Medjugorje – Virgen de Medjugorje

La Virgen María y la Eucaristía

Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su Corazón

«¡Queridos hijos!: Dios desea haceros santos y por eso a través de mí os invita al abandono total. ¡Que la Santa Misa sea para vosotros la vida! Trabajad para comprender que la iglesia es la casa de Dios; el lugar donde yo os reúno y deseo mostraos el camino que os conduce a Dios. ¡Venid y orad! No estéis fijándoos en los demás y no los critiquéis. Que vuestra vida sea, por el contrario, un testimonio en el camino de la santidad. Las iglesias son dignas de respeto y consagradas, porque Dios que se hizo hombre permanece en ellas día y noche. Por lo tanto, hijos míos, creed y orad, para que el Padre os acreciente la fe, y luego, pedid lo más conveniente. Yo estoy con vosotros y me alegro por vuestra conversión. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!» (Mensaje de la Virgen 25-4-88)

Para comprender mejor la constante y sublime actitud de adoración de la Virgen Santísima, ante el misterio Redentor de Jesús Eucaristía, Sacerdote, Víctima y Altar, nos remitimos a la escena del Evangelio, cuando Jesús fue encontrado en el templo, en medio de los doctores de la ley.

San Lucas 2, 41-52

«Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.»

Contemplamos este texto del Santo Evangelio y vida de Jesús, que es circunstancia singular, que arroja luz sobre los largos años de la vida oculta de Nazaret, en la que el Señor revela, con su fuerte personalidad, la conciencia de su misión, confiriendo a este segundo «ingreso» en la «casa del Padre» el significado de una entrega completa a Dios, que ya había caracterizado su presentación en el templo, que fue la primera ocasión en la que el Señor fue llevado al templo en los brazos de María y José (Lucas 2, 22-39).

 

La Madre contempla el Misterio de Inmolación de su Hijo

Cuando Jesús se queda en el templo, a los 12 años, edad reconocida de madurez en la fe para el varón de la estirpe de David, Jesús da a conocer la conciencia que tiene no solo de su responsabilidad que como Hijo de María y de José sino que ésta misma está sumergida y comprometida con una vocación superior, respecto a su condición de Hijo de Dios.

No desconoce la maternidad de María ni la paternidad espiritual y autoridad de José, sino que revela la trascendencia y esencia de esta Familia, completamente insertada en el plan Redentor de Dios, uniéndose por el Fiat de María, por el hágase en mi según tu palabra, dando ha conocer la vinculación más plena que el alma humana puede alcanzar con el designio de Dios. Unirse profundamente y sin igual al sacrificio redentor.

El Cordero que llevaron al templo, la familia de Nazaret, ya no es un macho cabrío, sino que es el mismo Cordero de Dios.

Este es el Cordero que sustenta la esperanza de las 12 tribus de Israel y que será el Cordero que alimentará al nuevo Israel, edificada sobre los 12 pilares de los apóstoles que es la Iglesia.

Es el Cordero que ya está preparado, que entrará en la Sinagoga y leerá la Palabra, siendo él mismo la Palabra Encarnada, es el Cordero que desde esa edad cantará los salmos que anuncian e imploran su venida, que escuchará la lectura de los profetas que anhelaban ver la luz para iluminar a las naciones, como dijo el anciano Simeón.

Cuando el Niño Jesús dice ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?, está señalando lo que luego la Carta a los Hebreos 10, 4-7, proclama del Sacrificio de Cristo:

“…pues es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados. Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo – pues de mí está escrito en el rollo del libro – a hacer, oh Dios, tu voluntad!»

 

La Madre se une al sacrificio de su Hijo

Jesús prepara a su madre para el misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en esos tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para permanecer en el templo, la anticipación del Triduo de su pasión, muerte y resurrección. Al dejar partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles de su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduce en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipando lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el anuncio de su Pascua. Por medio de este actuar, quiere Cristo ayudar a reconocer el valor Corredentor de la Vida de María, y la participación de Ella, y el sacrificio y dolor de la Sagrada Familia de Nazaret que ofrece, cual Abraham en el Antiguo Testamento, su propio Hijo para que sea víctima, sacerdote y altar.

Como nos recuerda la encíclica Ecclesia de Eucharistia, hay una relación profunda entre María y la Eucaristía. Esto no depende de un cierto devocionalismo, sino que tiene raíces muy hondas en la verdad de la Fe y la salvífica voluntad de Dios, ante todo por reconocer en la Eucaristía el Cuerpo y la Sangre del Señor. En las plegarias eucarísticas y en las confesiones de fe se dice siempre que lo que nosotros tenemos en la Eucaristía es el mismo Cuerpo nacido de María, la Virgen. Esto es ya una nota esencial de la relación entre la Eucaristía y la Virgen María, porque lo que tenemos en la Eucaristía es lo que ha recibido de María: la Carne y la Sangre, es decir, nuestra propia humanidad. Por eso no es extraño que ya San Agustín forjase la expresión “la carne de Cristo es la carne de María”. Es lo que canta también Santo Tomás en los himnos del Corpus: “este Cuerpo nacido de un vientre generoso”. Igualmente el Ave Verum: “Ave, Verum Corpus natum ex Maria Virgine”. Así es que éste sería el primero de los elementos. Como hay una relación entre Encarnación y Eucaristía, hay una relación entre María –protagonista de la Encarnación- y la Eucaristía.

