¡Queridos amigos reciban hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María!
¡Qué Cuaresma…! Seguramente cada uno de nosotros la recordará siempre… y ojalá lo recordemos como un tiempo de purificación y de gracia.
Ahora bien, quienes solemos meditar los mensajes de la Reina de la Paz y quienes hemos entrado en la corriente de gracia de su espiritualidad, tenemos una oportunidad privilegiada para vivir esta Cuaresma con mayor profundidad e intensidad.
Ésta puede ser para cada uno de nosotros una Cuaresma diferente que, de la mano de María y del Señor, nos lleve a una conversión más profunda, a un cambio de paradigmas mentales, de manera que -a través de nuestra oración hecha con el corazón, y de nuestros sacrificios- le permitamos a Dios que alcance a miles de corazones de hermanos nuestros que aún no han tenido la experiencia del amor de Dios.
En el mensaje del 25 de febrero, nuestra Madre comenzaba diciendo: “Queridos hijos, en este tiempo de gracia, quiero ver sus rostros transformados en oración”. Por lo tanto, confiemos que si nos ponemos “en modo oración del corazón”, éste puede ser un tiempo de gracia, no sólo para nosotros sino para toda la Iglesia y para el mundo entero.
Este tiempo -en el cual para evitar la propagación del COVID-19 se nos aconseja aislarnos-, es un tiempo privilegiado para hacer Ejercicios Espirituales cuaresmales, y poner en práctica algunos de las invitaciones que nos hace la Gospa: “¡Queridos hijos! También hoy deseo invitarlos a la oración. Que la oración sea para ustedes la vida. Queridos hijos, consagren su tiempo sólo a Jesús y Él les dará todo lo que ustedes buscan. El Se manifestará a ustedes en toda Su plenitud. Queridos hijos, Satanás es fuerte y acecha a cada uno de ustedes para ponerlos a prueba. Oren!” (25 de septiembre de 1987)
Podemos consagrar este tiempo a Dios, tomando entre nuestras manos cada día la corona del Rosario, para pedir a nuestra Madre no sólo que se detenga la epidemia del coronavirus, sino tantas otras epidemias que afectan no sólo la salud física, sino también la salud espiritual y moral de pueblos enteros, generando confusión en millones de personas.
Sin embargo, tanto su hijo Jesús en los Evangelios como Ella en sus mensajes, nos recuerdan que Dios es más fuerte que el mal, y que con la oración y el ayuno somos más que vencedores.
En mi caso particular, al suspender todos los retiros y evangelizaciones que, junto a los hermanos de mi comunidad, debíamos realizar en diversos países, he visto una oportunidad privilegiada para descansar en Dios, profundizar los vínculos con los seminaristas de la comunidad, reconcentrarme en la escritura de algunos libros que estaban pendientes, y dejarme colmar por el amor que Dios y María quieren darnos a través de la oración.
Pienso que éste también es un tiempo en el que podemos recibir la gracia de revalorizar la conciencia de la propia fragilidad y el valor de la obediencia.
Al respecto, quisiera reflexionar un momento sobre el pedido que han hecho la mayoría -si no todas- las Conferencias Episcopales en el mundo, acerca de no darnos el saludo de la paz y de recibir con amor y reverencia la comunión solamente en las manos.
En una ocasión, un peregrino le preguntó a Mirjana que decía la Virgen al respecto, a lo que ella simplemente respondió que la Virgen no dijo en ningún momento si debíamos recibir la comunión en la mano o en la boca, solamente dijo: deben amar a sus pastores, orar por ellos y obedecerlos.
Sin embargo, en estos tiempos he visto a algunas personas que han dejado de recibir a Jesús Eucaristía, según me dijeron por no querer recibirlo en las manos, a causa de la impureza que éstas tienen y también a causa del temor de condenación eterna que le producen algunas revelaciones privadas.
Estas supuestas revelaciones privadas generan mucha confusión en ellos, y nada tienen que ver con los mensajes claros, dulces y maternos de la Reina de la Paz en Medjugorje.
