Dr Marianne Tigges, 1998
Indice temático
1. Introducción: Nuevas formas de vida evangélica como don del Espíritu Santo y “signo de los tiempos”
2. Intento de análisis del estado actual de las cosas
3. Innovaciones espirituales como expresión de la “Ecclesia semper reformanda”
4. Elementos en común de los nuevos movimientos espirituales
4.1. Espiritualidad y experiencia de fe
4.2. Evangelización y catequesis
4.3. Comunidad y fraternidad
4.4. Tareas en el mundo y misión
4.5. Nuevas relaciones entre laicos y el clero
4.6. Nuevas formas de clericalismo
5. Problemas y dificultades probables en los nuevos movimientos religiosos
6. Promoción y coordinación del Apostolado de los laicos a través del Consejo Papal para los laicos
7. Conclusión: Renovación espiritual como tarea permanente de todos los cristianos
1. Introducción: Nuevas formas de vida evangélica como don del Espíritu Santo y “signo de los tiempos”
Cuando se habla de signos particulares evidentes de esperanza en nuestra Iglesia actual a menudo se menciona a los nuevos movimientos y comunidades espirituales. Y esto con razón, puesto que éstos representan una respuesta cristiana originaria al desafío de la situación culturológica de la fe (ver. Medard Kehl SJ, “Communio”una visión que se destiñe? en: Stimmen der Zeit, núm. 7/1997,453.)
Los documentos conciliares han colocado siempre en primer plano la unidad de todo el pueblo de Dios en la misión y la vocación de la Iglesia en el mundo. También los sínodos episcopales de este último decenio han puesto de relieve la unidad en la Iglesia como un don del Espíritu en la abundancia de carismas y formas de vida: la vocación y misión de los laicos (1987), la formación de los sacerdotes en el contexto del momento actual (1990) y la vida consagrada a Dios (1994).
La siguiente descripción procurará determinar el lugar ocupado por los nuevos movimientos y comunidades espirituales; posteriormente se describirán las características más importantes y los elementos en común, pero también daremos a conocer los problemas y dificultades probables. Estas reflexiones desean presentar también la posición central de la Iglesia desde el punto de vista canónico que acertadamente puede ser denominada el preámbulo de todas las formas de apostolado de los laicos. En el nuevo código de derecho canónico de 1983 en el canon 215 está escrito: “Los fieles pueden fundar libremente y dirigir asociaciones de beneficiencia y religiosas o para la promoción de la vocación cristiana en el mundo, y realizar reuniones para la consecución conjunta de estos objetivos.” Este derecho a la asociación y actividad conjunta había sido ya establecido por el Concilio Vaticano II en el decreto sobre el apostolado de los laicos “Apostolicam actuositatem” (ver AA 19). El representa una base legal para todos las formas de asociación de personas en la Iglesia, a partir de reuniones no fijas hasta las formas más elevadas de vida comunitaria, como por ejemplo, las órdenes y los institutos seculares.
2. Intento de análisis del estado actual de las cosas
En estos últimos años ha aumentado considerablemente el interés por los así llamados “movimientos de renovación o de innovación espiritual” en el interior de la Iglesia cristiana. Las nuevas comunidades espirituales también oficialmente están recibiendo cada vez más atención ya que han aumentado numéricamente y poco a poco han ido cobrando mayor importancia (ver. P.J. Cordes, “En el centro de nuestro mundo”, Freiburg 1987, págs. 13 y sigs.). A nivel eclesiástico mundial, los nuevos movimientos y comunidades espirituales reciben el reconocimiento y el estímulo del Sínodo episcopal de 1987, en el cual se discutió acerca de la vocación y de la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. La Carta Apostólica postsinodal “Christifideles Laici” del papa Juan Pablo II publicada el 30 de diciembre de 1988, en estos momentos es sin duda el punto más importante al que nos podemos referir en cuanto a todas las cuestiones que se relacionan con la vocación y la dignidad de los laicos, su unidad y participación en la misión de la Iglesia. (Ver. “Laicos Hoy”, Servicio de Información del Consejo Papal para los laicos, 18 (1996.), pág. 2).
Los nuevos movimientos espirituales son grupos en los que sobre todo los laicos, pero también clérigos y religiosos, aspiran a una vida religiosa intensa en comunidad, es decir, a una renovación religiosa en la Iglesia. Su organización supera los marcos locales y muestra una extensión regional de dimensiones variadas.
Las características de estos movimientos nos hacen pensar que estos grupos ya en sus estructuras se diferencian minímamente de las formas existentes de comunidades eclesiásticas. Determinar las diferencias con respecto a los otros grupos no es siempre tarea fácil. Ellos se diferencian de las órdenes clásicas y de las instituciones religiosas modernas por el hecho de que no se fundamentan en decisiones de vida tan radicales como aquellas que hallamos en las comunidades religiosas, vinculadas a votos perpetuos; también existen menos elementos institucionales y normativos. En gran parte se acercan a los institutos seculares que fueron fundados oficialmente después de la Segunda Guerra mundial en la Iglesia Católica, sin embargo, tampoco presentan una forma de vida delineada tan firmemente como la de éstos. El término “movimiento” es adecuado puesto que designa una forma flexible de comunidad: éstos están estructurados más firmemente y tiene más obligaciones que los grupos espontáneos pero no son tan obligativos como las asociaciones, círculos y similares. Es entendible por sí mismo que estos movimientos presentan formas tan diferenciadas y múltiples que no es fácil encontrar un común denominador en cuanto a sus contenidos.
