Frecuentemente Nuestra Madre nos invita a dejarnos colmar de la paz de Dios: “Deseo llenarlos con la paz, el gozo y el amor de Dios” (Mensaje, 20 de junio de 1985)
Y Jesús nos dijo: “Les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo” (Juan 14, 27).
Pero si es así, entonces ¿por qué perdemos tan fácilmente la paz interior?
Una de las claves que puede responder a esta pregunta se encuentra en nuestros pensamientos y deseos, los cuales muchas veces no son conformes a los pensamientos de Dios y a su voluntad para nuestras vidas, tal como nos lo advierte la Reina de la Paz, cuando nos dice: “Que todo odio y celos desaparezcan de sus vidas y de sus pensamientos y que sólo more el amor a Dios y a su prójimo.” (25 de enero de 1993).
El Apóstol San Pablo dice al respecto: “La carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu.” (Gal. 5,17). Lo cual va en la misma sintonía de la Gozpa, cuando nos pide: “que como hijos de Dios, se coloquen por encima del pensamiento humano, y siempre en todo, busquen de nuevo el pensamiento de Dios.” (2 de diciembre de 2013).
Por eso, entrar en “la escuela de María” implica descubrir aquellos pensamientos y apetitos (deseos) a los que yo llamo: “ladrones”. Pues ellos entran de manera silenciosa, sin que nos demos cuenta; y lo hacen para robarnos la paz.
Además, Jesús nos indica: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos”. (Mateo 5, 9)
Pero: ¿cómo daremos paz a los demás, si esta paz no está antes en nuestros corazones?
San Agustín afirma que “todos desean la paz” (San Agustín en XIX De civ. Dei). Sin embargo, cuando se contempla la realidad del mundo, de algunos sectores de nuestra sociedad, de muchas familias y -aún en algunos casos- de determinadas comunidades cristianas, uno se encuentra con la lamentable realidad de que están divididas o enfrentadas; Viviendo diversos grados de desamor en los que no hay lugar para la paz.
Por lo tanto, es de capital importancia que incorporemos a nuestro vivir diario las enseñanzas que nos transmite Nuestra Madre, para que seamos hombres y mujeres colmados y rebosantes de la verdadera paz. De este modo nuestra paz no será solo tranquilidad efímera, ausencia de problemas o una paz intimista y fácilmente agotable, sino una paz que viniendo de Dios y de María, tiene la capacidad para sanar y serenar los corazones, y nos llevará a ser instrumentos de su paz para el mundo, pues brotará como un manantial de agua viva desde lo más profundo de la oración cotidiana, impregnando todo nuestro ser.
A lo largo de la meditación de cada uno de los Mensajes que la Reina de la Paz nos ofrece, debemos reflexionar y pedirle al Espíritu Santo que sea Él quien nos guíe. Él será quien de modo invisible y amoroso, nos tomará de la mano y nos irá mostrando suavemente las heridas del alma y los pensamientos o deseos ladrones que nos roban la paz.
Señor, haz de mi un instrumento de tu PAZ:
Donde hay odio, que yo lleve amor.
Donde hay ofensa, que yo lleve perdón.
Donde hay discordia, que yo lleve unión.
Donde hay duda, que yo lleve fe.
Donde hay error, que yo lleve verdad.
Donde hay desesperación, que yo lleve esperanza.
Donde hay tristeza, que yo lleve alegría.
Donde están las tinieblas, que yo lleve la Luz.
Oh Maestro, haz que yo no busque tanto:
Ser consolado, como consolar.
Ser comprendido, como comprender.
Ser amado, como amar.
Porque:
Es dando, que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna
Gustavo E. Jamut, omv