Hay ciertamente otro lazo indisoluble entre la Virgen María y la Eucaristía, y es la presencia de María al pie de la Cruz. En cuanto que la Eucaristía es memorial del Sacrificio de Cristo, no podemos ignorar la presencia de María allí. Que no es simplemente un estar ahí sino, como tantas veces nos dicen los documentos de la Iglesia, estar unida en la misma oblación de su Hijo, incluso ofreciendo la Víctima Sagrada –dice el Vaticano II- y ofreciéndose también con Ella. Por eso también en la Marialis Cultus nos recuerda San Pablo VI que “la Virgen ofrece, la Virgen hace la oblación.”

Está claro entonces que la Virgen María, naturalmente, vive en la Iglesia primitiva después de Pentecostés (siendo Ella la que contenía a los Apóstoles unidos en oración) y participa con la misma Iglesia de la fracción del Pan.

Es clave comprender que el Espíritu Santo nos da a conocer por medio del Evangelista, la ineludible actitud interior de María y de San José vinculado a Ella en esta experiencia del camino de la Redención:

 

“Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”

Con esta afirmación nos solo somos llamados a la vida interior, exigencia primera para todos los bautizados, pues para eso se nos conceden años de vida temporal, para comenzar a gestar en el alma por la vida interior la visa sobrenatural, y así se impregne el tiempo presente, de los frutos de la oración, sacrificio, penitencia y Adoración de Rey Eternal.

También nos advierte este texto de la importancia de que no solo son conocimientos y experiencias en las verdades de Dios, acumuladas en los años, como lo fueron para los doctores de la Ley, sino que todo eso, será nada, si no es considerado, observado, orado y contemplado desde la humildad del Corazón de María.

Un buen sacerdote me aconsejó: antes de meditar, antes de celebrar la Misa, antes de predicar, antes de descansar, como dice San Bernardo, recurre a María. Solo Ella, que con la humildad aplasta la cabeza de la serpiente, que no quiso servir a Dios, con el hacerse Esclava y  Sierva del Señor, disipará de tu corazón sacerdotal, la vanagloria que te hace ciego, la suficiencia que te hace arrogante, la desidia que te hace impío, la superficialidad que te lleva a pensar que ya sabes, ya hiciste, ya lograste lo suficiente, cayendo en la mentira de que hay cosas más urgentes que hacer, pensar o planificar, que estar en recogimiento, en oración, en el Rosario, ante la Custodia, en el misterio Eucarístico meditándolo todo en su Corazón.

 

Adorar con María

“También esta noche, queridos hijos, les estoy especialmente agradecida por haber venido aquí. Adorad sin cesar al Santísimo Sacramento del Altar. Yo estoy siempre presente cuando los fieles están en adoración. En esos momentos se obtienen gracias particulares. Gracias por haber respondido a mi llamado!”  (Mensaje, 15 de marzo de 1984)

Para aprender a adorar, se debe  hacer “en el Corazón de María”, y esa es la garantía verdadera, reconociendo con el propio corazón la Maternidad del Inmaculado Corazón respecto al corazón de cada uno de nosotros. Así nuestros Corazones se dejarán educar espiritualmente por aquel Corazón del que tenemos mucho que aprender:

Considera que el Corazón Maternal de María es de donde, según San Bernardo, rasguñó el Verbo de Dios, la carne y la sangre, para abrazar la humanidad por medio de la Encarnación, formando un cuerpo humano que luego sería ofrecido en el cadalso de la Cruz y entregado para sustento de las almas en el don Eucarístico, asperjando y marcando con esa misma sangre el dintel de las almas (como la sangre del Cordero Pascual en el Éxodo), a fin de que los que coman de ese pan vivan eternamente.

María sagrario maternal y custodia cordial del Hijo.

El Cuerpo de Cristo que está en el Sagrario es el mismo que fue gestado en el vientre virginal de María, la Sangre de Cristo que adoramos eucarísticamente, es la misma que fue sustentado desde las entrañas maternas de María, el sacerdocio que aveces maltratamos, es la participación del sacerdocio Cristo, que fue concebido en María.  Considera que así como lo trates a Él en el Sagrario tratas a María, y que para tratar adecuadamente a Jesús Eucaristía debes aprender a tratar con El en el Corazón de María. Y en este Corazón aprendemos del silencio interior, necesario para la Adoración:

El silencio es un don que brota de la plenitud experimentada por tener el alma, la mente y el corazón inundados de la gracia, la verdad y el amor. Cuando se conoce la verdad se disipa la duda y la angustia, cuando se encuentra el bien nos abandona el miedo y cuando nos sabemos amados desaparece la amargura que da la sensación de la supuesta soledad. El ruido que hacemos o buscamos, aveces para hacernos notar, acusa nuestras carencias. EL silencio de María, que ante tantas situaciones trascendentes de las que fue testigo y partícipe, las enfrentó con recogimiento y humildad, nos hacen reconocer la corona de virtudes de un Corazón Inmaculado lleno de conocimiento y amor de Dios.

María es el Sagrario que concibe a Cristo que es la misma persona increada del Verbo de Dios.

Por eso la excelencia y dignidad de María es incomparablemente SUPERIOR A TODAS LAS DEMÁS CRIATURAS, a todos los santos y a todos los ángeles juntos.

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