Una mirada al origen de estos nuevos movimientos nos revela que éstos surgieron preferentemente en Europa: Comunione e Liberazione en Milán, en el 1954; el primer Cursillo se realizó en 1949, en la isla de Mallorca, España; los grupos de matrimonios Equipes Notre Dame surgieron en 1938, en París; el movimiento de los Focolarini surge en Trento, en el 1943; El Movimiento internacional de mujeres cristianas – Gral surge de una comunidad femenina laica fundada en Holanda en el 1928; los seminarios para matrimonios Marriage Encounter se desarrollaron en Barcelona, en el 1953; el camino neocatecúmeno tiene su inicio en 1965, en Madrid; el movimiento de Schönstatt se remonta a una Consagración a la Madre de Dios, que fue realizada en 1914 en Vallendar, en Alemania.
El contexto europeo se aplica también para las comunidades espirituales que se fundamentan en la espiritualidad de un orden religioso: la Comunidad Franciscana se considera llamada a seguir a Cristo en el espíritu de San Francisco de Asís; la Comunidad de Vida Cristiana desea renovar la herencia dejada por el español Ignacio de Loyola; la Comunidad Dominicana vive en el espíritu del fundador de la orden de los Dominicos, Santo Domingo y la Comunidad teresiana-carmelitana vive en estos tiempos la herencia dejada por los fundadores de la orden, Santa Teresa de Avila y San Juan de la Cruz.
Para los nuevos movimientos espirituales en Alemania, la aceptación de los impulsos espirituales de otros países europeos siempre ha necesitado de un alto nivel de sensibilidad y tolerancia; no sólo con respecto a las barreras idiomáticas. Numerosos contactos e iniciativas a nivel internacional ofrecen a los cristianos de Alemania la oportunidad de poder vivir su fe entregados a los demás, y con eso, vivir “más católicamente”.
Para Europa, que cada vez más se está convirtiendo en una comunidad, su zona oriental representa un desafío particular en cuanto a descubrir nuevos caminos de evangelización. Los nuevos movimientos espirituales deberían ser una contribución indispensable para esta tarea.
3. Innovaciones espirituales como expresión de la “Ecclesia semper reformanda”
El concepto de una Iglesia que necesita de una renovación continua ha marcado significativamente la historia de la Iglesia a través de los siglos. Siempre y desde el principio ha habido dentro de la Iglesia innovaciones provenientes de aquellos que han procurado vivir radicalmente el Evangelio (por ejemplo, la fundación de órdenes de parte de Benito de Nursia, Bernardo de Clairvaux, Francisco de Asís e Ignacio de Loyola).
La imitación de Cristo durante siglos estuvo vinculada principalmente a la espiritualidad de las Ordenes. Una “espiritualidad laica” particular se desarrolló recién en el siglo XX. El concepto del Pueblo de Dios como “raza elegida” y “reino de sacerdotes” (1 P 2,9) ha sido descubierto nuevamente. La mayoría de los movimientos espirituales fueron fundados antes del Concilio Vaticano II; el Concilio influyó poderosamente sobre estos movimientos y su vitalidad. Aquí se pueden sólo brevemente mencionar algunos temas en común como puntos de referencia: la doctrina del Pueblo de Dios que recorre el camino de la historia, del Cuerpo de Cristo en la unidad y diversidad de todos sus miembros, del valor de los carismas particulares y dones en la Iglesia, del significado primordial del sacerdocio comunitario de todos los fieles, de la interacción mutua de laicos y clérigos. Estas relaciónes se pueden probar irrefutablemente con un texto central. En la Constitución sobre la Iglesia “Lumen gentium” se dice acerca de los carismas: “Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica al Pueblo de Dios por medio de los sacramentos y ministerios, lo guía y adorna con virtudes, sino también lo hace mediante sus dones “el cual reparte a cada uno según quiere” (1 Co 12,11); también reparte gracias especiales entre los creyentes de cada estrato social, que los capacitan para recibir responsabilidades y emprender obras diversas para la renovación y un mayor desarrollo de la Iglesia, según aquello: “En cada uno el Espíritu revela su presencia con un don que es también un servicio” (1 Co 12,7). Estos dones de la gracia, sea que se refieran a los más grandiosos o a los más simples y de difusión generalizada, dado que se adecúan particularmente a las necesidades de la Iglesia y, por tanto, son útiles, es necesario aceptarlos con agradecimiento y alivio” (LG 12).
De este texto del concilio, que es ciertamente uno de los testimonios más significativos acerca de la renovación, que se manifiesta a través del Concilio Vaticano II, llega a ser claro lo que se entiende por el término “espiritual” vinculado al sintagma “movimiento espiritual”: una realidad guiada por el Espíritu y modelada por los carismas que se hace viva en el campo de la fe, la esperanza y el amor.
