25 de agosto de 2003

En el mensaje de hoy, la Madre María nos invita a la oración de agradecimiento por todo lo que Dios nos ha dado y nos da. Todo lo que El ha creado es para el hombre y por el hombre. Eso nos lo confirma el libro del Génesis: “Dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra.” Y Dios continuó diciendo: “Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento.” (Gn 1,28b -29). Dios creó al hombre gracias a la abundancia de su amor. En el corazón del hombre está impreso el sello de su espíritu y de su amor de la manera más perfecta. Todas las demás criaturas son apenas signos de la presencia de Dios, y el hombre es la imagen de Dios. El corazón humano está intranquilo mientras no se tranquilice en Dios, por eso nada puede calmar al hombre excepto Dios. Dios es para el hombre una pregunta ineludible porque finalmente es Dios la respuesta que el hombre se plantea a sí mismo: “¿A quién pertenezco y a dónde voy?” Nadie y nada puede sofocar en el hombre este anhelo, esta hambre y sed de Dios. La historia nos testimonia que Dios es inamovible del corazón y de la mente de la gente de todas las generaciones. El hombre busca a Dios de diversas formas, consolándose con diversas fuentes que pueden ser falsas y malsanas. Con María estamos seguros de que llegaremos a la fuente sana, a Dios. Nos promete su intercesión hasta que nuestra alegría en El sea plena.

Tal como Dios miró misericordiosamente la pequeñez de su sierva María, así Dios mira a cada hombre, así Dios ama a cada hombre. María nos alienta a mirar primeramente lo que nos rodea, las maravillosas obras de Dios que por sí mismas, sin el Creador, no podrían haber existido. De las cosas creadas y de las criaturas creadas concluimos que el Creador existe. Si las criaturas pueden ser tan hermosas y perfectas, cuánto lo será su Creador. Despreciar lo que Dios creó es lo mismo que despreciar al mismo Creador. Este mundo que nos rodea, cada hombre y nosotros mismos, somos obra de las manos del Creador y de su amor. Este mundo es el mundo de Dios, y todo el universo respira con el aliento de vida del Dios vivo. Todo lo que somos, lo que vemos y tenemos no es nuestro sino de Dios. No nos pertenecemos a nosotros mismos sino a Dios. Esta Tierra no es nuestra sino de Dios, es su obra. Por eso el hombre debe permanentemente investigar este mundo maravilloso y sus leyes que no ha conocido aún en su totalidad. Por causa de que el hombre es un extranjero aquí en la Tierra, y por el hecho de la Tierra no es su obra, él debe investigar y conocer la Tierra y sus leyes.

Un escritor eslovaco escribió una novela llamada: “A quién pertenece el sol”, que habla sobre un niño de una familia muy pobre. El no sabía que era pobre porque vivían felices. Llegó a descubrirlo porque en la escuela lo comenzaron a llamar pobre. Entonces el niño le preguntó a su madre: “¿Por qué somos pobres?” Recibió esta respuesta: “Porque esta casa no es nuestra, porque esto no es nuestro, ni eso es nuestro…” El niño quedó sorprendido. Eso no lo sabía. Al final planteó la última y decisiva pregunta: “Y entonces, ¿a quién pertenece el sol?” La respuesta de la madre le dio mucha alegría: “El sol pertenece al buen Dios.” Fue la revelación de la paternidad divina que lo acompaño durante toda su vida.

Comencemos a agradecer a Dios. Aprendamos a orar agradeciendo no solamente por lo bueno y hermoso en nuestra vida sino también por lo que es difícil, fatigoso e incomprensible, sabiendo que Dios todo lo convierte en bien para aquellos que lo aman.

Aprendamos con María y oremos con María.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.08.2003

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