Medjugorje – Virgen de Medjugorje

Con la mirada basta

Varios años estuve visitando un barrio de las afueras de Medellín (Colombia) llamado Nueva Jerusalén, un barrio que se desarrolla a lo largo de una madeja de montes y caminos empinados formado mayoritariamente por familias que un buen día llegaron, separaron un trozo de terreno y lo invadieron. Así, sin títulos de propiedad, sin contratos de compraventa, sin títulos de donación. Hay miles y miles de familias instalados de esta forma en Nueva Jerusalén, muchos son desplazados por la guerrilla colombiana, otros tantos migrantes que salieron de la olla a presión de Venezuela para buscar una vida mejor. Llevan ya muchos años allí, y parece que la alcaldía de Bello ha legalizado los asentamientos. Nueva Jerusalén no tiene asfaltos, ni aceras, allí todo son cuestas y caminos que se embarran cuando llueve, altavoces a toda potencia con cumbias y reggaetones y una gente maravillosa que rebosa humildad y fe.

Un día una amiga mía me pidió que la acompañase a visitar una familia que vive por allí,  justo antes de llegar a lo que se conoce como el sector de la paz. Yo por entonces era catequista de la zona y conocía un poco el ambiente que allí se vivía. Subiendo por un estrecho corredor llegamos a una casa hecha con material de desecho. Allí conocí a Andrés y a Siomara y sus siete hijos. El pequeño Christofer tiene 3 años y todavía no habla, parece que tiene un problema con eso. Pero Christofer me mira con candor, y cuando le cojo la mano, es Dios quien me sonríe a través de sus labios. No necesitamos las palabras: con la mirada basta. Mientras Siomara se dedica al cuidado de sus hijos, su marido sustenta la familia reciclando basura por donde puede. Los recicladores se emplean separando el plástico de las acumulaciones de basura que encuentran por ahí para luego venderlo a las empresas recicladoras. Así ganan algo, pero no mucho.

Lo que más me impresionó fue la pobreza con la que vivían, pero no por la pobreza en sí misma, porque en términos generales, la pobreza del barrio es la misma para todos, sino porque la de aquella familia era una pobreza diferente, era una pobreza en Cristo, y por lo tanto santa y bendita, que además invitaba a recoger el corazón nada más pasar el umbral de la entrada. Eran pobres porque se abrieron a la vida. Siomara podría haber decidido abortar y no lo hizo. Podría haber seguido los cantos de sirena de la planificación familiar, y no lo hizo. Quiso abrirse a la vida aún a sabiendas de todas las dificultades que se le venían encima. No tuvo miedo. Y por eso cuando uno entra en aquella casa de material reciclado y ve esas siete sonrisas abiertas contra el mundo, vislumbra al mismo tiempo, la presencia de Dios.

Con Andrés y Siomara comprendemos que la economía no tiene la última palabra. Dios es Todopoderoso, Dios da trabajo, Dios aumenta el sueldo, Dios suscita donaciones, subvenciones, y ayudas y de la manera más inesperada sale al paso de todas nuestras necesidades. ¿Quién se atreve a negar que la mano invisible de Dios dirige la historia? Estamos convencidos, sí, lo estamos: la mano de Dios dirige la historia, nuestras vidas, y vela nuestros caminos. Santa Teresa de Jesús lo sabía muy bien. También lo dejó escrito. Cuando el Señor le encomendó fundar monasterios a lo largo y ancho de toda la geografía española no sabía cómo iba a sostener todo aquello, tantas bocas que alimentar y tantas dificultades… Pero poniendo fijos los ojos en Cristo, recomendaba a sus monjas que no se apalancasen en las cómodas rentas de inmuebles que otras órdenes acostumbraban. Cómo no recordar aquí, aquellas hermosas palabras que dejó escritas en su libro “Camino de Perfección”, de lectura difícil, pero de una incomparable hondura y belleza. En el capítulo 2 encontramos la siguiente perla:

No penséis, hermanas mías, que por no andar a contentar a los del mundo os ha de faltar de comer, yo os aseguro. Jamás por artificios humanos pretendáis sustentaros, que moriréis de hambre, y con razón. Los ojos en vuestro esposo; él os ha de sustentar. Contento él, aunque no quieran, os darán de comer los menos vuestros devotos, como lo habéis visto por experiencia. Si haciendo vosotras esto muriereis de hambre, ¡bienaventuradas las monjas de San José! Esto no se os olvide, por amor del Señor. Pues dejáis la renta, dejad el cuidado de la comida; si no, todo va perdido.

Hoy en día, tal y como están las cosas, la familia que quiere ser fiel a Dios y apostar por la vida tiene que grabarse a fuego en el corazón estas palabras de santa Teresa de Jesús, leerlas una y mil veces. Así como también hizo la Virgen cuando pidió a los seis niños de Medjugorje que leyeran muchas veces el capítulo sexto del evangelio de Mateo, aquellas palabras que dicen: “no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer…” Es importante tenerlo presente porque la falta de estas palabras es lo que nos mete luego en un montón de problemas. Todo consiste en vencer este miedo a morirnos de hambre, a perder nuestro trabajo o a perder nuestras comodidades con el arma incontestable de la fe.

La casa de Siomara, establecida en la cima de la pobreza, se alza aquí como un testimonio que nos salva de todos esos miedos que el demonio quiere meternos en la cabeza.  En estos casos no hay mejor golpe que la exposición del Santísimo.  En la casa de Siomara se expone el testimonio de la Verdad de Cristo de la misma manera que en nuestras iglesias se expone el Santísimo Sacramento del Altar. Muchas veces cuando los visitaba, me hacía acompañar de otros hermanos que quedaban igual de impresionados. Nadie quedaba indiferente. Todos sentimos expuesta la Verdad de Cristo en aquella familia, todos, hasta tal punto que muchos nos convertimos en sus primeros benefactores.

¡No tenemos idea de la fuerza que despliega el testimonio de una familia numerosa que ha decidido vivir conforme a la verdad de Cristo!. No tienen que hablar, no tienen que predicar nada, no tienen que dar cátedra sobre ninguna teología, basta verlos pasar, unidos y felices, verlos vivir así, sencillamente, para escuchar en ellos las voces de los ángeles narrando el evangelio. Los vemos pasear por nuestras calles y nos lo dicen todo. Con la mirada basta.

 

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