Indicios de que los nuevos movimientos espirituales están en relación estrecha con las grandes fuerzas fundamentales de la renovación postconciliar y con muchas otras tendencias de la vida de la Iglesia actual, cuyas actividades se complementan mutuamente, aparecen frecuentemente en declaraciones y documentos de la Iglesia. La declaración de la Conferencia Episcopal de Alemania con respecto a los lineamientos para el Sínodo episcopal de 1987, menciona, como las más importantes y fundamentales formas de comunidad en el apostolado de los laicos, a las asociaciones católicas clásicas, los movimientos espirituales y las comunidades de base (ver Declaración 2.5, publicada por el Secretariado de la Conferencia Episcopal de Alemania, indicación 45, 2 de mayo de 1986, págs. 18 y sigs.). La Carta Apostólica postsinodal “Christfideles Laici” (CL), resalta la riqueza de los dones que el Espíritu hace revivir en la Iglesia como un elemento para reunir a los laicos (ver loc. cit. n. 29). De esta manera, las nuevas comunidades espirituales están en el centro de la vida de la Iglesia, participan en su autorealización multilateral, y son Iglesia en un sentido original. El análisis de su estructura inmediatamente nos lleva a las cuestiones de tipo legal, es decir, a su relación con los miembros asociados de la vida eclesiástica y con el ministerio espiritual. El nuevo Derecho canónico creó a este fin un extensa gama de posibilidades de realización que aún no se han agotado (ver. CIC 1983., Can. 113-123, 215, 223, 298-329).
El Sínodo Episcopal de 1994 discutió sobre “la vida consagrada a Dios y su misión en la Iglesia y en el mundo”. Ya en los documentos preparatorios fueron descritas “las nuevas comunidades y las formas renovadas de vida según el Evangelio”. La Carta Apostólica postsínodal “Vita Consecrata” que fue presentada el 25 de marzo de 1996, une la descripción de las nuevas comunidades con la indicación de que las nuevas asociaciones no constituyen una alternativa a las instituciones precedentes, sino un don del Espíritu que se manifiesta con los signos de los tiempos y que son fuente de unión y renovación permanente de la vida (ver. VC No. 62).
4. Elementos en común de los nuevos movimientos espirituales
Entre las variadas y múltiples formas de innovaciones y movimientos espirituales podemos hacer resaltar – con cierta reserva – algunos perspectivas comunes que se repiten siempre. Estos elementos en común tienen en las diversas comunidades un peso diferente (ver. M. Tigges, Nuevos movimientos espirituales – la cuestión de la vocación y de la misión de la Iglesia de hoy, en: Ordenskorrespondenz 3/1987, págs. 291 y sigs.).
4.1 Espiritualidad y experiencia de la fe
Los diversos grupos y movimientos están unidos por un interés común hacia la espiritualidad. No se trata en primer lugar de iniciativas y programas, de eficiencia y estrategia, sino en primer lugar de la renovación del pensamiento y de la voluntad humana con el Espíritu del Evangelio. Esta espiritualidad se vincula frecuentemente a los grandes modelos y maestros de la vida espiritual y no es raro que se sirva de técnicas y formas de prácticas de meditación y oración nuevas sino que también de tradicionales. Algo en común para estos movimientos espirituales sería la búsqueda de la experiencia de la fe. Ellos no desean conformarse con un conocimiemto externo de fórmulas y conceptos, sino que – dicho en el espíritu de la tradición clásica – desean experimentar en su interior lo que proviene de Dios.
De la experiencia de la fe en la comunidad emerge una lengua común que constituye ella misma una presuposición fundamental para el testimonio de la fe en público. Prácticamente en casi todos los grupos, la lectura de la Santa Escritura y las conversaciones bíblicas desempeñan un gran papel. La renovación de la función religiosa en grupos pequeños y también en comunidades más grandes, como también la nueva evaluación de los sacramentos pertenecen a este tipo de espiritualidad que es considerada una parte integrante de la Iglesia.
Algunos grupos aspiran particularmente a una comprensión más profunda del Bautismo: la renovación del Bautismo cumple para ellos un papel decisivo (Renovación carismática, movimiento Cursillos, Comunidad Neocatecúmena).
El propósito fundamental de los diversos grupos de matrimonios (Equipes Notre Dame, Marriage Encounter) es renovar la experiencia del sacramento del Matrimonio.
En estas comunidades se descubre nuevamente el sacramento de la Confesión. El camino evolutivo, que comienza con una confesión breve y esquematizada y se desarrolla hacia el coloquio penitencial, el asesoramiento y dirección espiritual, ha llegado a ser un realidad evidente para sus miembros.
El sacramento de la Confirmación y la Unción de los enfermos ha adquirido un nuevo significado especialmente en la Renovación Carismática.
Finalmente, en estos grupos cristianos intensivos surge nuevamente el sentimiento de la necesidad y del carácter de entrega de las vocaciones espirituales. Numerosos jóvenes pertenecientes a estos movimientos han decidido entregarse al servicio eclesiástico (ver. Carta Apostólica postsinodal “Pastores dabo vobis” del 25 de marzo de 1992, núm. 68).
La experiencia espiritual, además de reflexión y dirección espiritual, además de momentos de silencio, necesita también de una continua formación, si acaso no desea permanecer limitada a una interioridad subjetiva. Es por eso que los movimientos se procupan de mantener informados y ayudar adecuadamente a sus miembros por medio de reuniones periódicas o epistolarmente (apuntes de trabajo y revistas mensuales).
