¡Queridos hijos! Os miro y os veo perdidos, y no tenéis oración ni alegría en el corazón. Hijos míos, regresad a la oración y poned a Dios en el primer lugar y no al hombre. No perdáis la esperanza que os traigo. Hijos míos, que este tiempo sea para vosotros buscar cada día más a Dios en el silencio de vuestro corazón y, orad, orad, orad hasta que la oración se convierta en alegría para vosotros. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”