Al respecto del tema de la comunión en la mano, me gustaría compartir la reflexión de uno de los teólogos actuales más reconocidos -no sólo en la Argentina, sino también de América Latina y el mundo- quien ha tenido un rol muy importante en el desarrollo del documento de Aparecida, en la V Conferencia General del CELAM.
En relación con la comunión en la mano, el prelado recordó que “no es una herejía y está previsto en las normativas de la Iglesia” y enfatizó: “Si vamos al caso, es tan indigna la boca como la mano. Es verdad que la comunión en la boca puede significar mejor nuestra receptividad ante la gracia, que acogemos de manera humilde como un puro don. “Pero eso mismo se puede expresar con la comunión en la mano si uno lo entiende como la siguiente oración: ‘Señor, aquí están mis manos ante ti como una pobre vasija de barro. Lléname de ti, derrámate en mí por pura gracia. No soy nada, pero me presento ante ti con las manos vacías, para que las llenes con tu misericordia’.”[1]
También podemos recordar en los evangelios la ocasión en los que los fariseos le reprocharon a Jesús, cuando: “vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar”.[2] A lo cual Jesús le respondió de modo directo y tajante que lo impuro no son las manos, sino el corazón: “Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre.” [3]
El 29 de mayo de 1969, con la Instrucción “Memoriale Domini” sobre el modo de distribuir la Comunión, la Congregación para el Culto Divino nos recuerda que la comunión en la mano no es una innovación, pues éste era el modo normal utilizado en la antigüedad.
Son muchos los textos que atestiguan esta antigua praxis. Entre los más significativos se puede citar el de las “Catequesis mistagógicas” de San Cirilo, obispo de Jerusalén (313-386), que describe la comunión de los adultos bautizados en la noche de Pascua, quienes participan por primera vez en la Eucaristía: “Cuando te acerques, no lo hagas con las manos extendidas, o los dedos separados, sino haz con tu izquierda un trono para la derecha, que ha de recibir al Rey, y luego con la palma de la mano forma un recipiente, recibe el cuerpo del Señor y di “Amén”. En seguida santifica con todo cuidado tus ojos con el contacto del Sagrado Cuerpo y súmelo, pero ten cuidado que no se te caiga nada: porque lo que tú pudieras perder es como si perdieras uno de tus miembros. Si te dieran unas limaduras de oro, ¿no las tomarías con el máximo cuidado, y prestando atención a que no se te cayese ni perdiese nada? Y ¿no debes cuidar con mucho mayor esmero que no se te caiga ni una miga de lo que es más valioso que el oro y las piedras preciosas? Después que hayas participado del Cuerpo de Cristo, acércate también al Cáliz de su Sangre, no con las manos extendidas, sino inclinado y en postura de adoración y respeto, y di «Amén» y santifícate participando también de la Sangre de Cristo. Y cuando todavía están húmedos tus labios, tócalos con las manos y santifica tus ojos, la frente y demás sentidos. Luego espera la oración y da gracias a Dios, que te ha hecho digno de tantos misterios” (5, 21 ss…)
San Agustín habla de una reverencia consistente también en una inclinación (Cf. Enarrt. in Ps. 125, 9), y se comulgaba de pie, ya que ésta era la postura de cristiana dignidad ante Dios.
Una descripción análoga a la de San Cirilo nos trae Teodoro de Mopsuestia (ca. 352-ca.426): “Cada uno de nosotros se acerca, con los ojos bajos y las dos manos extendidas (…) con las dos manos extendidas se reconoce la grandeza de este don que se está por recibir. Con la derecha extendida se recibe el Pan que es dado; pero debajo de la derecha pone la izquierda, revelando de este modo un gran respeto» (Homilía XVI).
Ciertamente, al recibir a Jesús en nuestras manos, debemos hacerlo con el mayor amor y veneración, pidiéndole a la Virgen Santísima que nos preste sus manos y sobre todo su corazón, para recibir a su Hijo Jesús; y estando atentos si queda alguna partícula en las manos, a fin de consumirla en presencia del sacerdote o del ministro de la Eucaristía.
