Medjugorje – Virgen de Medjugorje

Homilía del 25 de junio, Fr. Ivan Dugandzic – Aniversario de la Reina de la Paz

Introducción:

Queridos parroquianos, estimados peregrinos, estimados devotos de la Reina de la Paz que estáis con nosotros en esta celebración eucarística a través de los medios electrónicos:

Este año, el 39º Aniversario de las apariciones de la Virgen es diferente a todos los anteriores. Dado que el invisible coronavirus ha cerrado las fronteras entre los países y ha dificultado enormemente la libertad de movimiento, este año no hay grandes grupos de peregrinos de diferentes países, no hay misas en muchos idiomas y no hay un número grande de sacerdotes en la celebración eucarística de esta noche. Todo es mucho más modesto de lo que estamos acostumbrados.

Aunque todo es diferente a como era antes, estoy convencido de que lo más importante se ha mantenido igual: el amor de la Madre celestial por nosotros, sus hijos, y nuestra fiel devoción a ella, nuestra Madre común. Mientras que hace unos meses la pandemia estaba en su apogeo, mientras Medjugorje estaba inquietantemente vacío y desolado, y la iglesia de Santiago Apóstol cerrada, entonces también estábamos seguros de que la Reina de la Paz nos estaba velando e intercediendo por nosotros. Al celebrar la Eucaristía en la iglesia cerrada en presencia de unas pocas personas, sabíamos que todos vosotros, los devotos de la Reina de la Paz y amigos de Medjugorje a lo largo del mundo, estabais con nosotros en comunión de fe y de esperanza, y nosotros os llevábamos a todos en nuestros corazones y en oración os presentábamos a Dios. Y en esas difíciles condiciones, éramos una Iglesia viva que reza y alaba unida. En estas circunstancias inusuales de la vida, Medjugorje fue y sigue siendo un lugar de oración y esperanza para la Iglesia y el mundo.

Esta noche, demos gracias a la Reina de la Paz por todas las gracias derramadas en estos años pasados ​​de su presencia y pidámosle al Señor que, por su intercesión, conceda la paz a este mundo sin paz y restaure la esperanza en el futuro seguro de la Iglesia, en su camino hacia la eternidad. Y a nosotros todos, que el Señor nos conceda la gracia del humilde arrepentimiento para que podamos celebrar dignamente estos sagrados misterios.

 

Homilía:

 ¡Queridos parroquianos, estimados peregrinos, queridos hermanos y hermanas en Cristo!

Las crisis profundas por las que pasan individuos, familias enteras, naciones enteras y, a veces, toda la humanidad, como en esta pandemia de coronavirus, generalmente se perciben como algo negativo, que por fuerza detiene el curso normal de nuestra vida, nos empobrece tanto material como espiritualmente, y deja irreparables consecuencias para el futuro. ¿Cuántas veces en las semanas de confinamiento estricto y movimiento limitado escuchamos la frase: “Después de esto, ¡nada será igual!?” Algunos querían ser aún más convincentes, por lo que solían decir: “¡Podemos olvidarnos del mundo que conocíamos!” Tanto en un caso como en el otro, la crisis se puede entender como una brecha insuperable entre el pasado y el futuro.

Sin embargo, a pesar de que todos sean conscientes de la gravedad de la crisis, no todos los que afirman esto se refieren a lo mismo. Mientras que algunos lamentan abiertamente las reuniones masivas, la diversión en fiestas relajadas y a veces desafortunadamente desenfrenadas, el disfrute superficial en deportes y otras competiciones; otros, desean silenciosamente un cambio para mejorar todo lo que no era bueno en la vida y el comportamiento de las personas. En otras palabras, estos últimos esperan que la crisis pueda significar un replanteamiento moral más profundo y decisiones nuevas con vistas al futuro.

