Introducción
Durante el Congreso Iberoamericano de María Reina de la Paz que hemos tenido en Honduras, prediqué sobre las diversas formas de oración que nos presenta el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) y la concordancia y sintonía que existe con lo que nos enseña la Reina de la Paz en sus Mensajes.
Comparto esta enseñanza para quienes participaron del Congreso, y que me pidieron hacerles llegar mis notas, pero de modo especial para quienes no pudiendo participar del Congreso, tienen el deseo de seguir desarrollando la vida espiritual como hijos de la Iglesia y de la Virgen Santísima.
Los Congresos de la Reina de la Paz, así como también cuando participamos en retiros espirituales, peregrinaciones, y sobre todo en los grupos de oración, son magnificas oportunidades para reflexionar sobre las diversas formas de oración que nos ha enseñado N.S. Jesucristo, y que nos recuerda la Iglesia, especialmente a través del Catecismo, y la Reina de la Paz en la escuela de espiritualidad y vida que nos brinda a través de su Mensajes.
Sería bueno no olvidar, que todo lo que aprendemos y recibimos, es para compartirlo con los demás. Somos llamados por Dios a que la Buena Noticia del Reino que hemos recibido de él y de la Iglesia en las diversas actividades espirituales, lo hagamos vida y lo testimoniemos con coherencia de obras que transmitan paz y alegría en: la familia, en nuestros grupos de oración, y en todos los ámbitos de la sociedad.
En el mensaje del 25-08-2004, la Reina de la Paz nos invita al cambio de mentalidad y de corazón, que impulsan a la transformación de aquellos comportamientos que nos impiden crecer en nuestra humanidad y que nos quitan vida: “¡Queridos hijos! Los invito a todos a la conversión del corazón. Decídanse, como en los primeros días de mi venida aquí, por un cambio total de sus vidas…!”
Esta transformación sólo es posible a través de la oración en sus diversas formas, pues así como los nutricionistas suelen aconsejar llevar una alimentación equilibrada, ingiriendo alimentos que tengan diversos nutrientes, minerales y vitaminas, también las diversas formas de oración nos ayudarán a que, no sólo cuando leemos los mensajes de la Reina de la Paz, sino cualquier libro de espiritualidad -y sobre todo las Sagradas Escrituras- podamos digerirlas profundamente y transformar lo leído en fuerza espiritual y conversión de vida.
Así como hay personas que padecen de Gastroparesia, que quiere decir “parálisis del estómago” y que no digieren la comida, ni absorben los nutrientes de los alimentos; también hay personas que sufren de lo que yo llamo “Gastroparesia espiritual”, pues leen todos los Mensajes, participan en diversos congresos y retiros, organizan o participan de peregrinaciones, tienen grupos de oración, sin embargo da la impresión de que todo pasa por ellos sin nutrirlos, sin transformarlos en hombres y mujeres que -llenos de la paz y de la alegría de Dios-, sean mensajeros de paz en sus ambientes.
Si vamos poniendo gradualmente en práctica las diversas formas de oración, el Espíritu Santo nos ayudará a superar la “Gastroparesia espiritual”, y le daremos la oportunidad a Dios que con su gracia produzca transformaciones más profundas y duraderas en nuestra vida, y -por irradiación- en las personas que están a nuestro alrededor.
Pienso que el primer paso para entrar a la escuela de la oración de Jesús y de María, es tener la humildad de reconocer que aunque tengas muchos años en la Iglesia, y siendo un laico comprometido, sacerdote o religiosa, necesitas seguir aprendiendo a orar.
Esta fue la actitud de los discípulos que atraídos por Jesús en oración le piden que les enseñase a orar: “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos».” (Lc 11, 1).
Muchas veces tomamos decisiones equivocadas porque no son discernidas desde la oración, a diferencia de Jesús, que ora antes de los momentos decisivos de su misión.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la oración consiste en: aproximarnos al Señor Jesús como a la Zarza ardiendo: primero contemplando a él mismo en oración y después escuchando cómo nos enseña a orar, para conocer finalmente cómo acoge nuestra plegaria. (2598).
Así como Moisés en el monte Horeb, al ver la Zarza ardiendo escuchó la voz de Dios que le dijo: “quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa.” (Éxodo 3:5), de manera similar cada vez que entramos en oración debemos descalzar nuestro corazón de todo lo que nos ha contaminado, y postrarnos espiritualmente para ser transformados por el amor de Dios y de Nuestra Madre.
La oración no es un ejercicio mental, no es hacer algo, sino que es un encuentro con Alguien (con mayúscula); es un encuentro íntimo de dos corazones: el corazón Santo de Dios, y nuestro pobre corazón.
Cada vez que entramos en oración y no nutrimos con este “complejo vitamínico espiritual”, Dios sopla sobre nosotros para ir produciendo -de manera progresiva- un intercambio de corazones, lo que yo suelo llamar: “un trasplante cardíaco espiritual”.
