Medjugorje – Virgen de Medjugorje

Homilía de Mons. Omella en la Misa Inaugural del Festival de la Juventud, 1 de agosto de 2022

Queridos jóvenes y familias, queridos hermanos y hermanas:

Estoy profundamente feliz y muy agradecido a Dios por poder estar con todos vosotros celebrando esta Eucaristía en esta tierra de María, en esta parroquia de Medjugorje, en esta inauguración del 33 festival de la juventud.

Agradezco a Mons. Aldo Cavalli la invitación y a los padres franciscanos su afectuosa acogida.

Os saludo a todos y a cada uno de vosotros con profundo afecto, que Dios os bendiga, os acompañe y os conceda la paz.

¡Bendito y alabado sea Dios que tanto nos ama!

Vengo de un país mariano

Yo vengo de España, un país profundamente mariano. San Juan Pablo II, en el año 1982, despidiéndose de su viaje pastoral dijo: “Adiós, España tierra de María santísima”.

Nací en un pueblecito de Aragón, una región donde la Virgen María ha tenido y tiene una presencia muy especial. Mi pueblo pertenece a la diócesis de Zaragoza. En la ciudad de Zaragoza hay una enorme y preciosa basílica dedicada a la Virgen María, bajo la advocación del Pilar. En dicha basílica se conmemora que, en torno al año 40 dC, tuvo lugar la primera aparición de la Virgen María reconocida por la Iglesia. Siempre digo que no hay ninguna como esta, ya que, como dice la tradición, la Virgen María se apareció en carne mortal al apóstol Santiago. Gracias a esta inesperada visita, el apóstol Santiago, según dice esa misma tradición, recuperó las fuerzas para proseguir su camino de evangelización.

Calanda, otro pueblo de la diócesis de Zaragoza, donde fui párroco, es conocido por un impresionante milagro. Fue en marzo de 1640 y está recogido por los notarios civiles y eclesiásticos del momento. Allí vivía un joven, que desde hacía casi tres años le había sido amputada una pierna. Se llamaba Miguel Pellicer. Una noche, mientras soñaba que venía la Virgen del Pilar y le reponía la pierna, fue bruscamente despertado por sus padres impresionados al ver que su hijo había recuperado la misma pierna. Me encantaría explicaros muchas cosas más sobre este extraordinario milagro, pero no me puedo alargar más. Os animo a buscar más información por internet.

Queridos jóvenes, ¡Es impresionante todo lo que santa María está dispuesta a hacer para llevarnos al encuentro con su Hijo y hermano nuestro Jesucristo!

Empieza una semana única, dejaos llevar….

Cada uno de nosotros se puede preguntar ¿Por qué he venido a este rincón de Europa? ¿Qué estoy haciendo aquí? Muchos de vosotros, como yo, estáis aquí por primera vez. A lo mejor os hacéis estas preguntas u otras parecidas. A lo mejor algunos familiares y amigos os han empujado a venir hasta aquí. Si estáis aquí es porque Jesús y María lo han querido. Empieza una semana única, dejaos llevar y guiar por Santa María, nuestra madre.

La vida es preciosa y merece ser vivida con toda su intensidad. Durante la vida vamos librando sucesivos combates y, en ocasiones, el mal a veces nos gana la partida y se apodera de parcelas de nuestra existencia. Sí, el mal va dominando y subyugando aspectos de nuestra vida. Nuestra vida es un camino de conversión continua para, con la ayuda de Jesús y de María, identificar y vencer aquellos parásitos que nos están robando la vida.

¿Cuáles son los yugos y ataduras con los que venimos y que nos roban la paz y la alegría?

Iniciamos una semana en la que la oración, la confesión, la escucha de la Palabra de Dios, el ayuno y sobre todo la Eucaristía, si nos ponemos en manos de Dios y de la Virgen, nos irán liberando de los yugos que nos oprimen y que nos apartan del camino de autenticidad y libertad que nos propone Jesucristo. Jesús desea recibirte en el sacramento de la confesión y mostrarte su profundo amor y misericordia por ti.