4.2. Evangelización y catequesis
La “evangelización” en idioma alemán es un concepto relativamente joven que en estos últimos años está siendo usado cada vez con mayor frecuencia en los artículos teológicos, en la catequesis y en las homilías (ver. entre otras cosas, la Carta Apostólica del Papa Pablo VI sobre la evangelización en el mundo actual “Evangelii nuntiendi” del 8 de diciembre de 1975; la Carta Apostólica “Christifideles laici” del Papa Juan Pablo II, especialmente los números 34 y 44; ver el artículo “Evangelización” en el Diccionario de Teología e Iglesia, tomo 3, columnas 1033 – 1036, Freiburg 1995.).
Los nuevos movimientos espirituales dan importancia a la realización de las tareas vinculadas al anuncio del Evangelio, especialmente en los sectores donde la Iglesia únicamente mediante el testimonio apostólico de los laicos puede llegar a ser “la sal de la tierra” (ver declaraciones del Concilio Vaticano II sobre el Apostolado de los laicos LG 33).
Por una falta de una catequesis verdadera surgieron, por ejemplo, el movimiento Neocatecúmeno y los Cursillos que estan abiertos tanto a los cristianos comprometidos como también a los así llamados “alejados”. Estos son caminos nuevos e inusitados mediante los cuales el Envangelio se sigue difundiendo. Los efectos obtenidos de estos intentos han demostrado que éstos representan una verdadera ayuda para que la tarea de Cristo se cumpla en estos tiempos. Entre otras cosas, esto se ve por el hecho de que la valentía demostrada en la confesión de la fe – que viven miembros de los grupos y los grupos mismos – especialmente los jóvenes, abre el acceso al mensaje cristiano. En el ámbito de la renovación carismática se ofrecen cada vez con mayor frecuencia “lecciones espirituales sobre la Biblia” y “lecciones de vida y de fe”. Para que la evangelización sea auténtica, los movimientos espirituales – según sus carismas particulares – acentúan y promueven la unidad interior entre la vida práctica y la fe de sus miembros.
4.3. Comunidad y fraternidad
Es característico para los movimientos espirituales el estar en conocimiento del hecho de estar, como creyentes, recorriendo juntos un camino. La cita bíblica “Pues donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, ahí estoy yo en medio de ellos.” (Mt 18,20) para algunas comunidades ha llegado a ser un principio guía; únicamente por Cristo y en El es posible la existencia de una verdadera comunidad y una atmósfera fraternal. La experiencia de comunidad en nombre de Jesús no es una finalidad en sí. Desde un comienzo, ésta está abierta para los demás. En este sentido, el grupo, precisamente, la comunidad espiritual concreta puede ser considerada como una “Iglesia en pequeño” (ver. LG 11, GS 48, AA 11, Carta Apostólica “Familiaris consortio”, No. 49 y otros). Así, el concepto de Iglesia como “Communio” llega a ser una realidad visible y experimental.
En consecuencia, tal vida en una comunidad espiritual está caracterizada por la fraternidad. Hace parte necesariamente de un círculo que se extiende ampliamente. Está en conocimiento de la seguridad y la cercanía del grupo circundante, recibe a veces la solidaridad de las comunidades más grandes: especialmente para la Iglesia esto significa un catolicismo e internacionalidad generalizados. Es por eso que muchos movimientos espirituales van a “las calles y a los recintos”, a la periferia y a las zonas marginales de nuestras vidas. La fraternidad llega a ser servicio. El camino hacia Dios es a través del hermano y la hermana.
La tarea primordial es realizar la cristiandad en la vida cotidiana. Las diversas reuniones de grupo sirven de ayuda e incentivo. Los intercambios personales, las correcciones y el incentivo, pero ante todo, la experiencia de que el hombre no está solo en sus propósitos y el sentimiento de que está unido a otros y recibe el apoyo de éstos, son factores que dan al individuo nuevas fuerzas para enfrentar sus diversas tareas. Para la sociedad materialista y de consumo de hoy, la aspiración hacia la pobreza tal como es vivida por muchos miembros de los movimientos espirituales, debería representar un testimonio particularmente actual.
Muchos movimientos espirituales, por ser comunidades abiertas, tienen tendencias ecuménicas. Así por ejemplo, el “Centro de vida Ottmaring” en Augsburgo surgió por iniciativa de los Focolarini y como lugar de encuentros ecuménicos.
