Cada día es una sorpresa maravillosa. La enseñanza cotidiana de S.S. Francisco -el primer Papa latinoamericano- es una permanente novedad. Y más novedad aún pues nos confirma la acción del Espíritu Santo en una persona elegida pero a la vez dócil a la divina acción en él.
Yo quiero ahora solamente comentar una de esas perlitas cotidianas que el Papa ha dicho hace algún tiempo en una homilía, para leerle y pensarse bien:
“También existen los cristianos de salón, ¿no? Son aquellos educados, buenos, pero que no saben traer hijos a la Iglesia con el anuncio y el fervor apostólico. Hoy podemos pedir al Espíritu Santo que nos de este fervor apostólico a todos, y también nos de la gracia de molestar en aquellas cosas que están demasiado tranquilas en la Iglesia; la gracia de avanzar hacia las periferias existenciales. ¡Qué necesario es esto para la Iglesia! Y no solamente en las tierras lejanas, en las iglesias jóvenes, en los pueblos que todavía no conocen a Jesucristo, sino aquí, en la ciudad. Precisamente en la ciudad necesitan este anuncio de Jesucristo. Por tanto pidamos al Espíritu Santo esta gracia del celo apostólico, cristianos con celo apostólico… Y si molestamos, bendito sea el Señor. Adelante, como dice el Señor a Pablo: ¡Valentía!”.
Palabras tan acertadas. Y creo que es una gracia inmensa el recibir de Dios el “don de molestar” (no sé si a este punto, este don podrá ser agregado a los dones carismáticos del Espíritu Santo, pero de que es necesario, lo es). Y es que hay cosas muy tranquilas tanto en la Iglesia (en tanto institución y comunidad) como también hay cosas más que tranquilas -dormidas- en nuestras vidas. Y de tan tranquilas ya se convierten en corazas para el anuncio del Evangelio, se convierten en muros indestructibles para nuestra conversión de cada día.
Pero antes de decirnos aquello de “la gracia de molestar”, el Santo Padre ha hablado, así como “de taquito”, acerca de los “cristianos de salón”. Vaya, vaya. Hasta donde yo sé, es la primera vez que un Sumo Pontífice nos dice cosas tan graves en lenguaje tan pero tan sencillo, casi coloquial. Y es que el asunto sí que es grave y además extendido: existen cristianos de salón a montones, en todos los rincones y de todos los colores. Es aquella gente buena, bien educada, que cuida bien las formas y las formalidades, pero que no tiene el valor de hablar de Jesucristo -“no saben traer hijos a la Iglesia”, ha dicho el Santo Padre-. Y eso es un pecado que clama al cielo en este mundo nuestro en el que parece que a Jesucristo aun lo tenemos bien amordazadito y calladito. Y hasta nos parece que hablar de Jesucristo -y escribir de Él- ya es una intolerancia y una muestra de falta de respeto por los que no creen o no quieren creer…
Tenía que ser el Santo Padre el que pusiera los puntos sobre las íes. Bendito sea Dios por el Papa Francisco, bendito y mil veces bendito.
Y todavía esto aquello de “avanzar hacia las periferias existenciales”. Es decir, tener el valor de dejar nuestras comodidades y también nuestros “anuncios cómodos” del Evangelio. Tener el valor de llegar hasta donde nadie llega y sin buscar reconocimientos ni fotitos. Tener el valor de no contentarnos con la reunión una vez por semana y darnos tiempo, más que para ir juntitos al cine o a comer algo bien rico, dejarlo todo por hacer un anuncio audaz de Jesucristo. Y ojalá se vea a más católicos embarrándose las manos entre los pobres, entre los enfermos, entre los que nadie visita, entre los que nunca son visitados…
Sí, es una gracia tremenda la de molestar, la de ser una espina clavada en el pie para incomodar tanto aburguesamiento y tanta rutina en la que nos metemos cada día.
Gracias Santo Padre Francisco: Dios le guarde y le ilumine siempre, como hasta ahora.
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