“Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.” (Mc. 3, 33)
Cristo ocupa esta oportunidad para revelar cual es el fin sublime por la cual ha creado y redimido la familia humana, los lazos sanguíneos, los vínculos familiares y comunitarios: para que alcance la cumbre del amor, de la paz y de la alegría, que consiste en la Profunda comunión en la verdad, en el bien, que es, en definitiva, la común unión con el mismo Dios uno y Trino.
Y esta comunión profunda a la que nos dispone la Comunión eclesial y en la que nos nutre la Comunión Eucarística, debe llevarnos a la Comunión en la voluntad de Dios, que es nuestro autentico bien y la verdadera felicidad. “Quien me ama cumple los mandamientos. dice el Señor. Quien me ama se confía y entrega completamente en los brazos de mi Padre. En esta unión de voluntades consiste el vínculo más profundo entre las personas, y en esto consiste el auténtico parentesco que Jesús nos pide.
¿Acaso no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, -pregunta San Agustín- ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella?
Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante en su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo concibió en su corazón.
Y notemos que el Santo y Doctor de la Iglesia no niega el verdadero parentesco que tiene la Virgen Santísima con el Hijo de Dios, con lo que nos atrevemos a afirmar con algunos teólogos que María es consanguínea de Dios. ¿Que mayor grado de vínculo puede tenerse que el de la misma sangre?: el vínculo de abrazar la misma voluntad de Dios.
Pues Ella misma manifiesta con su vida, su humilde, obediencia filial y la inmolación en la agonía, dolor y Cruz con su Hijo, que todo vinculo puesto por Dios en la naturaleza y en los horizontes humanos son para que lleguemos a esta plenitud en la Fe, esperanza y amor, de unión con Dios: hacer la voluntad del Señor.
La Reina de la Paz nos dice:
Mensaje, 25 de marzo de 1998
“¡Queridos hijos! También hoy los llamo al ayuno y a la renuncia. Hijitos, renuncien a lo que les impide estar cerca de Jesús. De manera especial los llamo: Oren, ya que únicamente con la oración podrán vencer vuestra voluntad y descubrir la voluntad de Dios aun en las cosas más pequeñas. Con vuestra vida cotidiana, hijitos, ustedes llegarán a ser ejemplo y testimoniarán si viven para Jesús o en contra de El y de Su voluntad. Hijitos, deseo que lleguen a ser apóstoles del amor. Amando, hijitos, se reconocerá que son míos. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
En una época en el que muchos fieles viven gestando o buscando eventos religiosos, novedades, predicadores y actividades, con una buena intención de santificarse, o buscar el consuelo no encuentran para un corazón angustiado o herido, por el contrario hay almas que regresan cansadas a sus hogares, después de una larga jornada, o están postradas en una sala de hospital, que luchan para permanecer atentos en el momento de la Comunión Eucarística y de la oración, por estar casi abatidos por la responsabilidad de cada día, sin embargo, ellos viven en la paz, el gozo y el amor de ser parientes de Jesús, por que hacen en el silencio y en la humildad lo que les pide Dios, ya que viven en la escuela de amor de María, donde comprendieron y aprendieron a beber del Cáliz del Señor.