Cuando llegué a Croacia, me sorprendió la belleza del paisaje, alabé al Señor al regalarme lo que mis ojos y todo mi ser percibía y sobre todo el “estar ahí” pues no tenía claridad ni certeza del “por qué” me encontraba allí. Acepté la invitación que me hicieron, pues necesitaba un tiempo de retiro y reflexión conmigo y por qué no decirlo, sentia bastante curiosidad, ya que había escuchado muchos comentarios sobre Medjugorje….
¿Qué respuestas encontraría aquí? ¿El Señor me tendrá alguna sorpresa? Fueron preguntas que surgieron fuertemente en mí.
Arribamos a Medjugorje. Nos dirigimos juntos a la Iglesia y pudimos recibir al Señor en la Eucaristía -qué solemnidad más hermosa, cantos, rezos y muchísimos concelebrantes-. Qué piedad más sorprendente, nos quedamos después a la Adoración del Santísimo, momento de recogimiento, agradecimiento y de mucha emoción, todo muy solemne, los cantos, el fervor de los frailes, y sobretodo estar tan cerca del Señor. Allí en ese ambiente di gracias e inicié, creo, un andar diferente, pues en mi interior comenzaron a surgir la alabanza, la reflexión y la oración con mucha vitalidad. Especialmente porque comenzaba a comunicarme muy íntimamente con Él. Le comparo cómo me estaba sintiendo en mi ser “hermano menor” (franciscano).
El día anterior al anuncio de la visita de la Sanosima Virgen me sentí muy inquieto, los feligreses iban y venían por las calles o cruzando a través de las viñas, yo no me atrevía a subir el cerro que me habían descrito como muy escabroso, pero desde la casa en donde estaba, seguía observando ¿qué tendrá de misterioso ese cerro? ¿por qué a pesar de lo difícil la gente subía, cuál era su atractivo? Por la noche se organizó la salida para ir hasta el lugar donde la Santísima Virgen nos regalaría un nuevo mensaje. Había que ir muy temprano, los valientes partirían a las 2.00 am. Yo expresé que si me acordaba iría. No puedo dejar de decir que sí me acordé y sentí la salida de los otros, pero arrebozado en la almohada le dije a la Santísima Virgen que iría más tarde y, que si Ella quería me regalaría igual algún mensaje especial. Me justifiqué así para no salir tan temprano. Ahora pienso: ¡que osadía y atrevimiento el mío!
Salí a eso de las 5.00 am, estaba oscuro, todo era silencio, pero al atravesar el jardín escuché una voz: “hermano, ven con nosotros” y así, me encontré con una pareja de italianos: Anastasia, una señora anciana y el joven Marko, que como yo, se dirigían hacia el lugar de las apariciones. Alegremente, caminamos juntos compartiendo nuestras vidas. Anastasia es una mujer piadosa, preocupada por la conversión de las personas y muy devota de la Virgen. Por su parte, Marko, había aceptado la invitación de la mujer por turismo y casi por casualidad. No era mala idea conocer Croacia, tenía tiempo y dinero, había un cupo en el tour y en sólo dos días decidió emprender esta aventura. Una de las preguntas que el joven se planteaba fue: ¿qué hago aquí? no sé qué es lo que estoy haciendo, me decía continuamente. Pero yo mismo no sabía darle una respuesta… seguimos caminando y llegamos al sendero por el que se asciende al Monte de las Apariciones, uf… me pareció muy escabroso, tal si por ahí hubiere pasado un riachuelo dejándolo lleno de piedras, y lo peor ¡había que subir!
Queríamos llegar lo más cerca, pero lo veía tan difícil, que no me preocupé más de eso, sólo comencé a sentir voces y ruidos de los rosarios que estaban en las manos de los peregrinos ¡con qué fervor rezaban y cantaban! La luz del día llegó, vi rostros llenos de piedad, la fuerza y convicción de que estaban dialogando con el Señor a través de María. Me sorprendí y hasta hoy estoy maravillado de esa piedad. Hombres y mujeres que desde temprano ansiaban ver un algo más…Los tres permanecimos mucho tiempo rezando, también pudimos conversar algo más de nuestras vidas, allí entre piedras y rocas que eran nuestro reclinatorio y asiento.