Así, por ejemplo, el eminente poeta croata y embajador de República de Croacia en Irán, Drago Štambuk, cuando los periodistas le preguntaron: “¿Cuál es el impacto global de esta pandemia?”, ofreció una respuesta interesante que vale la pena retomar: “Contestaré esta pregunta muy personalmente. Todo lo que soñamos, lo que nosotros, como raza humana, abogamos, se ha transformado. El mundo que conocemos se murió de la noche a la mañana. El calor se volvió frío; el tacto, la distancia… nos transformamos en “astronautas”. El deseo de aprovecharse a costa de otros nos ha echado de la alfombra de la estabilidad, la avaricia ha devorado los corazones, la obsesión por el crecimiento sin restricciones se ha convertido en un cáncer que destruye y consume el orden conocido. Ante nosotros tenemos una Tierra aterrorizada y una humanidad enloquecida que anhela la paz y una desaceleración saludable…”

Y para que no pensemos que todo esto ha ocurrido por casualidad o tal vez haya sido la consecuencia de alguna causa desconocida, el poeta continúa en un tono profético que apela a la conciencia de cada persona: “El virus es fruto de la oscuridad, el síntoma de nuestra insaciable ambición de dominar la naturaleza. Hay que recapacitar, y volver a nuestro ser primordial, a la armonía con el entorno del que hemos salido… La transhumanidad a la que nos lleva el progreso tecnológico es el comienzo del fin de nuestra humanidad… ¡Mundo, despierta, y comprende que estás en el camino destructivo hacia el abismo!”.

Gracias a Dios, con el tiempo, la fuerza del virus ha comenzado a disminuir, y con ello las estrictas medidas de autoprotección. Esperando ansiosamente ese momento, muchos, incluso durante la crisis más aguda, hacían la pregunta: “¿Cómo será la nueva normalidad?”. Debería decirse claramente que dicha pregunta nos lleva por mal camino, porque sugiere que todo ha sido normal hasta la crisis, y que es posible predecir una nueva normalidad después de la crisis. Al observar el comportamiento de muchas personas en las últimas semanas, parece que lo más importante para ellos es revivir las formas de comportamiento anteriores lo antes posible, lo que probablemente ellos consideran que debería ser esta “nueva normalidad”.

Y el virus parece estar ansioso por volver de nuevo. Es decir, no aprendimos nada de la crisis que se calmó brevemente, no entendimos que esta pandemia realmente podría ser “el principio del fin de nuestra humanidad”, porque el mundo está “en un camino destructivo  hacia el abismo”, como advierte el poeta. Es suficiente escuchar atentamente qué “nueva normalidad” nos ofrecen los candidatos políticos en las próximas elecciones para comprender que no hemos entendido nada. En el centro de sus discursos y promesas no está Dios y ni tampoco el hombre creado a imagen de Dios, o la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, sino ellos mismos con sus propios intereses y el mundo a su medida. Tal estado espiritual del mundo de hoy, en el que muchos todavía no ven nada alarmante, da derecho al eminente pensador francés, prolífico escritor y converso del judaísmo al cristianismo, Fabrice Hadjadj, a reconocer en esta pandemia que se ha apoderado del mundo entero un acontecimiento apocalíptico de proporciones bíblicas. Es por eso que su último libro, que se publicó hace unos meses, en su traducción al croata lleva un título apocalíptico: “Cuando todo ha de desmoronarse”. Y un subtítulo aún más tajante: “Reflexiones sobre el fin de la cultura y la modernidad”. El pensamiento básico del libro es, de hecho, el pensamiento básico de toda la Biblia: el hombre planea tiempos futuros y eventos futuros, y el verdadero futuro del mundo siempre viene de Dios de manera impredecible.

En una página de este libro poco común, el autor dice: “Así, el futuro (como tiempo gramatical) se refiere a lo que será, partiendo de lo que ya es o de lo que será… El futuro, sin embargo, se refiere a lo que será, partiendo de lo que habrá sido… El futuro (como tiempo gramatical) pertenece al campo de lo predecible y de algo que se puede planificar. Sin embargo, el futuro nos dirige hacia el horizonte de lo inesperado, de lo venidero, pero desconocido… En una palabra, el tiempo futuro se refiere a lo que ya está sucediendo, el futuro a lo que está por venir… Cuando al mundo no funciona, cuando aparentemente va hacia la perdición y la ruina, eso de ninguna manera es un obstáculo a la venida del Reino, su gracia no depende de nuestros méritos y ni siquiera presupone nuestra condena”.