Como hemos escuchado en la primera lectura de esta celebración, Dios es el único que puede liberarnos de los pesos y problemas que nos oprimen. No caigamos en las garras de los que nos ofrecen soluciones fáciles y rápidas a situaciones complejas. Dios es el único que puede salvarnos, pero lo hará según su cronómetro y no según nuestras prisas ni urgencias. Los tiempos de Dios no son los nuestros. Él piensa en nuestra salvación eterna. Aprovecha esta semana para reconciliarte con Dios en este confesionario del mundo que es Medjugorje.

¿Sabéis? No hay ningún yugo o atadura que nos haya dominado que escandalice a Dios. Tenéis que reconocerlo y decir: Jesús, tengo este yugo, esta carga, libérame… No hay yugo alguno que pueda resistirse al poder de Dios. Recordad que por más que ruja el mal, la Virgen María lo mantiene a raya, lo pisa con su pie.

Nuestra bandera no es el temor, sino que lo son el amor y la alegría. Cuando estamos cerca de Dios, nuestro corazón se entusiasma, pierde el miedo y aflora la alegría serena y el deseo de trabajar para anunciar el Evangelio y edificar un mundo más humano y fraterno.

Esta es la verdad que contiene el lema escogido para el Festival de Jóvenes que hoy iniciamos: “Aprended de mí y encontraréis vuestra paz” (cf. Mt 11, 28-30). Sí, Jesús nos lo dice a cada uno de nosotros, nos lo dice en voz alta. Escuchad con atención el mensaje de Jesús recogido en el Evangelio de Mateo:

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28-30).

No tengas miedo. Descansa de tu peso y preocupaciones; de tu pecado y tus dudas… en el Señor. Aprende de Él a vivir la mansedumbre y la humildad.

¿Estáis muy cansados? ¿no? qué bien, qué bien, pues sigo.

Necesitamos retirarnos y tomar distancia del mundanal ruido

Esta va a ser una semana única. No la dejéis pasar. Habéis decidido tomar distancia del ruido, las distracciones y los quehaceres habituales para venir aquí, a encontraros con el Señor. Vais a vivir una especial semana de ejercicios espirituales en compañía de María, la Madre de la Iglesia.

Precisamente, acabamos de escuchar en el Evangelio que Jesús también necesitaba momentos para retirarse del alboroto de la gente, de la acción misionera. Como Jesús, necesitamos parar, recogernos en la presencia amorosa de Dios, como estamos haciendo ahora.

Durante estos días habrá tiempo para todo. Pero por favor aprovechad intensamente los momentos de oración personal y comunitaria que os serán propuestos. Si os cuesta, pedid a los guías de las peregrinaciones y a los sacerdotes y religiosos que os acompañan, que os enseñen a rezar, compartid experiencias de lo que os ayuda con el resto de los peregrinos. No tengáis miedo de compartir el interior de vuestro corazón.

Todo lo que vamos a ver, escuchar, compartir y vivir aquí son mediaciones de las que se va a servir Dios para tratar de llegar al fondo de nuestro corazón. Jesús quiere que le dejemos entrar en nuestras vidas. Quiere decirnos una y mil veces, atentos, nos lo dice y nos lo repetirá Jesús: Te amo y te necesito. Tú eres mi hijo amado. Por ti y para ti he creado el mundo; por ti y para ti he muerto en la cruz.

El Señor nos dice…

La Eucaristía es la fuente de este amor y la fuerza para la misión

Providencialmente, el Evangelio que acabamos de escuchar recoge el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Jesús anticipa el misterio de la Eucaristía. La Eucaristía que estamos celebrando es la más grande manifestación del inmenso Amor de Dios por cada uno de nosotros. Un amor que hemos conocido gracias a Jesucristo. Esta es la gran e impresionante novedad que nos comunica Jesús: Dios nos ama y nos acoge como hijos. A Dios no hemos de temerle, sino simplemente amarle y dejarnos amar por Él.

