¡Queridos hijos! Alegraos conmigo, convertíos en alegría y agradeced a Dios por el don de mi presencia entre vosotros. Orad para que en vuestros corazones Dios esté en el centro de vuestra vida y con vuestra propia vida, hijos míos, testimoniéis para que cada criatura pueda sentir el amor de Dios. Sed mis manos extendidas para que cada criatura pueda acercarse al amor de Dios. Yo os bendigo con mi bendición maternal. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!