Hermanos y hermanas, toda la Biblia, incluidos estos dos textos que acabamos de escuchar, dan testimonio de esta penetración siempre nueva e impredecible del futuro, es decir, de la eternidad de Dios en la fugacidad de este mundo. Aunque los eventos de los que hablan el profeta Isaías y el evangelista Lucas están separados por más de siete siglos, concuerdan en lo esencial, de hecho tienen el mismo contenido y el mismo mensaje. Se trata de Dios que promete el futuro a su pueblo elegido, y que se cumple en el anuncio del ángel Gabriel a María.

Detengámonos por un momento en estos textos. Solo dos capítulos antes, en su libro, el profeta Isaías describe la difícil situación de su pueblo amenazado por la poderosa Asiria, por lo que el rey Acaz busca un pacto con los reyes paganos de Siria y Samaria, mientras que el profeta le advierte que confíe en Yahvé, el Dios de la Alianza, y le pida una señal de que no le abandonaría. Acaz se negó, con la excusa de que no quería tentar a Yahvé. Entonces Dios mismo, por medio del profeta, le da una señal en la forma de esa famosa promesa: “He aquí, que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá el nombre Emanuel, Dios con nosotros” (Is 7,14). En lugar de un tiempo futuro incierto en alianza con dichos reyes, Dios promete a su pueblo un futuro seguro mediante su presencia en medio de él.

Para el profeta, esta promesa presenta la luz en la oscuridad del mundo, que causa alegría y jubilo, adquiriendo ahora un contenido mucho más concreto. Ya no es solo un niño   nacido de una virgen, sino “Maravilla de consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz” (Isaías 9,5). Durante siete siglos completos, esta promesa vivió en el pueblo elegido, invisible pero dirigiendo poderosamente la mirada de los fieles hacia el futuro y el encuentro del ángel Gabriel y la Virgen de Nazaret, como nos informa el evangelista, citando las palabras de la sublime promesa: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre JESÚS. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo” (Lucas 1, 30-32). Fue una introducción a la gloriosa visita de Dios a esta tierra en la imagen de su Hijo y el anuncio de la gran reconciliación del mundo con Dios.

Hace treinta y nueve años, en nuestro Podbrdo, la Mujer de la Eternidad también apareció repentina e inesperadamente y llamó a la humanidad a abrirse al futuro que Dios nos ofrece a través de ella. El periodista y publicista alemán, Alfons Sarrach, autor de dos valiosos libros sobre Medjugorje, llama a la Virgen “la Mujer del Futuro”, cuando dice: “Después de nuestra tercera visita a Medjugorje, nos quedó claro: la figura luminosa, que atrae a millones de personas de todo el mundo a Herzegovina y que los videntes llaman la Virgen, viene del futuro. Mientras que de la exploración del futuro se habla cada vez menos, porque las personas han experimentado drásticamente los límites de estas posibilidades, ante la humanidad (Ella) viene del futuro absoluto, es decir, del futuro definitivo, ‘Mujer bajo la cruz’, y abre los horizontes hacia una dimensión mucho más seria del futuro, del futuro de Dios”. “Fue un conocimiento emocionante para mí”, concluye Sarrach.

Hermanos y hermanas, María es una mujer del futuro porque es la única de entre todas las personas que con su vida y su asunción al cielo logró la plenitud de la salvación, hacia la cual los fieles apenas estamos dando unos pasos. Los pasos en la fe y en la esperanza en la plenitud de la salvación al final de los tiempos. Y dado que su Hijo desde la Cruz nos la ha dejado a todos como Madre y Abogada, nuestro destino está esencialmente vinculado a ella y a su papel en el plan de la salvación. Esa es la base y el trasfondo teológico de sus apariciones tan frecuentes, especialmente en los tiempos difíciles de nuestra historia. Cuando el mundo se enreda en sus contradicciones e incluso cuando la Iglesia no tiene una visión clara del futuro, Dios envía a “la Mujer” desde la eternidad para alentarnos y mostrarnos el camino correcto de la salvación.

