Tú mereces ser feliz

“Tú multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo” Isaías 9:2

Todas aquellas personas que he conocido lo largo de la vida, quieren caminar sus vidas experimentando el gozo y la alegría. Esto forma parte constitutiva de nuestra existencia “creatural”.

Sin embargo, no todos lo logran, pues un gran número de hombres y mujeres solo experimentan algunas chispas momentáneas, que son esos momentos pasajeros de alegría, y que parecen como agua que se escurre entre los dedos de las manos, que por más que uno se esfuerza en retener, al cabo de un rato ya no quedan sino unas pocas gotas.

Tengas o no fe en Dios, te consideres creyente o ateo, sea cual sea tu creencia religiosa, todos tendemos a buscar la sensación de plenitud de vida y la felicidad. Y este es un objetivo alcanzable para todo ser humano, independientemente de las circunstancias de vida por las que tengamos que atravesar.

Una característica relevante de Medjugorje es la alegría.  Quienes llegan hasta allí en peregrinación, se sorprenden de la alegría de quienes comparten su testimonio de vida, y del gozo profundo que surge en los momentos de oración. Y no es para menos, ya que la misma Reina de la Paz nos invita a la alegría, pues ella nos dice: “Hijitos, oren y alégrense por todo lo que Dios hace aquí” (Mensaje, 25 de julio de 1999).

 

Inexperiencia juvenil

“¡Den gritos de gozo y de júbilo!” Isaías 12:6

Al igual que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, desde mi juventud soy un apasionado de este tema, ya que todos nosotros nos merecemos ser felices, más allá de las circunstancias difíciles de la vida que en ocasiones debemos franquear.

Recuerdo que durante una etapa muy bella y significativa de mi adolescencia, formé parte de un grupo juvenil en la parroquia del Espíritu Santo, en la Ciudad de Buenos Aires.  En algunas oportunidades, después de finalizadas las reuniones del grupo y de rezar el Rosario, nos quedábamos a compartir unas pizzas o un asado, y después de la cena, como jóvenes de espíritu inquieto, “filosofábamos” largas horas sobre diversos temas existenciales.

En una ocasión, en una de esas veladas fraternas, surgió el tema de la alegría duradera. Fue en ese contexto que alguien del grupo preguntó: “ustedes que piensan, “¿es posible estar siempre alegre… o no?”.

Ante esta pregunta, con apenas quince o dieciséis años, cada uno de quienes estábamos allí comenzamos a dar nuestra opinión.  Algunos opinaban que sí, mientras que otros decían que no era posible tener una alegría duradera.

Hoy cuando evoco esas discusiones, imagino a la Virgen María junto a nosotros, y siento que en mi se despierta una gran ternura y buen humor, al darme cuenta que todos hablábamos con tal seguridad y pasión, como si  hubiésemos vivido setenta años, o como si fuésemos expertos en las “materias” de la vida.

Me llama la atención, como las imágenes de esos momentos, y los recuerdos de esas conversaciones entre amigos, han quedado grabados tan firmemente en mi memoria; ya que en más de una oportunidad, al orar o al predicar sobre la alegría duradera, evoco esa “compartida juvenil”.

 

 El anhelo de la felicidad

“Clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén”  Isaías 40:9

Yo por mi parte, con el correr de los años, he ido descubriendo -por experiencia propia y ajena-, que el ser humano busca la felicidad y la alegría más que ninguna otra cosa en el mundo.  Y si esta necesidad existe es porque Dios al crearnos ha sembrado en nuestras almas este anhelo de vivir en plenitud de gozo y alegría, al punto de que todo ser humano busca lo mismo: ser feliz.  Y si Dios ha puesto en nosotros este anhelo, no es para dejarlo permanentemente insatisfecho.

Sin embargo, diversos factores pueden hacer que algunas personas busquen la felicidad de manera equivocada, en un lugar incorrecto, o a través de acciones con las cuales no la encontrarán, sino que por el contrario se irán alejando cada vez más de ella. Es como quien corre detrás de un espejismo, para nunca alcanzarlo.

Hay personas que en aquellos momentos donde los acontecimientos le son favorables, y se alinean con sus deseos, entonces alcanzan cierto entusiasmo o bienestar; pero cuando les sucede algo que va contra esas aspiraciones, o cuando se presenta una contradicción en la vida, rápidamente pierden la alegría y la serenidad interior.

Otras personas, en cambio, una vez que obtienen lo que anhelaban con tanta intensidad, se dan cuenta que aun habiendo alcanzado los logros tan anhelados, no llegan a ser realmente felices y no pueden retener una alegría duradera, pues carecen del manantial de agua viva, de donde brota la auténtica dicha y paz interior.

 

La paz y la alegría van de la mano

“¡Prorrumpan, montes, en cantos de alegría!” Isaías 49:13

En este sentido la paz interior y la alegría espiritual son como dos hermanas gemelas que están entrañablemente unidas, donde va una la otra le acompaña.