Vinieron los primeros rayos del sol. Sentía en el corazón que la Virgen algo me revelaría… llegado el momento de la aparición, el lugar se inundó de un gran silencio, todos rezaban. Me dejé llevar: cerré mis ojos, busqué una posición cómoda, armoniosa, para percibir que realmente el Señor hacía presente allí a través de María, Madre querida y amada. Luego observé la tremenda confianza de esos fieles, sus rostros reflejaban una esperanza: un mensaje, un acontecimiento, Ella se revelaría a todos nosotros. Y así fue, la Santísima Virgen estaba presente… cerré mis ojos, comencé a rezar, a comunicarme con Ella. En la intimidad y el silencio, en esa paz, percibí que algo pasaba, una brisa inundaba mi alrededor, algo me envolvía, me sentía protegido, o mejor, acariciado por algo inexplicable. Sólo sentí ternura y amor… La Madre estaba allí regalándonos su amor y las gracias de su Hijo amado. Ahí estábamos nosotros, los pobres, en busca de algo mejor para nuestras vidas. Y en ese silencio y reverencia recibimos el Mensaje de Nuestra Santísima Madre a través de los labios de Mirjana… rezamos y recibimos la Bendición. Ahora veía rostros más alegres, lúcidos, transparentando una alegría sincera. Todos comenzaron a descender el cerro, eran un mar y, a nosotros tres se nos ocurrió subir… queríamos ir al lugar de la aparición, para experimentar aun más cerca la presencia de la Madre, orar y darle gracias.
Marko, me solicitó que le acompañara unos momentos y si era posible subir algunos metros más del cerro hacia la próxima estación del vía crucis. El joven inició la conversación contándome algo de su vida y revelándome sus andanzas, vida bohemia, problemas de familia, especialmente con su padre. Marko me decía que no tenía un sentido cierto para su vida, la vivía por vivir, reconoció que su vida no era tan buena… Pero agregó que ahora, al llegar y vivir estos momentos tan intensamente, de reflexión y oración, en el momento preciso que la Virgen nos había visitado, a él le había tocado su corazón. Ella, en ese instante, había acogido la vida de este hermano. El joven continuó hablando y quedé de una pieza cuando me dijo que en el instante de la aparición había recibido una invitación clara y nítida: “debo cambiar de vida, debo proponerme un sentido, debo reconciliarme urgentemente con mi padre; no puedo seguir en lo que hasta ahora estoy, debo dejar la droga que todos los días consumo”. Esa fue para mí una revelación significativa porque la experiencia de Marko entonces -a quien podía imaginar regresando a la casa de su padre y abrazándole en un gran gesto de amor- era una experiencia de conversión ¡Qué maravilla!… me sentí agradecido del Señor por mostrarme su rostro y de su querida Madre, una vez más instrumento de su Hijo, invitándonos a seguirle.
Este momento ha marcado de una manera extraordinaria mi ser sacerdote, que escucha, alienta, acoge y anima… y que también regala las gracias del Señor, porque ya casi regresando y prontos a dejar Medjugorje, en la noche de la víspera me encontré nuevamente con Marko. Él me había tratado de ubicar en el día, pues deseaba confesarse y así poder iniciar esta nueva vida en la gracia que el Señor le había ofrecido a través de María nuestra Madre querida… Con mucha fe, y sobre todo con mucha alegría le di la absolución de sus pecados y con un gran abrazo de paz, le di la bendición para que en su vida el Señor le acompañe y le guíe. Creo sinceramente que desde algún lugar el Señor siempre sigue llamando y guiando a sus hijos para que tengan esta vida, y como dice San Juan, la tengan en abundancia, porque Él nos quiere llenos de felicidad.
Han pasado tres años. He vivido en este tiempo momentos complicados con mi salud. Continuamente tengo controles médicos, mi salud sufre y me siento un tanto angustiado con tantos exámenes, visitas médicas… Recurro entonces a la Virgen de Medjugorje, pidiendo me ayude. La invoco rezando unas breves plegarias que me han surgido desde lo más íntimo, para mí de gran ayuda y fuerza para superar las dificultades. Además, el contacto con Anastasia y Marko ha continuado y sé que ellos viven una vida cristiana más comprometida. Yo, en lo que puedo, también voy difundiendo esta fuerza que me regala la Santísima Madre María de Medjugorje para continuar sirviendo a su pueblo en la Orden Franciscana.