El jueves 3 de agosto, Angela Hayes (Irlanda) dio su testimonio junto con su familia. Habló de la tragedia que habían vivido y de cómo encontraron la salvación en Medjugorje. Su hijo Alan es miembro del Coro Internacional y al finalizar le dedicó a su madre la canción titulada “Superviviente”.
En esta ocasión, aportamos el testimonio completo: “Me llamo Angela y hoy estoy aquí con mi hijos y un grupo de 117 jóvenes de Kilkenny, Irlanda. Todos tenemos algo en común: en nuestro entorno hemos sufrido algún caso de suicidio. Todos conocemos a alguien a quien se le ha suicidado un marido, una esposa, un hijo, una hija, un hermano, una hermana o un amigo. En 2002 mi esposo Tommy se suicidó. Tenía 32 años y teníamos 4 hijos: Stephen, de 13 años, Thomas, de 10, Robert, de 7 y Alan, de cuatro y medio. No existen libros ni palabras que te puedan consolar en un caso así.
No existe nada que te pueda preparar para la inmensa confusión que conlleva un suicidio.
¿Cómo nos podemos enfrentar a algo así? No sé cómo lo hicimos, pero mi deseo hoy es el de ayudar a otras personas. El enfrentarme a la pena y la pérdida de mi esposo y padre de mis hijos es algo que no le deseo a nadie. ¿Cómo le explicas a unos niños, mis hijos, que su padre acabó con su propia vida? Sentada con ellos la noche de su muerte e intentando explicarles que fue un accidente y que papá no se encontraba bien fue lo mejor que se me ocurrió en aquel momento. Tenía que ser lo más sincera posible.
Mi vida siguió como si yo estuviera en modo de “piloto automático”, pues tenía que enfrentarme al día a día como fuera viniendo sin saber qué era lo mejor que podía hacer por mis hijos y cómo íbamos a sobrevivir tanto económica como emocionalmente sin mi marido y el padre de mis hijos.
Fui muy afortunada por contar con una familia y unos amigos muy cariñosos que nos cuidaron y apoyaron, en especial mi padre y mi madre. Fueron los que estuvieron ahí para que me fuera levantando y también los que me ayudaron a cargar con mi cruz.
En el 2002 los servicios de apoyo en Kilkenny eran limitados. Sólo teníamos acceso a un consejero para dos de mis hijos y los otros dos participaron en un programa de un par de semanas que ayudaba a niños que habían vivido algún tipo de trauma familiar.
Cada día era una lucha, pero teníamos que enfrentarnos a ello de la mejor manera posible.
Yo estaba muy atareada trabajando en un centro de entrenamiento y criando a los niños. A diario estaba en contacto con mucha gente pero no tenía tiempo para tomarme una hora para cuidarme a mí misma y que me aconsejaran. La verdad es que todavía no entiendo cómo pude superar todo esto. Por aquel entonces los niños no paraban de jugar el fútbol, de nadar, correr, etc., y yo tenía que hacer de madre y de padre. Mientras dejaba a uno en el fútbol, recogía a otro que estaba entrenando y así todo… Me costaba mucho ver a otras familias juntas y felices. ¡Me sentía tan sola!
Cuando recuerdo aquella época, creo que lo mejor que hice aquel verano fue comprar una tienda de campaña para irnos todos juntos de acampada. Éramos como un pequeño grupo de scouts montando la tienda entre todos: uno tenía que poner los clavos de la tienda (en una ocasión se nos olvidaron), otro tenía que inflar los colchones, etc. Trabajamos juntos en equipo. No teníamos ni televisión ni electricidad, pero teníamos mucho tiempo para hablar y pasear por la playa.
Disfrutamos muchísimo de esos días de camping todos juntos en Waterford. Nos encantó a todos y doy gracias a Dios por esos recuerdos que son como tesoros.
