Mi historia como la de muchos es única e inigualable, es una historia que el Señor nunca se cansa de escribir, ese gran misterio de nuestra existencia para darle un verdadero sentido al amor en medio del sufrimiento.
Y aquí empiezo a contar la historia que por muy dura que fuera vivirla y aceptarla como una obra de la Virgen en mi vida, a día de hoy, siempre hay pequeñas batallas interiores que nos hace entender que no podemos vivir sin Dios.
Me gustaría contar una parte que para mí fue verdaderamente sufriente y difícil de ver la mano de la Santísima Virgen y que aquello me dejó alguna que otra secuela de sentimientos múltiples de rechazo hacia Ella y culpabilidad hacia Ella. Todo y sólo hacia Ella.
Nací en Rumanía, pero mi nacimiento ya empezó, como diría yo, ruidoso y sufriente, nada más nacer aquella mujer que me dio la vida me dejó en un orfanato. Pero lo sorprendente de esta historia es que mi abuela materna fue asesinada, y mi madre corría el riesgo también de serlo si permanecía yo con ella, entendí que Dios ahí me regaló el mayor sufrimiento puesto que para mí no fue nada fácil asimilar esta historia. Parece tan trágica y triste… sin embargo, en medio de esa adversidad, sabía que Dios estaba muy presente en esta historia.
La vida me proporcionó otros sufrimientos: la soledad, el vacío y la supervivencia. Pasé seis años en un orfanato de Rumanía, un gran dolor para ser vivido por una criatura pequeña y vulnerable. Pero Dios me mostró que no hay océano que nos pueda ahogar si vivimos con la esperanza de que alguien nos rescatará de las aguas caudalosas en medio del sufrimiento. El sufrimiento de una acción humana no podría tener la última palabra y no podía romperme en pedazos.
A los seis años fui rescatada para venir a vivir con una familia a España. Y todo comenzó a tener un sentido hasta poder conocer lo que era amar y ser amada.
En mi adolescencia me inculcaron la Fe en el colegio pero yo misma vivía la vida como yo quería, hasta que una noche de fiesta fue el momento y el lugar más perfecto para que Dios se hiciera palpable en mi vida, en ese momento algo me cambió interiormente, no podría explicarlo de manera normal, pues Dios es un misterio en nuestras vidas, sentí su presencia fuerte en mi corazón como la de un Padre que venía a rescatarme, sentí que él me amaba por encima de todo, un amor tan de Padre eterno… aquello me marcó para toda la vida, pues entendí que nunca estuve sola.
Entendí que mi vida de adolescencia, tal y como la estaba viviendo no era un camino bueno, pero por más locuras que hiciera en la vida sentí que Él e amaba por encima de todo. Pero lo más bello es la gran Misericordia que me regaló en esta historia, nunca se ha cansado de mirarme con ojos Misericordiosos. Esa noche me cambió interiormente pero sobre todo sentí que Dios nunca dejó de estar presente en mi vida porque Él nunca se cansa de estar con nosotros aunque parezca y pensemos que no lo esté.
Abracé al Señor poniendo mi vida en sus manos buscándolo incansablemente para poder darle un sentido a mi historia, buscando respuestas ante las preguntas que me removían por dentro.
La clave de esta historia también tiene como protagonista a la Santísima Virgen, aunque no fui en absoluto consciente de que Ella también formaba parte de mi vida pues otra prueba fue experimentar un gran odio hacia Ella, ni siquiera podía ver imágenes suyas, ni podía escuchar el nombre de nuestra Madre, María. Era una frustración muy grande, yo misma pensaba: UNA MADRE NUNCA DEJA HUÉRFANO A NADIE. Confieso que la reprochaba, la insultaba y hasta quemaba sus estampas. Solo Dios sabía bien el gran dolor que vivía cuando escuchaba algo referente a María nuestra Madre.
Hasta que en una ocasión una monja me recomendó hacer la consagración de San Luis Maria Grignion de Montfort. La primera vez que me lo propuso me negué totalmente a hacerla. Ese gran rechazo mío hacia María se debía al gran dolor que vivía y, al mismo tiempo, era consciente de aquella batalla con la Virgen.
Al pasar un tiempo largo entendí que mi ser estaba destrozado, que solo podía acogerme a la Cruz, esa Cruz que hoy tanto amo y anhelo alcanzar, ese amor incondicional por el que murió amándonos y para ser amados por Dios, entendiendo bellamente el sentido del sufrimiento, el verdadero sentido de la Cruz en mi vida.
Por eso, para mí volver a escuchar la propuesta de hacer la consagración a María, fue como un regalo del cielo, y una oportunidad de no negarla, acepté hacer la consagración con miedo, no sabía lo que pasaría después, pero en la preparación me llevé una reflexión de la monja que jamás olvidaré: ”Andrea, nuestra Madre también sufrió cuando le quitaron a Jesús, ella también conoció el abandono cuando le arrebataron a su hijo de sus manos y lo mataron”. Con esas palabras recibí el primer regalo.
Mi segundo regalo fue en el año 2016, año importante para mi historia, año de la Misericordia. Me estaba preparando para la Jornada Mundial de la Juventud en Polonia, y en ese viaje me llevé algo único y significativo: EL PERDÓN.
El perdón a mi madre y para ello me propuse buscar mis orígenes y viajar a Rumanía después de 24 años sin saber nada de ella, por eso el mayor regalo fue ver ante mis ojos a aquella mujer que me había dado la vida, ver su rostro que reflejaba tanto sufrimiento, el poder abrazarla y afirmar con certeza que era mi madre de sangre, fue para mi algo bellísimo, único, porque recordé su olor.
Aquella mujer que me dio la vida no la pude reprochar nada, tenía el deseo de conocer el mayor regalo, el regalo del PERDON, y ahí mismo entendí que ese perdón venía de Maria hacia mí y de mí hacia Ella, me regaló su paz, y por eso ahora puedo afirmar que María de manera sencilla y silenciosa estuvo presente siempre a lo largo de mi vida y en esos momentos.
Esta batalla valió la pena, hoy puedo decir, sean como Ella, pongamos nuestro corazón en María y regalémosle a Ella todo nuestro dolor porque su sencillez y silencio que guardó todo para sí misma, nos enseña el verdadero sentido de su amor a todos sus hijos como lo hizo con Jesús Crucificado.
En esta historia lo último que me llevé de regalo fue que mi familia adoptiva me dijo: ”Andrea, antes de adoptarte fuimos a un lugar llamado Medjugorje, en Bosnia, sin saber donde íbamos y la providencia quiso que luego paráramos en Rumania y deseáramos adoptarte tras haber conocido a otra mujer que también iba a adoptar a un niño allí” . Lo precioso fue que el día que me lo contaron fue cuando estábamos en las fiestas de la Virgen del Pilar, de Zaragoza. Me quedé asombrada, María, tan silenciosa, se hacía presente en esta historia de manera tan sencilla y preciosa.
Dios no se cansa de escribir la historia de cada uno y seguirá haciéndolo hasta el último día de nuestro vivir, ese es el verdadero amor en medio del sufrimiento, su amor incansable hacia nosotros, llevándolo todo en el Corazón Inmaculado de María, nuestra Madre.