4.4 Tareas en el mundo y misión
Esta fraternidad no es sólo – como se ha visto – limitada a un grupo sino que se extiende también a todas las personas. La misión se dirige primeramente a las personas que necesitan ayuda, y secundariamente se toman en consideración las estructuras políticas y sociales. Esto es evidente en las tareas de servicio. Una de las características de los nuevos movimientos es que su acción en el mundo no puede ser separada de su espiritualidad. La contemplación y la lucha, usando las palabras de Roger Schutz de Taize, son indivisibles. El servicio dirigido al mundo y el servicio de salvación se diferencian pero se necesitan mutuamente y ejercen una función mediadora complementaria. Ciertamente es evidente un elemento crítico que surge en esta forma de tarea dirigida al mundo: el compromiso con el mundo está relacionado al mismo tiempo con un apartamiento. Con respecto a la sociedad abierta, a sus necesidades e intereses, existe una extremada prudencia. Aunque el mundo es el lugar de la espiritualidad caracterizada por la fe, la esperanza y el amor, éste sigue ocupando el penúltimo lugar. De tal manera la tarea en el mundo de las nuevas comunidades espirituales subsiste siempre como un proyecto alternativo, lo que seguramente las relaciona con algunas tendencias presentes en ciertos grupos de las subculturas de hoy. Esto se hace evidente, por ejemplo, en la búsqueda de formas de estilos alternativos de vida. Pero también sobre ellos influye la fuerza motriz espiritual como es evidente, por ejemplo, en la praxis ya experimentada muchas veces de los “días de desierto”. Un empeño verdadero en el mundo depende de una tendencia escatológica a la renuncia. En esto hallamos puntos en común con las órdenes clásicas y los institutos seculares (ver. y VC 62).
4.5. Nuevas relaciones entre laicos y el clero
Los laicos en mayor o menor medida son los sostenedores principales de los nuevos movimientos espirituales aunque muchos sacerdotes han cumplido o cumplen un papel pionero en ellos. La tarea de sus responsables es principalmente ejercitar el carisma del liderazgo en vez de encargarse de la administración de un servicio. Frecuentemente en los movimientos encontramos una coordinación que realiza un equipo de guías. Sin duda, en los nuevos movimientos espirituales se desarrolla un cierta renovación del Apostolado de los laicos. Además, los movimientos espirituales permiten una nueva relación entre los laicos y el clero. Ellos no están en bandos opuestos como diferentes “clases”. Ellos, ante todo, se encuentran en el campo de la fe cristiana vivida en común. El sacerdocio común de todos los creyentes crea una unión fraternal fundamental que naturalmente permite tareas diversas y funciones, más aún, exige su reconocimiento. Frecuentemente la contraposición infructuosa entre institución y carisma, entre servicio y laicado afloja puesto que en el hecho de vivir el “ser cristiano” se crea la presuposición que encierra todas las contradicciones y tensiones y con esto al menos las atenua. Con esto, las nuevas innovaciones espirituales posibilitan la puesta en práctica de los grandes principios de la eclesiología del Concilio Vaticano II en la vida cotidiana del mundo de hoy.
4.6 Nuevas formas de clericalismo
Si consideramos los cinco elementos estructurales mencionados que, al parecer, son comunes a loas diversas nuevas comunidades espirituales, es posible notar en todo caso cómo se delinea una nueva forma de clericalismo no sólo de carácter institucional o ideológico: primaria y fundamentalmente está acompañado por la espiritualidad y la experiencia de la fe, tiende al anuncio del Evangelio, es comunidad amplia en muchos sectores, es hermandad concreta, está dirigida a las necesidades del mundo y de la nueva relación entre laicos y el clero. Propiamente en este sentido surge una nueva forma por muchos buscada de “clericalismo” verdadero que otorgue espacio a la multiplicidad de los carismas y de los servicios y haga posible un enriquecimiento mutuo. En tal sentido, los movimientos espirituales y la comunidad no reivindican un derecho absolutista: ellos están unidos por el conocimiento de ser una chispa en el fuego del Espíritu Santo donada a la Iglesia de hoy. Los movimientos espirituales han buscado siempre el contacto con la Iglesia institucional. La fidelidad a la Iglesia local es para ellos un elemento importante. Es sin duda también un signo de catolicidad y de la abertura de la Iglesia, el hecho de que las nuevas comunidades espirituales y los nuevos movimientos laicos se hallen en el interior de la Iglesia y sean reconocidas por ésta (ver sobre todo AA 21 y CL en que se mencionan los criterios del clericalismo para la formación de grupos de laicos).
5. Problemas y dificultades en los nuevos movimientos religiosos
Los nuevos movimientos espirituales no son estáticos, sino que se hallan en continua evolución. En tal sentido es necesario exponer brevemente sus peligros (ver además M. Tigges. loc. cit. 295 y siguientes).
5.1 Unilateralidad espiritual
Aquel que organiza con firmeza y decisión su propia existencia y actividad cotidiana sobre la base del ordenamiento de vida de los nuevos movimientos espirituales, precisamente debe hacerlo con decisión puesto que, en caso contrario, no acaecerá una renovación profunda de su vida. Pero toda orientación específica puede a la larga terminar por obscurecer su visión con respecto a otro tipo de experiencias. Por tanto, me parece necesario que las nuevas innovaciones espirituales estén conscientes de los peligros de la exageración y de la unilateralidad. En consecuencia, es objetivamente necesario tomar en cuenta posibles desviaciones por caminos incorrectos. Una protección contra tales peligros es ofrecida por la abertura hacia otras experiencias, por el intercambio de experiencias a nivel mundial y por contactos con otros movimientos espirituales. Tal complementariedad protege del excesivo carácter elitístico que puede constituir un gran peligro profundamente escondido para la espiritualidad humana.
