Reflexión al Mensaje del 25 de junio de 2021 de la Reina de la Paz, 40º Aniversario de las Apariciones de Medjugorje, a través de la vidente Marija Pavlovic Lunetti
Necesitamos pedirle a la Reina de la Paz que nos ayude a tomar conciencia y a valorizar lo que significa para nuestras vidas, para la Iglesia y para la humanidad, cuarenta años de sus apariciones y de sus mensajes. Y nuestro corazón también debe despertar cada día al gozo de quienes se deciden a ser sus manos extendidas en el mundo.
Al tomar conciencia de que estás viviendo un nuevo día, único e irrepetible, siente el gozo de que es un regalo de Dios para ti; y piensa que ningún otro puede vivir estas horas como tú has de vivirlas. Por eso respira profundo, casi como si quisieras respirar el nuevo día y pídele al Espíritu sanador de Dios en ti, que restaure tu energía y vitalidad; y pídele a la Reina de la Paz que te inunde con su amor.
Al tomar conciencia de que perseveras orando cada día con el corazón -como nos enseña Nuestra Señora-, podrás ir notando como ante la presencia de Dios, tu mente se tranquiliza, tu cuerpo se relaja, tu corazón se llena del gozo al saber que el Espíritu de Dios está activo en ti.
Sintiendo aún más tranquilidad en cada momento, descansa en la poderosa y constante presencia de Aquel que tanto te ama, al punto que se ha hecho una morada en tu ser y que continúa enviando a su Madre a traernos consuelo del cielo y a enseñarnos como vivir.
El versículo de la carta a los Hebreos 10:32, nos dice: “Recuerden aquellos primeros tiempos, poco después de haber sido iluminados”.
Pero ¿qué son, aquellos primeros tiempos?
En nuestro caso podría referirse a las primeras apariciones y como se fue extendiendo la obra de la Gospa a través de sus pequeños hijos que le han sido fieles.
Pero esta frase también puede referirse a ese momento de nuestras vidas en el cual experimentamos por primera vez la cercanía de Dios o cuando comenzamos a darnos cuenta del amor tan grande que María tiene por ti y por cada hombre y mujer de esta tierra, especialmente por sus hijos predilectos, los sacerdotes.
Quizás hasta ese momento (Lo que la carta a los Hebreos llama: “los primeros tiempos”) sabíamos intelectualmente muchas cosas sobre Dios y sobre la Virgen, sobre la Biblia, de teología, de religión, de las diversas apariciones Marianas… Pero hubo un momento clave en nuestras vidas en que algo sucedió, y entonces ya no solo supimos, sino que también -y sobre todo- “sentimos”, “experimentamos”, “gustamos”, la presencia de Dios y su acción en nuestro espíritu, lo cual nos trajo una luz nueva de nosotros mismos y de los demás.
Quizás, para algunas de las personas que está celebrando estos 40 años de las apariciones y que meditan estas reflexiones, ese momento clave aún no ha llegado.
Pero para otros la experiencia de intimidad con el amor de Dios y de María, aun puede ser que no haya llegado porque nunca han participado en una peregrinación en que se les ayuda a orar con el corazón, o porque no han realizado un seminario de vida, un retiro o una celebración donde se orara sobre ellos y se pidiera en intercesión que pudiesen recibir una poderosa efusión del Espíritu Santo.
A lo mejor ese “momento clave” aún no ha llegado a causa de que no quieren entregar el control de sus vidas a Dios, por lo cual no le abren las puertas del corazón de par en par; O quizás el motivo simplemente es que Dios ve que aún no ha llegado la hora.
Sin embargo, cada uno puede acelerar esa hora, de un modo semejante a como lo hizo María en Caná de Galilea, con su dulce insistencia y firmeza de fe en que su Hijo, podía obrar milagros.
