Medjugorje – Virgen de Medjugorje

Comentario del Primer Domingo de Adviento

El profeta Jeremías anuncia el comienzo del nuevo año litúrgico invitándonos a contemplar el momento inminente, grande y gozoso, de la venida del Hijo de Dios que nace de la Virgen.

 La venida del Salvador debe establecernos en la certeza de que «el Señor es nuestra justicia» (Jr 33, 16), por cuyo poder y mérito, nos quiere conceder participar de la consumación del Reinado del Señor, en el día de su venida última. En la medida en que vivimos en la justicia, es decir, la virtud, donde nuestro proceder tiene como motivación los anhelos del Corazón Materno de María y el reinado del Corazón de Jesús, es decir -en radical aversión a toda doble intención, rencillas, celos, ambiciones, vanidades, orgullos, idolatría o vicio-,  vivir el Adviento, es decir, contemplar la primera venida del Salvador, será siempre en la intensidad y fervor de anhelar la última venida «con poder y majestad» (Lc 21, 27), para que el único Dios pueda acampar en medio de su pueblo, en nuestra familia y en cada corazón,  como Señor y Rey.

 Dios conoce el corazón del hombre, y así como ante su mirada nada esta ajeno, conoce las estrategias del maligno y las trampas de la idolatría, así como el desamparo interior en el que queda el alma por el pecado; así también solo el Señor, con su sabiduría, es el único  que puede contener el corazón humano, herido y confundido, ofreciéndonos refugio, su  resplandor y el calor de su amor, que puede sustentar, proteger y abrazar a su pueblo santo, que no se contenta con ídolos y falsos mesianismos, sino que busca y anhela el reino donde el Señor les hace permanecer, en justicia, paz y santidad.

 Para que esto sea posible, dice el Padre Slavko, es necesario «luchar contra nuestro propio orgullo, egoísmo, envidia y muchos otros malos hábitos… Mientras exista una sola persona en la tierra que sea orgullosa, egoísta, envidiosa, impaciente o que no sea capaz de perdonar, no podremos alcanzar la paz…» (Fray Slavko, 28/ Noviembre /1999).

Por eso permanecer en oración es permanecer vigilantes, lo que es una virtud eminentemente cristiana. La hemos de practicar de cara a los atractivos y solicitaciones del ambiente en que vivimos, y frente a las pasiones que anidan en nuestro corazón y que nos inclinan hacia la tierra en vez de elevar nuestra mirada hacia el cielo. La oración debe ser la que se despoja de todo obstáculo ante le venida del Señor. Nos mueve al ayuno y nos dispone para abrazar todo sacrificio, con alegría y confianza.

 Dice la Reina de la Paz:

Mensaje, 25 de noviembre de 1996

“¡Queridos hijos! Hoy, de nuevo, los invito a orar, a fin de que a través de la oración, el ayuno y los pequeños sacrificios puedan prepararse a la venida de Jesús. Que este tiempo, hijitos, sea un tiempo de gracia para ustedes. Aprovechen cada momento y hagan el bien, porque sólo así sentirán el nacimiento de Jesús en sus corazones. Si dan ejemplo con su vida y se convierten en un signo del amor de Dios, el amor prevalecerá en los corazones de los hombres. Gracias por haber respondido a mi llamado!”

P. Patricio Romero

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