Y así como el ángel una vez se dirigió a ella con palabras de ánimo: “No temas, María”, ahora ella anima a los niños sorprendidos y asustados, a los videntes que ha elegido como testigos. Según ellos, envía un mensaje de paz al mundo en un momento en el que está bastante claro que los gobernantes y los poderosos de este mundo no pueden garantizarla y cuando amenaza un conflicto de diferentes ideologías y alianzas militares. En vano se celebran conferencias de paz y se firman siempre nuevos tratados de paz, la paz se ve cada vez más amenazada porque la gente no habla de ello con corazones puros e intenciones sinceras.

Es por eso, que la promesa de paz de la Virgen está lógicamente acompañada por una llamada a la conversión, un cambio en el corazón del hombre por medio del sacramento de la Reconciliación, la celebración de la Eucaristía, la adoración del Santísimo Sacramento del Altar, la oración, el ayuno y la lectura de la Palabra de Dios. Así, del monte Podbrdo corrió un riachuelo de agua fresca desde la eternidad hacia el pantano de la inmoralidad de este mundo y se creó un oasis en el desierto del mundo, que muchos reconocieron y aceptaron.

Y así, con el tiempo, Medjugorje se ha convertido en un lugar de conversión y oración, en el confesionario del mundo, que la Iglesia, después de un largo tiempo de cuidadoso seguimiento y estudio, reconoció y aceptó. Hace un año, el eminente representante del Vaticano, el arzobispo Fisichela afirmó públicamente en este lugar que no hay mejor forma de nueva evangelización -que la Iglesia ha estado buscando desde hace mucho tiempo- que reproducir lo que está sucediendo en Medjugorje en todas las partes del mundo y en toda la iglesia.

Esto confirman indirectamente las palabras del Papa emérito Benedicto XVI, quien en su libro recientemente publicado, cuando los periodistas le preguntan qué piensa sobre el estado espiritual del mundo de hoy, advierte con gran seriedad, después de mencionar algunas desviaciones morales concretas, que lo más peligroso es lo que está pasando invisiblemente detrás de ciertas desviaciones morales visibles, por lo que dice: “La sociedad moderna está en la fase de formulación de un Credo anticristiano, y oponerse a ese Credo es castigado con la excomunión social. El miedo a este poder espiritual del Anticristo es completamente natural y la oración de toda la Iglesia es necesaria para resistirlo”.

Hermanos y hermanas, devotos de la Reina de la Paz, somos testigos de este drama de la humanidad. El Anticristo, con la ayuda de sus asociados, realmente quiere crear al hombre a su propia imagen. Es por eso que, primero quiere borrar la imagen de Dios en él, matando el gen por el cual el hombre, como criatura que proviene del Creador, quiere redefinir la naturaleza humana, declarando lo que se consideraba malo hasta ayer como algo completamente normal y aceptable. Los que piensan de manera diferente tienen prohibido defenderlo públicamente y defenderlo en nombre de lo que sea políticamente correcto y socialmente tolerante. De lo contrario, son declarados atrasados ​​y perjudiciales para el progreso de la sociedad.

En tal estado espiritual del mundo, aquí, desde hace treinta y nueve años, la Mujer del Futuro, la Reina de la Paz, muestra el camino hacia la verdadera paz y el futuro con Dios, recordándonos permanentemente que ése es el camino de la santidad, el camino con Dios en el día a día de nuestra vida. La Virgen reúne a la Iglesia orante en Medjugorje que, con el poder de la oración, resistirá con éxito la fuerza opositora del Anticristo, como dijo Benedicto XVI.

Estemos sinceramente agradecidos de que ella nos considere y nos llame sus “queridos hijos” y que quiera que seamos sus testigos y apóstoles en este plan de salvación del mundo.

Abandonados a ella, abrámonos con alegría al futuro que Dios está preparando para la Iglesia y el mundo. ¡Amén!

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