También tú, si aún no has tenido ese encuentro personal, profundo y duradero con el Señor o con su Madre, entonces puedes acelerar ese momento diciéndole algo así como: “Ven a mi Señor, Ven con tu fuego, Ven con tu Luz, Hoy te acepto como mi Señor y Salvador. Yo, tu pequeño(a) hijo(a) quiero renovar el sacramento del Bautismo y te pido ser bautizado con el poder de tu Santo Espíritu”. Y repitiendo insistentemente esta oración u otra semejante.
Pero si tú estás entre quienes ya han tenido esa experiencia del toque de Dios y has descubierto el amor tierno y fiel de la Gospa, entonces puedes preguntarte: – ¿Cómo alimento ese amor, esa intimidad con Dios y con María?
Desde ese momento del primer encuentro con Dios y con María, o desde esa ocasión en que peregrinaste a Medjugorje hasta el presente: – ¿He alimentado esa luz de Dios en mí? O por el contrario, se puede aplicar a mi vida las palabras del Apocalipsis: “Conozco tus obras, tus dificultades y tu perseverancia. Sé que no puedes tolerar a los malos y que pusiste a prueba a los que se llaman a sí mismos apóstoles y los hallaste mentirosos. Tampoco te falta la constancia y has sufrido por mi nombre sin desanimarte, pero tengo algo en contra tuya, y es que has perdido tu amor del principio. Date cuenta, pues, de dónde has caído, recupérate y vuelve a lo que antes sabías hacer…” (Apocalipsis 2, 2-5)
El siguiente versículo de Hebreos 10:32 dice: “…tuvieron que soportar un duro y doloroso combate”.
Ahora bien, yo no sé de dónde arranca esa ingenuidad que tienen muchos católicos que piensan que a partir del momento que se participa de una fervorosa peregrinación, y cuando en un momento de profunda espiritualidad se comienza a experimentar el amor de Dios ya no habrán más dificultades en la vida y que todo será caminar por un jardín de rosas sin espinas.
Lo que nos enseña la experiencia de vida de los verdaderos creyentes, pero especialmente la Palabra de Dios, y la Reina de la Paz en este mensaje -cuando nos advierte que satanás es fuerte y que busca alejarnos- es que el combate y las luchas contra el mal son algo que estarán presente a lo largo de toda esta vida.
Sin embargo, muchas de esos combates se atenuarían y pasarían más rápido si cada mañana nos pusiéramos bajo la protección de Dios, de María y de los Ángeles, e invocáramos el poder protector de la Bendita Sangre de Jesús.
En la tercera aparición de la Virgen María en Lourdes, la Madre de Jesús le dice a Bernardita: “No te prometo la felicidad de este mundo, sino la del otro”. Y es que todos somos testigos de que existe el mundo de la violencia, de la opresión, de la mentira, de la sensualidad, del propio interés, de la guerra. Pero también existe el mundo de la solidaridad, de la justicia, de la disponibilidad, del servicio y del amor. Este último, es el mundo que con sus mensajes, nos enseña a construir la Reina de la Paz.
Sin embargo, los dos mundos se dan en esta tierra. Y como si fuera poco, muchas de estas realidades combaten en el interior de nuestros propios corazones y en los corazones de las personas que amamos.
Jesús nos alienta y nos anima diciéndonos: “En el mundo tendrán aflicción pero no teman, yo he vencido al mundo”. (Juan 16, 33)
Cuando Jesús en el Evangelio nos invita a abrirnos a su luz para descubrir el Reino de los Cielos, nos invita a experimentarlo desde este mundo en que vivimos, tal como es. Donde hay amor allí está Dios.
Tener la experiencia de Dios y de María no es más que tener la experiencia del Amor, aquí en este mundo. A quien descubre esto va dirigida la alabanza de Jesús: “No estás lejos del Reino de Dios” (Marcos 12,34); que es como decir: “has sabido descubrir aquí abajo esa luz que procede del Reino de Dios y has puesto los cimientos de tu vida sobre ese Divino Amor”.
Termino esta reflexión dándote la bendición y pidiéndote que reces por mí y por todos los seminaristas y los hermanos laicos de mi comunidad.
Que en este día te bendiga Dios, que es: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Padre Gustavo E. Jamut, omv