El Podbrdo no es solo una de esas palabras impronunciables con que las señales viales de Medjugorje intimidan a los pobres hispanohablantes que pasan por allí; es el nombre del monte de piedras cuyo ascenso conduce al lugar donde una escultura blanca de la Gospa custodia los hermosos paisajes de Bosnia-Herzegovina. Pero aclarando que el sentido de belleza que tenemos los hombres es distinto del sentido de la belleza que manejan los ángeles. Pues ellos no se detendrían a contemplar la belleza de la naturaleza si no fuera porque en ella contemplan a Dios mismo, o porque al mirar escuchan el canto de alabanza que la creación le rinde a su Creador.
Y si ya es conmovedor contemplar la belleza de un paisaje sobre las siete y media de la tarde, con mayor razón cuando es la Gospa la que dirige su mirada sobre el paisaje interior de los corazones de sus hijos, cuando los ve llegando de todas partes del mundo, llenos de entusiasmo y alegría, con cartas y fotografías en las manos, con rosarios y súplicas, y palabras de amor que salen del corazón. Y vienen de todas partes para subir hasta aquel monte, donde una vez la Virgen convocó a sus pequeños videntes.
Es curioso que la Virgen casi siempre escoja lugares como estos, montañosos, apartados del mundo, para brindar sus apariciones. No creo que se trate de una simple casualidad, la verdad, sino más bien una enseñanza en la que de vez en cuándo habríamos de ocupar nuestras reflexiones. Acaso ¿no hubiera sido más sencillo aparecerse al pie de las montañas, en la casa de uno, o en la plaza central de la localidad? Claro que sí, pero los hechos hablan por sí solos: San Juan Diego tuvo que subir el monte Tepeyac; Santa Bernardette, tenía que ir a la gruta de Massabielle; los pastorcillos de Fátima, a Cova de Iria; y las niñas de Garabandal, subir el monte hasta el lugar de los pinos.
Quién podría obviar las resonancias bíblicas que tiene todo esto. Cada aparición viene a reescribir el evangelio de la transfiguración en el monte Tabor, y el texto aquel que narra la subida de Moisés al monte Sinaí para recibir las tablas de la ley. Porque no hay que olvidar que desde el punto de vista bíblico los montes siempre son los lugares escogidos donde el hombre se encuentra con Dios. En Medjugorje se repite la historia con la Gospa. Así el Tabor se hace eco del Sinaí, y el Podbrdo, de los dos. Y desde entonces quien sube el monte Podbrdo queda puesto en la piel de Moisés y en la de los tres apóstoles: el desaliento que sintieron ellos es el mismo desaliento que sentimos nosotros al subir. Escalamos, por tanto, una meditación relacionada con el misterio que encierran los mencionados textos bíblicos. Una ocasión insigne para nuestra enseñanza.
Siempre que subo al monte Podbrdo me encuentro con algunos peregrinos rezando. Y da igual que llueva o sea de noche, da igual que sean las tantas de la madrugada o que haga frío, da igual todo, allí están… firmes, dialogando en silencio de corazón a Corazón con nuestra Madre; pienso entonces en Moisés y en los apóstoles, los imagino a todos como un puñado de letras consonantes de una misma palabra que solo el Cielo entiende; los imagino a todos en una especie de monte universal que fuera resultado de la suma de todos los montes de las apariciones del mundo: todos cantando juntos un canto silencioso de un algo impronunciable del misterio de Dios.