La primera vez que escuché hablar sobre Medjugorje fue por el año de 1994. Casi de inmediato yo creí en la verdad de las apariciones pues eran una respuesta a lo que desde varios años atrás venía deseando y buscando. A finales de 1987 tuve una fuerte experiencia de Dios, la misma que ha marcado mi vida hasta ahora. En ese entonces, apenas experimenté un poco del amor de Dios, me nació en el corazón un deseo y una ilusión por vivir la fe plenamente abierto al Espíritu Santo contribuyendo a renovar en Cristo todas las cosas. El paso de Dios forjó en mí un profundo deseo de contribuir con mi entrega personal a la renovación de La Iglesia en santidad. Años después, Jesucristo me hizo conocer a María Santísima. Con Jesucristo, en apertura al Espíritu Santo y con la presencia maternal y tierna de María Santísima lo tenía todo. Ahora sólo quedaba encontrar unas claves para caminar. Es en entonces que un amigo, compañero de seminario, me habla de Medjugorje. Era la respuesta que esperaba.
Aun cuando en mi seminario y comunidad religiosa no se acostumbraba a hablar de cosas como apariciones o fenómenos sobrenaturales, yo siempre miraba esos temas con interés, pues desde el momento de mi personal encuentro con Jesucristo todo ello me resultaba lógico y normal.
Gracias a Dios, algunas personas enviadas por la Providencia me regalaban o me enviaban de tanto en tanto material de Medjugorje. Estaba más o menos al tanto de todo lo que ocurría en Tierra de María. Curiosamente, la estampa de ordenación sacerdotal de mi grupo de diáconos tenía a la Reina de la Paz según la imagen de Tihaljina. Cuando fui formador de religiosos les hablé varias veces a mis formandos de lo que la Santísima Virgen pedía al mundo. Hice esto a pesar de que el resto de formadores o eran escépticos o tenían temor de hablar sobre el tema a los seminaristas.
Entre los años 2009 y 2010, junto con Sor Karina de Jesús, experimentamos en nuestro interior una especie de reclamo para vivir una vida más austera, pobre, simple y orante. No fue todo tan claro para mí, sentí mucho temor. Luego de pedir ayuda en el discernimiento a un santo sacerdote seguí sus consejos y poco a poco se hizo la luz. Cuando llegó el momento de pensar qué espiritualidad y carisma deberíamos seguir en esta nueva obra, sin dudarlo nos vino a la mente y al corazón –a Sor Karina y a mí- la Reina de la Paz de Medjugorje. Ella nos dio la pauta.
¿Por qué me atrae Medjugorje? Creo que la respuesta ya está dada, pero lo digo de nuevo: Porque allí encuentro La Presencia viva de Jesucristo y de María que hacen fuerte y visible la acción del Espíritu Santo; porque es fuente de renovación en santidad para toda la Iglesia y el mundo.
Pero observo también que hay personas que se dejan llevar por un espíritu vano de curiosidad, como quien va a la caza de hechos extraordinarios, de fenómenos fotografiables o visibles, como quien busca señales misteriosas: una gota de sangre, una nube de forma caprichosa, un rayo de luz misterioso, un sentimiento particular, una visión, etc. Sí, eso puede ser parte del adorno del mensaje, no se puede negar ese tipo de hechos. Pero pienso que eso no es lo medular de Medjugorje.
Medjugorje es un espíritu de santidad y renovación, un espíritu de oración y de conversión continua. Medjugorje –siendo así- se puede vivir en cualquier lugar si uno abre su corazón de verdad y se mete en el Corazón de María. No es una ideología que se sigue por consigna, no es la defensa de una postura religiosa o espiritual, es una apertura de par en par a la acción de Dios; no es la defensa de una tradición o de una costumbre, es la disposición a convertirse, a renunciar un poco a uno mismo, es la decisión por la santidad, por dejar que Dios sea Dios en nuestras vidas, es entregarle a Dios el centro, el timón y el primer lugar de nuestra vida para que Él haga lo que más quiera con nosotros.
El espíritu de curiosidad puede servir para encontrar la Verdad, pero puede también cerrarse sobre sí mismo y buscar sólo su autocomplacencia e ir de curiosidad en curiosidad, coleccionando experiencias sin nunca llegar a nada, amando sólo la sensación de disfrutar lo novedoso, pero sin convertirse jamás. Sí, he conocido personas que coleccionan visitas a lugares de apariciones, como quien va coleccionando banderitas de lugares conquistados, como quien va juntando álbumes de fotografías o de selfies, pero que nunca se deciden por orar de verdad ni por convertirse de verdad. La curiosidad puede mover a un tour, a pseudo experiencias “místicas” o “religiosas”, pero nunca moverá por sí misma a la conversión interior. Para un simple curioso el vidente es un médium, la aparición es un trance, el pueblo de Medjugorje es un lugar donde hay “magnetismo y buenas vibras” y el mensaje de María es un conjunto de signos que hay que descifrar. Para el creyente las cosas no son así. El creyente es también un buscador, pero tiene la actitud propia de la fe, abre su corazón con sinceridad, sabe la obediencia de la fe, está en comunión con La Iglesia, cree en el poder de la Gracia y se abandona y confía en el poder de Dios.
En Medjugorje María Santísima no ha venido a decir enigmas, las cosas son claras: Te debes convertir pues el tiempo es corto. Así, sin más. Satanás está furioso y no te debes dejar llevar por él, ten cuidado. Si oras comprenderás la Verdad y nunca orarás lo suficiente, siempre será poco. La paz sólo viene de Dios por medio de la oración y la conversión a Él. El ayuno y la oración pueden obrar transformaciones, prodigios y milagros, ¿así o más claro? Las recetas de Dios son sencillas, no hay misterios ni arcanos.
Debemos tener cuidado en dejar en claro que Medjugorje es un gran signo en la historia del mundo y de La Iglesia, que es un fenómeno de carácter planetario e indisimulable, que es un aviso muy claro y urgente del cielo, una última llamada de Dios. Medjugorje se hace propicio a quien busca con un corazón sincero, a quien busca queriendo de verdad encontrar. Nos dice la Sagrada Escritura que Dios se deja encontrar por quien le busca con sincero corazón: Medjugorje es el lugar apropiado para encontrarle.