De manera similar la alegría y la paz también son como dos caras de una misma moneda. Sin una verdadera paz no se puede gozar de una alegría profunda, y duradera, no se puede disfrutar realmente el compartir la vida con los miembros de las familias o con los amigos, ni gozar de los logros y las cosas materiales.

Por eso la espiritualidad de Medjugorje es una escuela de vida, y María se presenta como Reina de la Paz, ya que cuando le abrimos las puertas del corazón, recibimos los frutos de un nuevo Pentecostés, que -al igual que en el aposento alto de Jerusalén-, somos colmados de la paz y de la alegría que proceden del cielo.

Es por ello que, la paz que procede de Dios intensifica el don de la alegría; y a la vez, ésta enriquece y aumenta la paz. Y ambas llenan de una nueva luz cada momento y cada acontecimiento de nuestra vida cotidiana.

 

La alegría y la felicidad

“¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén!” Zacarías 49:13

En este articulo -y en otros que si Dios me lo permite compartiré en las próximas semanas- iré mencionando de manera indistinta, y de una manera amplia y general, los términos alegría, felicidad, gozo o dicha. Sin embargo, en un lenguaje en sentido estricto, la alegría y la felicidad no son lo mismo, aunque sí podemos afirmar que son complementarias.

La diferencia entre la felicidad y la alegría reside esencialmente en lo que se refiere al tiempo de duración y a la intensidad.

La felicidad es un estado permanente y estable, que aún siendo emocional, trasciende la esfera de los sentimientos pasajeros y volubles. Por lo tanto se refiere más a una sensación de bienestar o de dicha habitual.

La felicidad se nutre de la conciencia del propio valor que tiene la persona y de la entrega apasionada a las metas de la propia vida; mucho más si existe la conciencia de que estas metas son invitaciones para recorrer un camino trazado por Dios, y que por lo tanto trascienden la esfera y los límites de la propia vida, e incluso de la temporalidad terrena.

La alegría es un estado o una emoción pasajera, momentánea y espontánea. Es sinónimo de júbilo, bienestar o gozo.

La alegría, al ser un sentimiento o una emoción, genera una reacción física instintiva, ya que el cerebro produce una hormona que reduce el estrés de forma automática y fortalece el sistema inmunológico.  Por eso, a pesar de ser temporal, la alegría es necesaria como una forma de enfrentar la vida, y como camino para alcanzar la felicidad.

Por lo cual, yo te invito a que a medida que vayas leyendo serena y pausadamente estas reflexiones y meditándolas, tú pidas la intercesión de la Reina de la Paz, a fin de que el Espíritu Santo te ayude a sanar las heridas de tu alma, que te conceda el fruto de la alegría, y que te ayude a recalcular y a revalorizar los objetivos de tu vida. De este modo experimentarás, como las raíces de la felicidad arraigarán profundamente en tu alma, para que los vientos huracanados y las tormentas de la vida -aún cuando te sacudan un poco y quiebren algunas de tus ramas-, no lleguen a derribarte; sino que al llegar cada nueva primavera, puedas reverdecer, florecer y fructificar con mayor intensidad.

Recuerda una y otra vez las promesas de Nuestra Madre, que nos dice: “Yo me he quedado tanto tiempo entre ustedes para ayudarlos en las pruebas.” (Mensaje, 7 de febrero de 1985) y “¡Queridos hijos! Entréguenme a Mí todos sus sentimientos y todos sus problemas. Yo quiero consolarlos en sus pruebas; Yo deseo llenarlos con la paz, el gozo y el amor de Dios”. (Mensaje, 20 de junio de 1985)

Uno de los principales objetivos de estas meditaciones -que puedes compartir también con tu grupo de oración-, es ayudarte a abrir las puertas del corazón a la virtud de la esperanza, e impulsarte para realizar cambios positivos en tu vida cotidiana, de manera tal que puedas encontrar la motivación y las fuerzas para dirigir tu mundo interior en dirección al don de la auténtica alegría.

Seguramente algunas de estas reflexiones te ayudarán a trabajar interiormente, partiendo desde el núcleo de tu interioridad más profunda, que luego se irá esparciendo hacia el exterior, a fin de acrecentar en ti la alegría y la felicidad duraderas que proceden de Dios y de la Virgen María, para transmitir también ese gozo a quienes más lo necesitan.

En este sentido, oro contigo y por ti, para que el Señor con su Bendición sane cualquier herida del alma, y colme de su alegría todo tu ser, a fin de que puedas ser un canal de paz y de alegría que llegue al corazón de muchas personas que tienen necesidad de ti.

 

Padre Gustavo E. Jamut, omv

“La alegría del Señor es nuestra fuerza. Todos nosotros, si tenemos a Jesús dentro nuestro, debemos llevar la alegría como novedad al mundo”.  Santa Madre Teresa de Calcuta

 

 

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