En el repleto salón San Juan Pablo II, el lunes 24 de noviembre, con motivo del 25º aniversario de la muerte de fray Slavko Barbarić, se celebró una velada de testimonios y reflexiónes sobre fray Slavko, en la que participaron: fray Jozo Grbeš, fray Svetozar Kraljević, fray Marinko Šakota, Milona von Habsburg y fray Ivan Dugandžić, quien intervino mediante un mensaje en video. Fray Ivan convivió y colaboró durante muchos años con fray Slavko, y en esta velada habló sobre el carácter profético de su figura y de su obra. A continuación, ofrecemos íntegramente su intervención.
A petición del párroco, fray Zvonimir Pavičić, de que -como uno de los pocos testigos aún vivos del tiempo compartido con fray Slavko- compartiera con ustedes mis recuerdos con ocasión del vigésimo quinto aniversario de su muerte, respondí con prontitud, movido por el respeto y el cariño que le profeso, aunque en estos últimos tiempos la voz me falle, por lo que les ruego me disculpen. Al pensar qué decir en los escasos diez minutos asignados, sin repetir lo ya contado o escrito en otras ocasiones, decidí hablar de algo que marcó profundamente la vida y el ministerio sacerdotal de fray Slavko en Medjugorje y que, hasta ahora, ha pasado un tanto desapercibido: su dimensión profética, ese rasgo de su persona y de su obra que, estoy convencido, con el tiempo resplandecerá cada vez más.
Han pasado veinticinco años desde la muerte de fray Slavko Barbarić. Tras tantos años, la mayoría de quienes nos han dejado caen en el olvido; el recuerdo de ellos se desvanece. Son pocos aquellos a quienes el paso del tiempo no puede dañar ni disminuir la importancia que tuvieron en vida. Son esas personas generosas que no vivieron para sí, sino que se entregaron por entero a los demás, consumiéndose en el servicio a Dios, a la Iglesia y a sus hermanos. Son figuras proféticas, hombres y mujeres capaces de reconocer los signos de su tiempo y responder con su propia vida, convirtiéndose así en patrimonio permanente de la Iglesia aun después de su partida. Tal fue nuestro fray Slavko, y por eso no sorprende que su tumba siga siendo visitada por numerosos peregrinos de todo el mundo, que acuden a él con sus necesidades. Sus libros —nacidos de un incansable servicio a los peregrinos— siguen publicándose en tiradas muy elevadas y traducidos a muchos idiomas. Todo ello es fruto de la vida de un franciscano excepcional, capaz de discernir el desafío que las apariciones de la Virgen en Medjugorje suponían para la Iglesia y para el mundo, y de responder a ese desafío.
Ante la confusión de la Iglesia local y la férrea oposición del régimen comunista ateo a la Virgen y a su designio, fray Slavko se entregó sin vacilar al plan de María, sin temer las consecuencias para sí mismo o para su futuro. Por eso su vida, relativamente breve, pero marcada por un intenso servicio a los peregrinos, y su palabra escrita, poseen una fuerza profética que no se extingue con el paso de los años. Un teólogo contemporáneo describe así el mensaje profético y su significado para el momento histórico concreto: “El lenguaje profético exige libertad frente a falsas consideraciones, y también la disposición a ponerse por entero ‘sin ninguna protección’ al servicio de la verdad de Dios” (Jürgen Werbick).
Estas palabras describen muy bien la vida sacerdotal de fray Slavko al servicio de la Virgen y de Dios. Estaba completamente libre de cualquier falsa consideración y, con la determinación propia de un espíritu profético, dispuesto como sacerdote a ponerse al servicio de la verdad, sin esperar ayuda ni protección de nadie. Sabía que sería incomprendido y no aceptado por su propio obispo y por los superiores religiosos de aquel tiempo, que por diversos motivos estaban dispuestos a cerrar los ojos ante la verdad y a entrar en compromisos dudosos y peligrosos. Sabía también que podía acabar, como algunos de sus hermanos franciscanos, en una cárcel comunista, pero eso no lo atemorizó. Su confianza en la intercesión de la Virgen y en la ayuda de Dios era más fuerte que cualquier sentimiento de inseguridad o miedo.
Cada vez más teólogos contemporáneos reconocen en las apariciones de la Virgen un mensaje profético semejante al de los profetas del Antiguo Testamento, enviados por Dios para fortalecer la fe de su pueblo. María adquirió su misión profética en el momento en que, como los antiguos profetas, aceptó de inmediato la llamada de Dios y se puso al servicio de la realización de la salvación. Esta misión quedó confirmada cuando el drama de la redención alcanzó su culmen, cuando Jesús, desde la cruz, la dejó a la Iglesia como Madre. Si los mensajes de la Virgen constituyen una llamada profética y un estímulo para la conversión de la Iglesia, entonces, al ponerse al servicio de estos mensajes, fra Slavko se convirtió en su voz profética. Esa voz resonaba desde el altar en sus homilías, se escuchaba en el confesionario cuando reconciliaba a los pecadores con Dios, y alcanzaba suavemente los corazones heridos en innumerables conversaciones y oraciones con los peregrinos que, en el encuentro personal con él, buscaban consuelo y aliento en medio de sus dificultades. Esa voz no ha callado; continúa hablando, silenciosa pero con fuerza, a través de sus libros, fruto de su vida y de su misión profética.
Fray Slavko no actuó proféticamente solo con su palabra, sino también con sus obras. Mientras otros pensaban que los adictos debían estar a cargo de médicos y psicólogos, y que los huérfanos y demás víctimas de la guerra correspondía atenderlos a las instituciones sociales competentes, fray Slavko, a través de la Aldea de la Madre (Majčino selo), ofreció valientemente una ayuda concreta. No tenía más apoyo que la Providencia divina y la intercesión de la Virgen. Para crear la infraestructura necesaria y construir los edificios requeridos, era preciso encontrar benefactores, y estos llegaron. La Aldea de la Madre se convirtió en un verdadero signo de amor cristiano y de generosidad al servicio de los más necesitados. Las autoridades eclesiásticas —de quienes cabría esperar bendición y apoyo en una obra así— intentaron por todos los medios frenarla, alegando que fray Slavko lo hacía solo para obligar a la Iglesia a aceptar las apariciones. Él permaneció inquebrantable, soportando con paciencia nuevos golpes que le causaban profundo dolor, pero que nunca lograron derribarlo. Nunca buscó reconocimiento alguno en vida; sin embargo, este ha llegado en nuestros días. Durante una reciente visita a Medjugorje, monseñor Carballo, antiguo Ministro general de la Orden Franciscana y actualmente obispo al servicio del Vaticano, reveló precisamente en la Aldea de la Madre que, en la decisión del Papa Francisco de pronunciarse positivamente sobre Medjugorje en la conocida Nota (Reina de la Paz – Nota sobre la experiencia espiritual relacionada con Medjugorje), la Aldea de la Madre desempeñó un papel clave, mérito atribuible a la visión profética y a la valentía de fray Slavko.
Confío firmemente en que, para el próximo aniversario redondo de la muerte de fray Slavko, seremos testigos del inicio de su proceso de beatificación. Lo merece por toda su ejemplar vida religiosa y sacerdotal, y especialmente por su firme dedicación profética al servicio de la Virgen y de sus mensajes para la Iglesia y para el mundo de nuestro tiempo.
