El mensaje público de Fátima, esto es, el que nuestra Madre Celestial dirige a la Iglesia, confirma Su amor maternal y Su deseo ardiente de que todos Sus hijos se salven.
El cardenal Joseph Ratzinger (Papa Emérito Benedicto XVI) señaló que la clave de la aparición de Fátima es su llamado a la penitencia y a la conversión. En este centenario de las Apariciones, su mensaje sigue siendo más urgente que nunca.
No voy a referirme en esta reflexión a su dimensión profética, es decir, a su compromiso con la historia (no voy a hablar del contenido del famoso secreto revelado el 13 de julio de 1917), sino a su esfera mística (la que hace referencia a nuestra relación íntima con Dios). En este sentido, los mensajes de Fátima son un llamado apremiante:
- a la conversión personal (a arrepentirnos de nuestros pecados y a enmendar nuestras vidas: “a no ofender más a Dios”);
- a la oración (especialmente al rezo diario del santo Rosario);
- a los sacrificios personales (ofrecidos por amor a Jesús, por la conversión de los pobres pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María);
- a la Comunión Reparadora de los primeros sábados durante cinco meses consecutivos;
- y, sobre todo, a la penitencia que es, a la vez, don y virtud. El Catecismo la define como “una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia” (1431). La penitencia fructifica en obras externas, poniendo en juego a la persona entera, cuerpo y alma. Sus formas principales son el ayuno, la oración y la limosna (cfr. Tb 12,8; Mt 6,1-18).
La Virgen nos recuerda la gravedad del pecado y sus consecuencias tanto para la vida temporal como la eterna: el castigo del infierno para los pecadores impenitentes y el castigo para el mundo por ofender a Dios. El mensaje mariano en Fátima confirma, de este modo, la teología de la Iglesia Católica en relación con los “novísimos” o “realidades últimas” (la escatología): purgatorio, cielo, infierno.
El mensaje de Fátima está formado por un conjunto de elementos que, principalmente, forman parte de doce apariciones sobrenaturales (nueve de ellas a tres pastorcitos de Aljustrel en Portugal: santa Jacinta y san Francisco Marto y su prima Lucía dos Santos, y las últimas tres a la mayor de ellos, la Sierva de Dios sor Lucía). En estas apariciones vieron a un Ángel; a la Santísima Madre de Dios (como Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora del Carmen, la Virgen de los Dolores y el Inmaculado Corazón de María); a san José y al Niño Jesús; a Nuestro Señor y una asombrosa teofanía Trinitaria. Y recibieron revelaciones y mensajes.
- Las tres apariciones del Ángel (de la Paz; de Portugal) en primavera, verano y otoño de 1916 (en los alrededores de Aljustrel) que prepararon las del año siguiente de Nuestra Señora y en las que enseñó a los pastorcitos varias oraciones (v.gr., “Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman”). También les dijo: “¡Orad! ¡Rezad mucho! De todo lo que podáis, ofreced un sacrificio en acto de reparación por los pecados con que Dios es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe”; “reparad los crímenes de los hombres ingratos y consolad a vuestro Dios”.
- Las seis Apariciones de la Madre de Dios, la Santísima Virgen María, Nuestra Señora del Rosario, en Cova de Iría (Fátima), en 1.917, a los tres pastorcitos: Lucía, Jacinta y Francisco. De entre los mensajes dados por Nuestra Señora de Fátima en aquel bendito lugar quisiera recordar los siguientes:
- “¿Queréis ofrecer a Dios el soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?” (13 de Mayo, 1917).
- “Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón” (13 de junio de 1917).
- “¡Haced sacrificios por los pecadores!” (13 de Julio de 1917).
- “Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón” (13 de julio de 1917).
- “(…) vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará” (13 de julio de 1917).
- “Orad, orad mucho y haced sacrificios por los pecadores. Son muchas almas que van al infierno porque no hay quien se sacrifique y ruegue por ellas” (19 de agosto de 1917).
- “Continuad rezando el santo rosario todos los días. ¡No ofendáis más a Nuestro Señor, que está ya muy ofendido!” (13 de octubre de 1917).
- Finalmente, las tres Apariciones que siguieron en Galicia (España) a sor Lucía: el 10 de diciembre de 1925 y el 15 de febrero de 1926 en el convento de las Hermanas Doroteas de Pontevedra y el 13 de junio de 1929 en el convento de Tuy.
En efecto: cumpliendo su promesa del 13 de julio de 1917, años más tarde, en Pontevedra, Nuestra Señora se apareció con el Niño Jesús para pedir la devoción a Su Corazón Inmaculado y la comunión reparadora de los primeros sábados (cinco sábados seguidos) con una serie de prácticas (como actos de reparación por los pecados: confesarse, comulgar, rezar la tercera parte del Rosario y “acompañarla” quince minutos meditando en los misterios del Rosario, con el fin de desagraviarla).
Finalmente, la revelación de Tuy corona el ciclo de las apariciones de Fátima con una teofanía espectacular (el llamado “Icono de la Trinidad Redentora”) en la que sor Lucía tiene una “visión” en la que se le revela la Santísima Trinidad, junto a Nuestra Señora de Fátima que aparece con su Corazón Inmaculado “sin espada ni rosas sino con una corona de espinas y llamas”, y dos letras como si fueran de agua cristalina, que caen sobre el altar, formando estas palabras: Gracia y Misericordia. Nuestra Señora le dice: “Ha llegado el momento en que Dios pide al Santo Padre que haga, en unión con todos los Obispos del mundo, la Consagración de Rusia a Mi Inmaculado Corazón; prometiendo salvarla por este medio. Son tantas las almas que la Justicia de Dios condena por pecados cometidos contra Mí, que vengo a pedir reparación; sacrifícate por esta intención y reza”.
La Virgen María vino a Fátima y a Pontevedra para recordar a un mundo que caminaba hacia la apostasía la gravedad del pecado y sus consecuencias, el castigo del infierno para los pecadores impenitentes y el castigo para el mundo por ofender a Dios.
El mensaje profético de Fátima contiene las advertencias amorosas de la Santísima Virgen, Madre de Dios: sus pedidos son obligatorios y si no fuesen atendidos (la devoción a su Corazón Inmaculado, la Comunión Reparadora de los primeros sábados y la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón), se desataría la Segunda Guerra Mundial y el comunismo (Rusia) expandiría sus errores por todo el mundo, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia. Por último, Ella prometió el triunfo de su Inmaculado Corazón, que sobrevendrá a la consagración y conversión de Rusia.
Por eso, el mensaje de Fátima no es sólo una invitación a la conversión, a la oración, al sacrificio y la penitencia, sino también una invitación a la esperanza, recordándonos la continua presencia de Dios y de Su Santísima Madre en medio de nosotros, aún en las horas más trágicas de la historia, en la que: “Al final, Mi Corazón Inmaculado triunfará”.