Sin embargo, a los 16 años, mi hijo Stephen estaba en pleno combate por su vida. Se volcó en la bebida y en la droga para poder soportar el dolor de la pérdida de su padre. Quiso dejar el colegio, dejó de ir al fútbol, el “hurling” y otros deportes que hasta entonces le encantaban. No le quedaban valores en la vida y lo único que quería era irse de este mundo. Estaba muy enfadado.
Pasamos muchas noches buscando a Stephen: yo montaba a los niños en el coche y conducía por toda la ciudad, por la zona del río, llorando y confiando en que lo encontraría sano y salvo. Se me rompía el alma. Su vida se había vuelto del revés y no podía enfrentarse al dolor de haber perdido a su padre.
Menos mal que pasado un tiempo, Stephen fue admitido en el Centro de Terapia de Drogas y Alcohol de Aislinn. Allí pudo descansar y recibir los cuidados que necesitaba; también aprendió a enfrentarse al día a día y a vivir la vida sin drogas.
En septiembre de 2010 la vida nos iba de maravilla y pensábamos que no nos podría ir mejor. Habíamos superado lo peor y estábamos aprovechando la vida a tope.
El segundo de mis hijos se llama Thomas. Cuando terminó el colegio decidió prepararse para ser chef. En su tiempo libre era jefe de un grupo scout, pues había formado parte de ellos desde pequeño y era su pasatiempo preferido. Le encantaba estar al aire libre y las aventuras de la vida del scout. Por desgracia, Thomas no pudo soportar el dolor de la pérdida de su padre y 9 años y 1 día después de su muerte, en marzo del 2011, se quitó la vida con 19 años. Esto es lo más terrible que le puede suceder a una madre. Perdí a mi precioso hijo Thomas, se suicidó. En ningún momento había dado señales de cómo se sentía ni de que esa carga tan pesada que llevaba con tanto dolor le estaba hundiendo cada vez más. ¿Cómo? ¿Por qué? Me sentía incapaz. ¡Era un dolor insoportable! Mi hijo. El corazón se me hizo trizas. Era hermoso por dentro y por fuera. Era cuidadoso, cariñoso y extrovertido. En Kilkenny y en el condado Thomas era amado y respetado por todos, tanto jóvenes como adultos en Kilkenny. Hoy día le siguen teniendo muy presente y les brota una sonrisa cuando lo recuerdan.
Yo me preguntaba cuándo y en qué me había equivocado. Encontré un gran consuelo en la carta que me dejó, en la que me aseguraba que yo no tenía ninguna culpa, que sólo quería marcharse con su padre y que estaba deseando contarle los grandes momentos que pasamos juntos, especialmente aquellos días de acampada.
Volvíamos a enfrentarnos a cómo íbamos a sobrevivir y a vivir la vida sin mi hijo, hermano y amigo. Estábamos destrozados. Después de tantos años de tan duro trabajo y cuando por fin las cosas parecían que iban bien… ¿Por qué tuvo que suceder algo así?
Tras la muerte de Thomas en el 2011, mis hijos Stephen y Robert conocieron a Joe Malone. Les invitó a ir al Festival de la Juventud de Medjugorje. Este fue el principio de la recuperación y el comienzo de una vida nueva. En el año 2012 Stephen me dijo que tenía que ir a Medjugorje. Sus palabras exactas fueron: “Es alucinante, te encantará. Por favor, ve.” Al verano siguiente Stephen, Robert, Alan, Caoimhe y yo nos unimos al grupo de jóvenes y nos fuimos a Medjugorje.
No voy a entrar en mucho detalle sobre Medjugorje, ya que cada uno lo vive de diferente manera y estoy segura de que habréis escuchado historias maravillosas de este lugar, pero todos coincidimos en algo: la paz.
Dios mío, ¡nunca había vivido antes nada como Medjugorje! Durante mi estancia aquí se me quitó un gran peso de encima y pude experimentar la paz del corazón. Una paz verdadera me inundó el corazón y supe que la Virgen estaba ahí para ayudarme a llevar esta carga; sentí que no estaba sola.
