El gran coro parroquial de Medjugorje “Reina de la Paz” celebró el sábado 22 de noviembre a su patrona, santa Cecilia. La misa, en la que recordaron a los miembros fallecidos del coro, fue presidida por el arzobispo emérito de Belgrado, monseñor Stanislav Hočevar, y concelebrada por el visitador apostólico con carácter especial para la parroquia de Medjugorje, el arzobispo Aldo Cavalli, el párroco de Medjugorje, fray Zvonimir Pavičić, y numerosos sacerdotes más.
«Permítanme, queridísimos hermanos y hermanas, mientras me alegro de que nuestro pequeño grupo de peregrinos de Eslovenia pueda unirse a esta solemne celebración, expresar mi comunión, mi unión en la oración y mi esperanza de que la Reina de la Paz nos acompañe, no solo a Europa, sino a toda la tierra, y que a través de nuestra oración lleve la paz a todos. Ese es nuestro ardiente deseo y nuestro clamor orante», dijo monseñor Hočevar al inicio de su homilía. A continuación se refirió al pasaje evangélico en el que uno de los malhechores crucificados con Cristo se arrepiente, mientras el otro lo ridiculiza.
«Pero Él, en su inmenso amor, supera todo, y a todos los que claman a Él les concede de inmediato la plena felicidad; incluso, a través del soldado romano, proclama a todos que Él es la cabeza de toda la creación, el verdadero Hijo de Dios, y por tanto el futuro de todos los pueblos. Nosotros, hermanos y hermanas, por la gran bondad de Dios, que nos mereció precisamente muriendo en la cruz y resucitando en la madrugada del domingo, hemos recibido el mayor don: un don del que no somos suficientemente conscientes, y es que en Él, el Hijo unigénito de Dios, también nosotros, por pura gracia, hemos llegado a ser sus hermanos y hermanas, y por eso hijos e hijas del Padre celestial», afirmó el arzobispo Hočevar. Continuó diciendo que también nosotros podemos ser uno con Cristo, Rey de toda la creación, si con el amor de Cristo, contemplando el corazón del Padre celestial, respondemos al amor del Padre con el amor de Jesús.
«Todo lo que ves con tus ojos ha sido creado para Cristo, el Señor, para que Él te haga feliz a ti y a mí. Entonces, ¿es también mi conocimiento el mismo conocimiento que Cristo tiene de la bondad del Padre? ¿Conozco yo al Padre con la fuerza de amor, con la comprensión de la mente y del corazón con la que Él ama a su Padre? Recordamos los 1700 años del Primer Concilio, el de Nicea. Aquel primer concilio subrayó especialmente: “Creo en un solo Dios”. ¿Por qué? No solo para confesar con palabras que creemos en un solo Dios, sino para que también mi conocimiento sea igual al conocimiento de Jesucristo con el que Él amaba a su Padre celestial.
Si yo no me esfuerzo cada día por sumergirme de nuevo en ese amor del Padre celestial, para asemejarme en todo a mi hermano mayor Jesucristo, no puedo decir que soy su hermano o su hermana. Pero sabemos que Cristo, el Señor, no solo admiraba siempre la belleza y la bondad de su Padre, sino que repetía constantemente: “La voluntad del Padre celestial es mi alimento; eso es lo que me sostiene, y quiero cumplir siempre y en todo su voluntad”», dijo el arzobispo Hočevar, añadiendo que solo podemos ser verdaderamente hermanos o hermanas de Jesucristo cuando decimos: «Padre, hágase en mí tu voluntad».
«O como dice la Santísima Virgen: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Si me uno de este modo a Cristo, Rey de toda la creación, entonces puedo decir que también yo estoy al servicio del crecimiento del Reino de Dios. Pero ni siquiera eso es suficiente. Jesucristo, caminando por la tierra y obrando milagros, siempre recuerda a su Padre celestial. ¿Y qué llevamos nosotros en la memoria? Muchos quizá llevamos diversas heridas que hemos sufrido. Descubrimos rápidamente que no somos suficientemente respetados, amados o valorados, que el mundo no nos aplaude. ¡Cuán pasajero es todo eso, mientras que la acción de Dios en el amor es tan estable y eterna! ¿No es una lástima, hermanos y hermanas, que recordemos tantas otras cosas y olvidemos las grandes y maravillosas obras de Dios?
Él lo creó todo, como dice la Sagrada Escritura. Por tanto, todo ha sido creado para mí. Cristo, el Señor, nos acepta como sus hermanos y hermanas. ¡Cuán triste sería olvidar este hecho fundamental que nos sostiene y nos da vida, y fijarnos solo en las heridas que nos trae este mundo!», expresó el arzobispo Hočevar. Concluyó su homilía con estas palabras: «Si somos uno en Dios, como la Virgen María, este mundo se volverá verdaderamente hermoso, lleno de flores, lleno de melodías, de nuevas armonías, de nuevas sinfonías. Y quiera Dios que también por nuestra oración, en lugar de escuchar el estruendo de las armas, podamos finalmente escuchar que todos los creyentes tenemos un solo corazón y una sola alma, y que transformemos este mundo en una única armonía de paz. Amén».