Pero ¿cuáles son estas diversas formas de oración que nos enseña el Catecismo y de las cuales también en algunos de sus mensajes nos habla la Reina de la Paz:
- La bendición
- La adoración
- La oración de petición
- La oración de Perdón
- La oración de intercesión
- La oración de acción de gracias
- La oración de alabanza
- La oración de Discernimiento de espíritus
- Oración de entrega de todo lo vivido
Las siete primeras aparecen de manera explícita y ordenadas en la cuarta parte del Catecismo; mientras que la octava y la novena -si bien no son mencionadas explícitamente en la parte cuarta del Catecismo-, forman parte de la tradición de la Iglesia y de las enseñanzas de aquellos santos que la Iglesia nos presenta como maestros de oración, como por ejemplo San Ignacio de Loyola o Santa Teresa de Ávila.
Yo no voy a desarrollar en este escrito las diversas formas de oración, pues sobre ellas nos habla claramente los puntos del Catecismo que pondré a continuación y que tú puedes leer luego. Lo que sí haré será citar lo que dicen al respecto algunos de los mensajes de la Gospa que nos animan a orar de esta manera.
- La bendición (CIC 2626 y 2627)
La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice nuestro corazón, nosotros podemos bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición.
Así como el agua que se evapora, sube al cielo para formar las nubes y luego se derrama en forma de lluvias o rocío que traen vida sobre la tierra, de manera similar la oración de bendición asciende llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido); y a la vez también somos invitados a bendecir a todas las personas e instituciones.
El rey David bendecía diariamente a Dios, por eso también era objeto de tantas bendiciones divinas para él y para su pueblo: “Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre; bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios” (Salmo 103:1-2).
El anciano sacerdote Zacarías -padre de Juan Bautista y esposo de Isabel- que estuvo mudo por nueve meses, al recuperar la palabra lo primero que hace es bendecir a Dios: “Entonces Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y dijo proféticamente: «Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo…” (Lc, 1:67-68).
La Reina de la Paz en el Mensaje, 25 de mayo de 2001, nos invita a bendecir, cuando dice: “¡Queridos hijos! En este tiempo de gracia los invito a la oración. Bendigan y busquen la sabiduría del Espíritu Santo…”. Por lo tanto, el bendecir a Dios nos vacía de nosotros mismos para que seamos llenados de la sabiduría del Espíritu Santo, de la cual tenemos tanta necesidad para vivir mejor y no tomar decisiones equivocadas.
El 18 de marzo de 2013, en la Aparición anual a Mirjana, Nuestra Señora decía: “¡Queridos hijos! Los invito a que con plena confianza y alegría bendigan el nombre del Señor, y que día a día le agradezcan, desde el corazón, por Su gran amor…” La oración de bendición nos dispone a confiar cada vez más en Dios y ayuda a que nuestros corazones se abran a la auténtica alegría y al don de la gratitud.
- La adoración (CIC 2628)
Me parece importante aclarar que cuando el Catecismo nos habla de la oración de adoración, no se está refiriendo sólo a la adoración Eucarística sino a una actitud interior del hombre que cree en la palabra de Dios, que nos enseña que él vive en cada uno de nosotros, y en medio de su pueblo: “nosotros somos el templo del Dios viviente, como lo dijo el mismo Dios: Yo habitaré y caminaré en medio de ellos; seré su Dios y ellos serán mi Pueblo.” (2 Corintios 6:16). Y también: “¿no saben que sus cuerpos son templo del espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios?” (1Corintios 6:19).
Si aprendiésemos a reconocer la presencia de Dios en nosotros y en todas las personas -incluso en aquellas personas con las que tenemos dificultades-, nuestra convivencia sería mucho más pacífica y armoniosa.
La actitud de adoración nos ayuda a reconocernos criaturas ante nuestro Creador; nos dispone a caminar en la presencia de Dios a lo largo de la jornada, nos vuelve más humildes, y nos ayuda a tener un corazón más fraterno con todos.
En el Mensaje, 2 de noviembre de 2014, Nuestra Madre nos invita a adorar a su Hijo que habita en nosotros: “Queridos hijos, los invito a adorar a mi Hijo, para que vuestra alma crezca y alcance una verdadera espiritualidad…”. Por lo tanto, nos recuerda que si somos conscientes de ser Sagrario vivo de Dios tendremos un verdadero crecimiento espiritual.
Tal como decía mi mamá, con lo escrito hasta ahora: “tenemos tela para varios vestidos”; por lo tanto, comencemos a poner en práctica -si aún no lo hemos hecho- de manera personal pero también en nuestros grupos de oración estas dos formas de entrar en comunión con Dios, y más adelante estaré compartiendo con ustedes las siguientes formas de oración que aún nos quedan.
Le pido a Dios que te bendiga abundantemente y te pido que reces por mí.
Padre Gustavo E. Jamut
Oblato de la Virgen María