5.2 Derecho de manifestar las propias posiciones
Ha sido ya dicho que los nuevos movimientos espirituales realizan la Iglesia. En tal sentido ellos pueden ser considerados una “Iglesia en pequeño”, pero precisamente por esto, ellos no pueden aislarse en la autosuficiencia y retirarse ante las grandes tareas de la Iglesia. Ellos no deben considerarse Iglesia, en caso contrario, llegan a ser prácticamente una especie de secta que corre el peligro de juzgar a todos los que se encuentran fuera y reivindicar un derecho de exclusividad que puede conducir a la intolerancia y a la soberbia. Tales comunidades pierden inmediatamente contacto con la Iglesia en términos concretos, es decir, con la parroquia local, con la diócesis y con la Iglesia en el mundo. La permanencia concreta en la Iglesia es un criterio importante.
5.3 Huída para refugiarse en la intimidad de los grupos pequeños
Existe también el peligro de que los nuevos movimientos espirituales se conviertan en lugares de refugio en lo cuales se reunen preferentemente aquellos que buscan justificadamente seguridad y al mismo tiempo huyen para refugiarse en la intimidad de los grupos pequeños. Ellos evitan así los múltiples contrastes, la problemática y los desafíos de la vida cotidiana moderna. Es ciertamente legítimo que los individuos en estas comunidades hallen temporal o permanentemente protección ante la tensión que provienen de tales contrastes. Pero ésta no debe ser la principal característica de la comunidad. Las comunidades espirituales no deben convertirse en escondites para aquellos que no están capacitados para enfrentar estos contrastes. Ellos merecen protección y cercanía, pero también tienen necesidad de apoyo e incentivo. En caso contrario, los movimientos espirituales y las comunidades intensivas llegan a ser refugios problemáticos para aquellos que se encierran en su propio mundo y, a fin de cuentas, no llevan a cabo la tarea de dar un testimonio de vida cristiana.
5.4 Mezcla entre los deseos renovadores del hombre y los impulsos del Espíritu
Aquel que entra en contacto con el “espíritu de los tiempos”, con una sensibilidad e intensidad propias de muchos nuevos movimientos espirituales, debe crear bases sólidas para poder alcanzar la necesaria diferenciación de los espíritus. La fuerte abertura hacia el exterior y el llamado a realizar en la vida de todos los día el mensaje de Jesús pueden conducir a la acción por el gusto de la acción. Sin embargo, un peligro mayor aún sería mezclar los propios deseos de reforma con los impulsos del Espíritu. En este caso surge la necesidad de hacer que nuevamente la doctrina y la praxis de la “diferenciación de los espíritus” llegue a ser un punto clave de la anunciación eclesiástica y de la vida eclesiástica, propiamente en consideración a la misión confiada a los laicos en un mundo siempre más complejo y ambivalente para la fe (ver la toma de posición de la Conferencia Episcopal alemana sobre los puntos fundamentales del sínodo episcopal de 1987, 3.3; ver también la relación introductoria del obispo Karl Laehmann con ocasión de la asamblea general otoñal de 1997 en Fulda “Guardias, cuánto dura todavía la noche?” sobre la tarea de la Iglesia con respecto al orden alterado en la sociedad y en el estado, capítulo 1).
Para un enfrentamiento positivo con éstos y otros peligros y dificultades, los nuevos movimientos y comunidades espirituales quedan vinculados a un clima de benevolencia y estímulo en el interior de la comunidad de la Iglesia, sobre todo de parte del clero.
6. Promoción y coordinación del Apostolado de los laicos a través del Consejo Papal para los laicos
El Consejo Papal para los laicos forma parte de la Curia Romana. Con la Constitución Apostólica “Regimini Eccleasiae Universae” del 15 de agosto de 1967, el Papa Pablo VI realizó las reformas de la Curia pedidas por el Concilio, las cuales fueron completadas mediante procesos de reformas sucesivas. No obstante la denominación de “Consejo”, el Pontificium Consilium Pro Laicis, considerando las tareas y objetivos, debe ser comparado más bien a una Congregación.
El artículo 131 de la Constitución Apostólica “Pastor Bonus” sobre la Curia Romana dice: “El Consejo es competente para aquellas cuestiones que conciernen la promoción y la coordinación del apostolado de los laicos y en general, aquellas cuestiones que atañen la vida cristiana de los laicos en cuanto tales, tareas confiadas a éste de parte de la cátedra de San Pedro.” (AAS 80, 1988, 894). Tales principios superan las posibilidades reales de este organismo; éstos representan para el Consejo de los laicos, seguramente, un continuo desafío e impulso para nuevas iniciativas.
En el ámbito de esta relación se puede hablar sólo sumariamente de algunas tareas centrales y de algunas iniciativas del Consejo de los laicos; de modo particular se toma en consideración el período de tiempo a partir del 1990 (ver también “Laicos Hoy”, Servicio de Información del Consejo Papal para los laicos, 18, 1996).
El Consejo Papal para los laicos tiene la tarea primaria de apoyar al Papa en el ejercicio de su ministerio pastoral (ver Pastor Bonus, artículo 1). Para tal tarea el Consejo de los laicos se ha guiado en años anteriores sobre todo por la Carta Apostólica postsinodal “Christifideles Laici” y por la catequesis y alocuciones sobre los laicos que Juan Pablo II ha sostenido en Roma o en sus viajes apostólicos.