Muchos de estos hermanos que se resisten de adorar a Jesús cuando llega a sus manos en esos instantes de sagrada comunión, suelen ser buenas personas, que anhelan la santidad, pero algo incautos, cuyos espíritus se vuelven escrupulosos y se confunden con revelaciones de dudosa veracidad.
Santa Teresa de Ávila también advierte en su tiempo de algunas personas que seguían revelaciones de dudosa veracidad: “Si yo tengo en la Iglesia cuantas verdades he menester para salvarme… quién me mete en embarrarme en un navío de revelaciones dudosas”. [4]
Actualmente algunas de estas supuestas revelaciones, también afirman que es pecado ser ministro extraordinario de la Eucaristía, o recibir la Sagrada Comunión de manos de uno de estos ministros; e incluso amenazan y atemorizan con la condenación eterna.
Posiblemente desconocen que en la historia de la Iglesia uno de los ministros extraordinarios de la eucaristía de los primeros siglos, fue un joven laico llamado Tarcisio.
La Iglesia Católica ha tenido muy especial admiración por este joven que con tanto amor llevaba la Comunión a los prisioneros y con tan enorme valor supo defender la Santa Eucaristía de los enemigos que intentaban profanarla.
San Tarcisio era un joven ayudante de los sacerdotes en Roma. Después de participar en una Santa Misa en las Catacumbas de San Calixto fue encargado por el obispo para llevar la Sagrada Eucaristía a los cristianos que estaban en la cárcel, prisioneros por proclamar su fe en Jesucristo. Por la calle se encontró con un grupo de jóvenes paganos que le preguntaron qué llevaba allí bajo su manto. Él no les quiso decir, y los otros lo atacaron ferozmente para robarle la Eucaristía. El joven prefirió morir antes que entregar tan sagrado tesoro. Cuando estaba siendo apedreado llegó un soldado cristiano (por lo tanto también un laico) y alejó a los atacantes. Tarcisio le encomendó que les llevara la Sagrada Comunión a los encarcelados, y murió contento de haber podido dar su vida por defender el Sacramento y las Sagradas formas donde está el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
La carta a los Hebreos nos recuerda: “No se dejen extraviar por cualquier clase de doctrinas extrañas”[5]. Por lo tanto, queridos herman, no nos dejemos confundir por revelaciones privadas de dudosa autenticidad, que nada tienen que ver con lo que nos enseña las Sagradas Escrituras, el Magisterio, la Tradición de la Iglesia y los mensajes de la Reina de la Paz, que se encuentran en sintonía plena con los que nos enseña su Hijo Jesús y nuestra madre Iglesia.
Éstos son tiempos para confiar en Dios, abandonarnos en sus manos providentes y protectoras sintiendo la alegría de ser Iglesia, pues como nos recuerda nuestra Madre: “¡Queridos hijos! También hoy los invito al abandono total a Dios… Es por eso que El me permite estar con ustedes, para instruirlos y ayudarlos a encontrar el camino de la paz. Pero ustedes no podrán descubrir este camino si no oran. Por eso, queridos hijos, déjenlo todo y consagren su tiempo a Dios y Dios los recompensará y los bendecirá. Hijitos, no olviden que su vida pasa como una florecilla de primavera, que hoy es maravillosa y de la que mañana no habrá quedado nada. Por eso, oren de tal forma que su oración y su abandono se conviertan en una señal en el camino. (25 de marzo de 1988)
Si queremos que el Señor nos libere del coronavirus, dispongámonos a darle a Dios y a María la verdadera corona de cada área de nuestra vida, intercediendo y clamando de todo corazón por la liberación de toda fuerza de mal.
A quienes se sienten atribulados en estos días por el temor también les recomiendo leer y meditar en el corazón el salmo 91.
Termino esta reflexión dándote la bendición y pidiéndote que reces por mí y por todos los seminaristas y los hermanos laicos de mi comunidad.
Padre Gustavo E. Jamut, omv
[1] Precisiones del arzobispo de La Plata sobre la comunión en la mano. Viernes 13 Mar 2020.
[2] Marcos 7:2
[3] Marcos 7:20-23.
[4] Avisos de la madre Teresa de Jesús número 45.
[5] Hebreos 13:9