La Creación entera se sorprendió con la visita del Ángel a la Santísima Virgen María, la noticia que le comunica el celestial mensajero de Dios no se encontraba en los cálculos del común de las criaturas. Para María, en la quietud que habita por estar llena de Dios, resuenan las promesas del Señor para Israel, y este anuncio corresponde plenamente a la expresión de la Infinita Misericordia de Dios, inundando su Santo Corazón, de gozo ante el Amor Divino. Ella contempla como ha llegado la plenitud del tiempo, el advenimiento del Mesías prometido, pero como es un Misterio, movida por el favor de Dios proclamado, quiere sumergirse más en la unión plena con la voluntad Divina, a la que ha buscado siempre adherirse, por lo que se anima a preguntar: “¿cómo sucederá esto si no conozco varón?”, compartiendo el Ángel a María, para exaltación de la gloria de Dios, aquello que Dios quiere comunicar: el Hijo de María es el Hijo de Dios que se encarnará en la Naturaleza humana, por acción sobrenatural del Espíritu Santo, en aquellas purísimas entrañas que solo al mismo Señor pertenecen.
Por lo tanto, la respuesta al clamor de Israel, con el advenimiento del Mesías, no se ha dado al pueblo de la estirpe de David, sin la singular participación de María. Como signo de la plenitud de este momento determinado de la historia, presenta el Ángel el milagro de la maternidad de Isabel, la esposa de Zacarías, no porque la joven doncella tuviera dudas, sino porque su virginidad perpetua era una confirmación también para Israel, que la esterilidad de su historia, de exilio, esclavitud y opresión, por fin, solo por la acción de la gracia de Dios, daría frutos de fertilidad, de vida y redención.
Por eso “el saludo del ángel a María es…una invitación a la alegría, a una alegría profunda”, ya que “anuncia el fin de la tristeza que hay en el mundo ante el límite de la vida, el sufrimiento, la muerte, la maldad, la oscuridad del mal que parece oscurecer la luz de la bondad divina. Es un saludo que marca el comienzo del Evangelio, la Buena Nueva” dice Benedicto XVI (20 de Diciembre del 2012).
No es una alegría mundana, sino que es la felicidad que brota de la plenitud del bien que se derrama sobre el alma cuando se hace la voluntad de Dios. Esa es la realidad de María que vivió siempre en la oración esperanzada en el cumplimiento de las promesas del Señor. Su Fiat brota de haber orado cada día en el Fiat del amor de Dios. Conoce, por la oración, que el “Fiat” del Mesías, su Hijo, abraza la Cruz. Y en ese “sí” vivirá a lo largo de su vida, hasta el momento más difícil, el de la Cruz.
Es imperante, por eso, aprender y desarrollar una vida de oración fundada en el camino espiritual al que nos convoca la Reina de la Paz. Ella nos lo explica en sus mensajes: “…hijitos, oren para que sean capaces de entender que el sufrimiento puede convertirse en alegría y la cruz en camino de alegría…” (25 de Septiembre de 1996).
Por eso el peregrinar por nuestras vidas, en la escuela del amor materno de la Gospa, nos confiere tanta alegría en medio del dolor. Participamos del gozo de su Inmaculado Corazón, cuando en medio de tanta contradicción y decepción, acogemos el Evangelio y el don de la gracia, como una salutación angélica y una efusión de amor del Espíritu de Dios.
María nos alcanza ese regalo de su Hijo, en cada momento de oración. Ella dice: “…Hoy los invito a ofrecer sus cruces y sus sufrimientos por mis intenciones. Hijitos, yo soy su Madre y deseo ayudarles obteniendo para ustedes la gracia de Dios. Hijitos, ofrezcan sus sufrimientos como un regalo a Dios, a fin de que se conviertan en una hermosísima flor de alegría.” (25 de Septiembre de 1996).