Un ulterior punto clave está constituido por las relaciones entre el Consejo de los laicos y las varias Iglesias y conferencias episcopales. Para muchos obispos la Carta Apostólica postsinodal CL ha sido una ayuda y una guía para resolver nuevas cuestiones y situaciones vinculadas con el seguimiento de los laicos. En años anteriores el Consejo de los laicos ha registrado un crecimiento notable de delegaciones de obispos que han consultado este organismo con ocasión de sus visitas “ad limina”. También el número de visitas personales de obispos al Consejo papal para los laicos ha aumentado. Los temas más discutidos en estos encuentros han sido: la formación de los laicos, la relación entre movimientos eclesiásticos y obispos y sus incorporación en la vida de la Iglesia local; servicios y cargos no vinculados al sacerdocio que pueden ser transferidos a los laicos, la participación de los laicos en el mundo, la participación de la mujer y la pastoral de los jóvenes. El enlace con las conferencias episcopales se realiza sobre todo a través de las comisiones para el apostolado de los laicos.
Un ulterior punto clave consiste en el seguimiento de los consejos laicos nacionales. El Consejo Papal para los laicos ha recogido y evaluado diversas experiencias y elaboró en 1995 un documento acerca de los criterios de diferenciación y sobre el estatuto de los consejos laicos nacionales. Este fue publicado en el número 38 de la revista “Laicos Hoy” con el título: “Consejos nacionales de Laicos. Criterios y modelos”. Este organismo tenía la intención de alentar de esa manera la formación de tales consejos a nivel regional y nacional como lugares de verdadera comunión, participación y colaboración de las diversas estructuras laicas.
En este último período, en relación con la asociación de laicos (ver CL 29), el trabajo del Consejo Papal para los laicos se concentra mayormente sobre el análisis de las nuevas reformas comunitarias y sobre la responsabilidad con respecto a su reconocimiento e inclusión en el derecho canónico (ver también Pastor Bonus, artículo 135, AAS 80, 1988, 895). Estos reconocimientos fueron siempre precedidos por análisis positivas de los prelados en cuyas diócesis los movimientos en cuestión tienen una sede y por discusiones con obispos y expertos de derecho canónico. Las numerosas solicitudes de las nuevas asociaciones para obtener un reconocimiento canónico han empujado al Consejo de los laicos a definir una vía procesal para las solicitudes y verificaciones; el Consejo de los laicos ha dedicado una atención particular al análisis de estatutos y a la elaboración de decretos para el reconocimiento de las asociaciones como personas jurídicas. En lo relativo al derecho canónico se trata sobre todo de los criterios de diferenciación para asociaciones de derecho público y privado, de la pertenencia de cristianos de otras confesiones a asociaciones laicas católicas y de la estructura de derecho canónico de las asociaciones laicas cuyos miembros viven radicalmente según los principios evangélicos.
En el ámbito de una creciente pluralidad de asociaciones, el Consejo Papal para los laicos es consultado frecuentemente a fin de que dé un parecer acerca de la creación de organizaciones laicas que estén vinculadas con la espiritualidad, la vida y la actividad de comunidades religiosas. Junto con la renovación de algunas así llamadas órdenes terceristas, han surgido numerosos movimientos, confraternidades y comunidades laicas que han sido anexadas de maneras diversas a familias de órdenes y al carisma de los fundadores respectivos. Durante los encuentros y las asambleas, el Consejo de los laicos ha reforzado siempre el significado primordial del testimonio de la comunidad religiosa y de la necesaria identidad laica de la asociación a ella vinculada. La comunidad religiosa y la asociación laica no deben mezclar sus modelos de vida, sino alentar una comunión fuerte y sincera y colaborar en su misión. Para clarificar y promover las relaciones recíprocas, el Consejo Papal para los laicos, en colaboración con la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, ya en la fase preparatoria del sínodo episcopal acerca de la vida consagrada a Dios, había organizado un encuentro entre los prelados generales y los responsables de las asociaciones laicas. Las actas fueron publicadas bajo el título: “Ramos de una única vid” en Documentos, núm. 28 (1994).
El Consejo Papal para los laicos está en contacto con más de 120 asociaciones laicas internacionales. La promoción del reconocimiento recíproco, de la colaboración y de la comunión entre las diversas asociaciones representa un desafío particular en la coordinación eclesiástica mundial del apostolado laico. En tal sentido, la colaboración con asociaciones, movimientos y grupos juveniles católicos cumple también un papel importante. En años anteriores, una parte considerable del trabajo del Consejo de los laicos se ha concentrado en la preparación, organización y realización de encuentros juveniles internacionales y de jornadas mundiales de los jóvenes a los anteriores vinculadas: Tschenstochau (agosto 1991), Denver (agosto 1993) y Manila (enero 1995). A éstos se han agregado el importante encuentro europeo de los jóvenes en Loreto (septiembre de 1995) y la realización del Jornada mundial de los jóvenes en París (agosto de 1997). Estas manifestaciones han contribuido de manera decisiva a reavivar la pastoral juvenil a nivel local y universal. El hecho de que los miembros de movimientos y asociaciones se encuentren con un gran número de jóvenes provenientes de las varias Iglesias ha creado un creciente vínculo misionario; sin embargo, al mismo tiempo, uno se debe preguntar con actitud crítica hasta qué punto estas grandes manifestaciones puedan ser transferidas a la vida cotidiana de la comunidad eclesiástica (ver también K. Nientiedt, Una nueva generación. La XII Jornada mundial de los jóvenes en París, en: Herderkorrespondenz 10/1997, 500-505).