No dejo, o al menos lo intento, dejar que las cosas me preocupen, pues rezo con serenidad y se lo paso a las “altas instancias”, ya que al final del día lo que ha de ser será, independientemente de que me estrese o me preocupe sobre infinidad de cosas que están fuera de mi control.
Medjugorje ha sido un milagro para mi familia. Tanto la paz como la sanación de mis hijos y la mía que allí vivimos cambió nuestras vidas y nos ayudó a enfrentarnos a las luchas del día a día de otra manera. Nos encanta venir. Es maravilloso ver a tanta gente joven vivir la paz y retomar la fe. Todos nos necesitábamos.
Afortunadamente, y gracias a la ayuda de Nuestra Señora de Medjugorje, hoy mi hijo Stephen es carpintero y un super padre que me ha dado a mi nieto Thomas y a mi nuera Lauren. Valora mucho la vida y está muy centrado. Mi hijo Robert tiene ahora 23 años y es miembro de las fuerzas de defensa con base en Irlanda. Ha finalizado hace poco un viaje por el Líbano, organizado por las Naciones Unidas para favorecer la paz en la zona. Comenzará la universidad en septiembre.
Alan, el más joven de mis hijos, tiene 21 años y le han concedido una beca para ir a la Universidad de Cork para estudiar Ciencias Sociales. Ha recibido premios por sus trabajos de voluntariado y de compromiso con la comunidad. El año pasado fue elegido “Líder Mundial de la Juventud 2016”, premio que le fue otorgado en Nueva York. Alan es también miembro del Coro Internacional del Coro de la Juventud de Medjugorje y durante muchos años ha estado cantando con el grupo y en solitario.
Mi hija Caoimhe tiene 7 años y es una chispita que no para, a la que le encanta bailar y cantar, además de atraer continuamente la atención de sus hermanos.
He vivido en primera persona lo que implica un suicidio y cómo afecta a toda la familia. No hay palabras para describir lo difícil que es vivir el día a día.
En el 2014 nos invitaron a mi y a toda la familia a un programa de televisión para compartir nuestra historia sobre cómo había afectado el suicido a la vida de mi familia. Alan cantó “Superviviente”, una canción que escribió y que me dedicó. Recibimos muchísimo apoyo y nos animaron a que grabásemos el tema para donar los beneficios obtenidos a obras de caridad.
Esto es lo que me lleva a saber cómo y por qué se creó la Fundación Thomas Hayes en 2014.
Nuestros objetivos son: Intervención ante el suicidio, apoyo familiar y concienciación de salud mental. ¿Cómo lo hacemos? Tenemos una casa llamada Teac Tom abierta de lunes a viernes y un contestador disponible 365 días al año, 24 horas al día. Ofrecemos ayuda gratis con consejeros especializados tanto nivel individual como familiar. Tenemos un grupo de apoyo a la familia. Proporcionamos terapias de juegos para niños. Somos una comunidad que se centra en la intervención ante el suicidio, la concienciación de la salud mental y el apoyo en el duelo.
Nuestra misión consiste en apoyar por medio de especialistas las necesidades privadas y confidenciales de esas familias afectadas por el mayor asesino de Irlanda: el suicidio. Estoy plenamente convencida de que la Fundación “Thomas Hayes” y Teac Tom son obras de la Virgen. El verlo de este modo me produce una gran paz.
Me tenéis a vuestra entera disposición para lo que necesitéis durante esta semana. Tengo tarjetas informativas que os puedo dar por si conocéis a alguien que lo necesite.
Os pido que por favor recéis por nosotros y, para finalizar, lo único que os puedo decir es que si habéis vivido de cerca alguna experiencia de suicidio, mantened la esperanza, permaneced unidos y rezad. ¡No lo podéis hacer solos!”, declaró Angela. Para finalizar, Alan cantó una canción que dedicó a su madre.