Medjugorje – Virgen de Medjugorje

Decir “Hágase”, la fe encarnada en la historia

En María, la luz del Adviento se revela con toda su claridad. En ella, la Iglesia reconoce la forma más pura de la espera en Dios: una espera confiada, serena, gozosa y radicalmente abierta.
El Adviento es escuela de paciencia y de confianza en la promesa divina; es una invitación a detenernos, a mirar de frente el tiempo que habitamos —con sus tensiones, violencias, incertidumbres y ese cansancio social que todos sentimos—. Y, justamente, en medio de ese mundo real, áspero y cambiante, María nos enseña el modo cristiano de esperar a Dios.

María vivió en una tierra marcada por el dominio romano, donde la vida cotidiana se tejía entre la sencillez rural y las presiones de un poder extranjero. En medio de esa historia concreta —con sus incertidumbres, pobrezas y tensiones— su fe se arraigó en la vida herida de su pueblo. Por eso su presencia se nos revela próxima, llena de luz y de una actualidad inesperada.

El Adviento, entonces, no nos pide huir de la realidad, sino habitarla con valentía y con la serenidad confiada de María. Ella responde desde la libertad, no desde el miedo. Su “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38) no es un susurro devoto, sino una decisión lúcida, cargada de riesgos, de desplazamientos, de explicaciones familiares difíciles y de la posibilidad real de ser incomprendida. Su sí nace en la historia, no al margen de ella.

María dice “hágase” con una confianza absoluta. En su respuesta descubrimos que la espera cristiana no consiste en aguardar tiempos ideales, sino en reconocer que Dios actúa precisamente en lo incierto, en esa normalidad que a veces sentimos resquebrajada. El Adviento no nos aparta del mundo; nos invita a mirarlo con una esperanza activa, que discierne, que sostiene y que sigue trabajando aun en medio de lo frágil.

En esta misma lógica se inscribe su camino hacia la casa de Isabel. María no se repliega ni se protege: “se puso en camino y fue aprisa a la región montañosa” (Lc 1,39). Va, sirve, acompaña. Su Adviento es un Adviento en marcha, tejido de gestos concretos que alivian y sostienen al otro. Y en tiempos como los nuestros —marcados por la polarización y el individualismo— ese gesto se vuelve más elocuente que nunca: la esperanza cristiana camina hacia el encuentro, no hacia el encierro.
Y su Magníficat lo confirma. No es un canto ingenuo, sino una proclamación centrada en la acción de Dios que irrumpe en la historia: “Proclama mi alma la grandeza del Señor… porque ha mirado la humildad de su sierva… dispersa a los soberbios… enaltece a los humildes” (Lc 1,46–55). María no habla de sí misma; anuncia lo que Dios realiza. Nombra lo que ve, interpreta la historia a la luz de Cristo que viene, reconoce la fuerza transformadora de Dios en medio de un mundo tenso y desigual. En su voz, la esperanza no es un deseo frágil, sino la certeza de que Dios ya está obrando y seguirá haciéndolo.

Que este Adviento, guiados por María, podamos pronunciar nuestro propio “hágase” en medio de las luces y desafíos de este tiempo. Que nuestra espera —como la suya— sea ocasión para que Dios transforme la vida y renueve, un poco más, la esperanza del mundo. Que la fe, encendida en lo cotidiano, se vuelva gesto de amor y signo humilde de la luz que crece entre nosotros.

Ese “hágase” de María ilumina también nuestro camino. El nuestro, hoy, debe brotar de un corazón abierto, dispuesto a que Cristo habite nuestra historia diaria. Se manifiesta en la escucha del Evangelio que orienta, en la búsqueda honesta de la verdad, en los gestos que fortalecen la comunión y en la misericordia que acompaña. Es un sí que anima a la esperanza, que impulsa a construir paz y que confía en la acción de Dios en cada proceso humano. Decir “hágase” es ofrecerle a la Palabra un espacio fecundo para dar vida.

Pbro. Glenm Gómez Álvarez

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