Actualmente el Consejo Papal para los laicos está organizando un encuentro mundial de movimientos eclesiásticos que tendrá lugar en Roma del 26 al 29 de mayo de 1998. Tal manifestación desea ser un lugar de encuentro, amistad y oración. El objetivo es de profundizar teológicamente la realidad de los movimientos y esto tendrá que ser también un evento eclesiástico que impulse la colaboración entre los movimientos en el ámbito de la nueva evangelización. (ver “Laicos Hoy”, Servicio de Información del Consejo Papal para los laicos, 20, 1997, págs. 5-6).
7. Conclusión: Renovación espiritual como tarea permanente de todos los cristianos
Los diversos movimientos de cambio espiritual y movimientos de renovación constituyen hoy en día una perturbación saludable al orden tradicional. Sin embargo, en la práctica, es difícil que las instancias institucionales elaboren e integren completamente los impulsos espirituales. Es por tanto legítimo y necesario que estos varios aspectos de intensa vida cristiana puedan desarrollarse en el interior de la Iglesia, pero no necesariamente en las estructuras ya existentes.
El Espíritu Santo, que garantiza la comunión especial entre la Iglesia y su Señor, dona al mismo tiempo unidad y multiplicidad. Además, concede mucho más libertad a la acción del Espíritu, de formas de vida y de conocimiento de lo que nosotros concederíamos a nosotros mismos. En todo caso, esta multiplicidad fomenta una nueva forma de unidad. Esta no consiste en la abolición de la pluralidad, sino al contrario, en un libre crecimiento en unidad, como lo dijo Pablo en la Primera Carta los Corintios. Para esta acción conjunta es importante hacer consciencia sobre el hecho de que la renovación espiritual debe ser considerada una tarea constante de todos los cristianos, y de que ésta se realice con convicción (ver CL 18 y sig., en particular el núm. 24, conferencia sobre los carismas). La conferencia de hoy sólo parcial y reducidamente ha presentado las nuevas formas de comunidades de vida espiritual y su significado para el servicio de la Iglesia de hoy. Espero que esta relación haya podido aclarar un poco más que las nuevas innovaciones espirituales, no obstante las múltiples diferencias con respecto al origen particular de cada uno, al aspecto exterior, al campo de acción y planteamiento de objetivos, en general coinciden profundamente: la participación responsable en la misión de la Iglesia, el anuncio del Evangelio de Cristo como fuente de esperanza para el hombre y para la renovación de la sociedad (ver CL, 29).
Con la Carta Apostólica “Tertio Millenio Adveniente”, Juan Pablo II ha llamado a todos los cristianos para que se preparen para el 2000, año del Jubileo. El año 1998, año segundo de la fase preparatoria, de manera especial está consagrado al Espíritu Santo. Para Juan Pablo, el Espíritu es también para nuestros tiempos la fuerza fundamental de la nueva evangelización. Una gran tarea de preparación para el año del Jubileo es la de descubrir nuevamente la presencia y la acción del Espíritu (ver. TM, 45).
Para el cumplimiento de esta tarea, que concierne a todo el pueblo de Dios, desearía contribuir dándoles finalmente a conocer las palabras de Karl Rahner, que con agrado las considero su “testamento espiritual”. En el escrito “La Iglesia como lugar de misión del Espíritu”, Rahner dice:
“Solo aquél que con la Iglesia y autonómicamente,
humilde y decididamente,
obedientemente y consciente de su responsabilidad,
ora y trabaja,
y está unido al pasado y al futuro de la Iglesia,
solo aquél crea espacio,
para que en él actúe el tempestuoso Espíritu de Dios
eternamente viejo y eternamente joven,
que renueva la faz de su propia alma,
se sirve de él,
para cambiar el mundo.”
(Escritos sobre Teología, tomo VII, 187, Einsiedeln/Zürich/Koln, segunda edición, 1971; publicado por primera vez en Geist und leben, 29 (1956), 97)
Dr Marianne Tigges, 1998
Dr. Marianne Tigges, nacida el 15 de febrero de 1942, en Haagen, Vestfalija, Alemania. En 1957 se recibe en la Facultad de Filosofía de la Universidad Wilhelm de Vestfalija en Münster (pedagogía / teología / filosofía). Hasta el año 1979 trabaja en Africa Oriental; desde 1979 hasta 1983 trabaja como relatora en la misión papal MISSIO en Aachen, y desde 1983 hasta 1987 trabaja como refelatora en la central de la pastoral de la Conferencia episcopal de Alemania para la “Vida espiritual, vocación espiritual, servicios eclesiásticos”. Desde 1987 hasta 1991 es la encargada de las relaciones con los movimientos y comunidades espirituales en la Conferencia episcopal de Alemania. En 1991 es nombrada secretaria de la Comisión episcopal para vocaciones espirituales y servicios eclesiásticos.