¡Queridos hijos!, todos estos años que Dios me permite estar con vosotros, son un signo del inmenso amor que Dios siente por cada uno y una señal de lo mucho que Dios os ama. Hijos míos, ¡cuántas gracias el Altísimo os ha dado y cuántas gracias desea daros! Sin embargo, hijos míos, vuestros corazones están cerrados y viven en el miedo y no permiten que el amor de Jesús y Su paz tomen posesión de vuestros corazones y gobiernen vuestras vidas. Vivir sin Dios es vivir en la oscuridad y nunca llegar a conocer el amor del Padre y su cuidado por cada uno de vosotros. Por eso, hijos míos, hoy de una manera especial, orad a Jesús, para que desde hoy vuestra vida experimente un nuevo nacimiento en Dios y llegue a ser una luz que irradie de vosotros. De esta manera os convertiréis en testigos de la presencia de Dios en el mundo y en cada persona que vive en la oscuridad. Hijos míos, yo os amo e intercedo por vosotros cada día ante el Altísimo. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!