Aquí y ahora, Cristo resucitado se hace presente entre nosotros y nos regala el alimento de su Palabra, el alimento de su Vida y de su Amor que recibimos en la comunión de la Eucaristía. Cristo, como nos recuerda el papa Francisco citando a los Padres de la Iglesia: «La Eucaristía […] no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y alimento para los débiles» (Evangelii gaudium,47). Nosotros somos hoy, como se recoge en el Evangelio que acaba de ser proclamado, la gran multitud de hombres y mujeres sencillos, enfermos, pecadores y profundamente hambrientos de Jesús, el pan de vida.

El papa san Pablo VI nos recordaba que la gran familia de la Iglesia existe para evangelizar. Y el papa san Juan Pablo II nos invitaba a una nueva evangelización. El papa Francisco nos llama insistentemente a la misión, a salir al mundo para anunciar el evangelio con alegría, con alegría. Ahora bien, no podemos olvidar el sabio consejo que nos daba el papa Benedicto XVI para evitar caer en el desánimo y el cansancio evangelizador «que emerge precisamente cuando solo hemos pensado en las acciones externas y casi hemos olvidado que toda esa acción debe alimentarse de un centro más profundo, que es la Eucaristía.»

Estos días, en Medjugorje, la Eucaristía va a ser el lugar central para el encuentro con Dios Padre, con Jesucristo y el Espíritu Santo; para el encuentro con santa María, san José, los ángeles y todos los santos; para el encuentro con nuestros hermanos y hermanas vivos y difuntos. Todo lo que vivamos esta semana nos va a ayudar a recentrar toda nuestra existencia en el encuentro con la Santísima Trinidad en la celebración de la Eucaristía. En ella hemos de encontrar la fuente y la luz de todas nuestras acciones. Nosotros, como decían los mártires de Abitinia, ojalá lo podamos decir hoy nosotros, no podemos vivir sin la eucaristía, sin el domingo, sin el día del Señor.

Tras estos ritos, signos, gestos y palabras, Jesucristo resucitado y el Espíritu Santo se hacen presentes. Ellos quieren entrar en nuestras vidas, quieren llenarnos con su Amor, transformar nuestros corazones de piedra en corazones de carne que promuevan la comunión y la paz, que cuiden de los más necesitados, y que anuncien que Cristo ha resucitado, que Dios nos ama y nos ha adoptado como hijos, que necesita de nosotros para anunciar la vida eterna, y para transformar el mundo a la luz del Evangelio ….

Hoy, que la Iglesia celebra la memoria de san Alfonso María de Ligorio, un gran apóstol del confesionario y de la dirección espiritual, querría recordar unas palabras que él dirige a Jesucristo en su oración personal:

«Muchos en su lecho de muerte entregan a sus amigos, como legado y en señal de afecto, una prenda de vestir o un anillo. Mas tú, Jesús, en el momento de abandonar este mundo, ¿cuál fue el detalle de amor que nos dejaste? No una prenda de vestir o un anillo, sino tu cuerpo, tu sangre, tu alma, tu divinidad, tu ser entero»  (Práctica del amor a Jesucristo, cap. 2, par. 1). ¡Qué maravilla!

Queridos jóvenes, Jesús está ahora y aquí entre nosotros. Es impresionante. No lo vemos y la gran mayoría no lo sentimos, pero Él está aquí, nos escucha y nos dice: “Mira, estoy de pie a la puerta de tu corazón y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20) ¡Qué impresionantes palabras!

Gracias por vuestra paciencia y por vuestra bondad al escucharme. ¡Gracias! Y ahora para recogernos,  cierra los ojos y deja que Dios te mire con ternura, deja que se acerque a tu alma….

Pídele al Espíritu Santo que abra las puertas de tu corazón y que Jesucristo, el Hijo de Dios, entre y te transforme.

No tengas miedo de decirle al Señor, aquí estoy, Señor, entra y quédate en mi corazón.

Dile también, haz que mi vida sea camino de santidad y cuenta conmigo para hacer el bien y ayudar a transformar el mundo.

Y le decimos todos desde el fondo de nuestro corazón: Santa María, Reina de la Paz, ruega por nosotros y por el mundo entero.

Amén.

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