¡Queridos hijos! Os miro y veo en vuestro corazón muerte sin esperanza, inquietud y hambre. No hay oración ni confianza en Dios, por eso el Altísimo me permite traeros esperanza y alegría. Abriros. Abrid vuestros corazones a la misericordia de Dios y Él os dará todo lo que necesitáis y llenará vuestros corazones con la paz, porque Él es la paz y vuestra esperanza. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!