocación cuya esencia consiste en “ser Cristo que da la vida”. Esa es la auténtica grandeza del sacerdocio.
Nos pide la Reina de la Paz: ”…De manera especial, les pido que oren por los sacerdotes y por todos los consagrados, para que amen con más fervor a Jesús, para que el Espíritu Santo llene sus corazones de gozo; para que testimonien el Cielo y los misterios celestiales…” (Mensaje del 25 de Septiembre del 2017)
Que la Gospa pueda formar nuestro corazón según el Corazón del Señor y que Dios los bendiga…