En Medjugorje ha sido colocada una obra escultórica monumental que viaja por todo el mundo, procedente de una colección privada “Imágenes de la Fe”, Misericordia – Puente para la Paz, cuyo autor es el artista Guido Rainaldi de Italia.
La obra muestra dos grandes figuras, en primer plano está San Juan Pablo II en el momento de dar los últimos pasos en su vida terrena, y detrás hay una representación de Jesús crucificado esperando abrazarlo.
Esta obra de arte tiene aproximadamente 4 metros de altura, está hecha de acero y fue colocada en Medjugorje, junto al salon San Juan Pablo II (el salón amarillo), donde se quedará por un año. Está previsto que, posteriormente, la obra de arte sea expuesta en Polonia, Australia, Estados Unidos, México…
La ceremonia de inauguración de la escultura tuvo lugar el domingo 3 de marzo al mediodía, después de la santa misa. Con la presencia de Mons. Aldo Cavalli, visitador apostólico con carácter especial para la parroquia de Medjugorje, de fray Zvonimir Pavičić, párroco de Medjugorje, del artista italiano Guido Rainaldi, feligreses y peregrinos, la obra fue descubierta y bendecida.
Como dice el propio autor en la descripción de esta obra, la salvación llega a través de la cruz y de Cristo crucificado. Su memoria está en todas partes, en los muros de las iglesias y escuelas, en lo alto de los campanarios, en las cabeceras de las camas y sobre las tumbas, todos estos millones de cruces nos recuerdan la muerte de Jesús en la cruz. El crucifijo es signo del dolor humano. No conozco ningún otro signo que dé un sentido tan poderoso de nuestro destino humano. El crucifijo forma parte de la historia del mundo.
La figura del Papa Juan Pablo II siempre fue una inspiración para los artistas al dar lugar a una interpretación artística particular, más o menos real, la humanidad del Papa Wojtyla, su excepcionalidad, tan carismático, y con muchos talentos, el “Pedro de nuestra época”. Fue un ejemplo de la verdad, la fe, la esperanza y el amor, un ejemplo no sólo para los creyentes, sino aún más para los que dudan, un apoyo moral para el mundo moderno y un reflejo del amor de Dios.
Ambas figuras se comparan en la concreción y especificidad del lenguaje visual. No necesitan introducción ni traducción, pertenecen a un lenguaje universal, se sitúan precisamente en la perspectiva de la universalidad, en la posibilidad de expresión, de sugerencia, de horizontes de sensibilidad, de reflexión, de abstracción. Es por esto que el “arte sacro” siempre ha establecido un diálogo distintivo y oportuno con la santidad, con la religiosidad, junto con la espiritualidad y la trascendencia, se reafirman valores y se sientan nuevas bases para nuevos conocimientos y aceptación de lo que no llegamos a conocer.
La expresión del artista y la impresión del observador se miden en el mensaje de la obra escultórica. La obra escultórica nos invita a no mirarla como un objeto de consumo, sino como un regalo para ser disfrutado por una mirada contemplativa. Cada artista, en un silencio distinto del corazón, acoge el misterio de la vida humana y lo expresa con la herramienta de su lenguaje. Dos figuras particularmente significativas que representan la historia, el pasado, la memoria colectiva, la fe.