Medjugorje – Virgen de Medjugorje

Reflexión del P. Gustavo Jamut

3 Pasos para un auténtico crecimiento espiritual

 

Queridos hijos, este es un tiempo de gracia. Hijitos, oren más y hablen menos, y dejen que Dios los guíe por el camino de la conversión. Yo estoy con ustedes y los amo con mi amor maternal. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

 

Queridos amigos:

Reciban hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María.

Seguramente, a todos nos llamó la atención la brevedad del mensaje que en este mes nos regala la Virgen Santísima.

Y probablemente, también todos hemos escuchado en alguna ocasión, el refrán que afirma: “lo bueno y breve doblemente bueno”.  ¡Y vaya que es bueno lo que con pocas palabras nos enseña la Virgen María!.

 

1° Paso: Hablar menos y orar más.

 

De hecho, cuando leemos el Nuevo Testamento, vemos que María no ha hablado demasiado pero cada una de sus palabras es más valiosa que la joya más inestimable y preciosa que podríamos encontrar sobre la tierra.

Al meditar en el pedido de Nuestra Señora: “oren más y hablen menos”, me puse a pensar en cuántas veces también yo mismo hablo más de la cuenta, en cuantas ocasiones no acallo con prontitud esos pensamientos ladrones de paz, o las emociones que impiden que mi corazón se asemeje cada día más al de Jesús y su Madre.

Es que vivimos en un ambiente rodeados de sonidos cacofónicos y discordantes, que nos descentran de lo esencial, que nos jala en la dirección opuesta del silencio interior, y que nos aparta de escuchar la voz de Dios, los susurros de su Espíritu y su voluntad para cada día de nuestras vidas.

La proliferación de conversaciones innecesarias, me recuerda al relato de la carreta vacía, y la carreta llena.

 

El ruido de las carretas

Un día salí de paseo con mi padre… De pronto, él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:

-Además del cantar de los pájaros, ¿Oyes algo más?

Agudicé mis oídos y después de unos segundos le respondí: – Sólo escucho el ruido de una carreta.

-Eso es, dijo mi padre. Es una carreta vacía.

Entonces le pregunté con curiosidad: ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si no la vemos?

-Es muy fácil, sé que está vacía por el ruido. Cuanto más vacía está la carreta, más ruido hace.

Crecí y me hice un hombre. Cada vez que escucho a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de los demás, presumiendo de lo que tiene o de lo que sabe, prepotente y menospreciando al resto de las personas que lo rodean, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: Cuanto más vacía está la carreta, más ruido hace.

Por el contrario, cuando imaginamos el andar de una carreta llena de carga, esforzada, silenciosa, y tal vez un poco hundida por el peso que lleva, esa imagen nos transmite una sensación de plenitud y de silencio.

Y algo parecido sucede con las personas. Hay vidas que están llenas de contenido, de esfuerzo y de sentido. Suelen ser vidas activas y luchadoras, pero hacen poco ruido. Son vidas que no armonizan con los alardes pomposos de actividad, ni con los excesos de protagonismo personal, ni con el individualismo que suele delatar la ausencia del servicio humilde, perseverante y sacrificado.

Hay un refrán que dice: “Cuando las palabras no son mejores que el silencio, lo mejor es callar”. Nosotros deberíamos cambiar: “lo mejor es callar”, por: “lo mejor es orar”.

Dios nos dice como a Job: “Si no tienes nada que decir, escúchame en silencio; yo te enseñaré a ser sabio” (Job 33:32-33).

 

2° Paso: Dejarnos guiar.

Cuando comenzamos a profundizar la experiencia del silencio interior, y a gustar de él, pasamos al segundo punto del mensaje, que también es una condición necesaria para nuestro crecimiento espiritual: “dejen que Dios los guíe por el camino de la conversión”.

Cuando debo dirigirme con el automóvil a alguna ciudad que no conozco suficientemente, y tengo la posibilidad de ir con alguien del lugar, sigo las indicaciones del lugareño, y de este modo hay menos posibilidades de que me desoriente y me pierda.

María y el Espíritu Santo nos indican el camino seguro a seguir, para no desorientarnos y para no perder tiempo, dando vueltas en la vida sin llegar nunca a ninguna meta real.

María, a lo largo de su vida, es totalmente receptiva a la voz de Dios en su corazón.  Ella no toma ninguna decisión que no proceda de Dios, y del sentido común.

En nuestro caso, tal vez es más difícil ya que debemos enfrentarnos a los efectos residuales que nos ha dejado el pecado original, la concupiscencia, que embota nuestra sensibilidad, y en ocasiones nos lleva a tener prejuicios hacia los demás, y a actuar con terquedad o rebeldía.

Por el contrario, cuando le pedimos al Espíritu Santo que cambie nuestro corazón y lo haga cada día más parecido al corazón de María, entonces el proceso de conversión se acelera, y lo vivimos con la alegría de dejarnos cambiar por Dios, quien nos transforma con exquisita delicadeza y misericordia.

El Papa Francisco nos recuerda lo importante que es para nuestra conversión permanente y crecimiento espiritual, escuchar al Espíritu Santo, y dejarnos guiar por él: “Es sólo el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer la verdad. Jesús lo define, el “Paráclito”, que significa “el que viene en nuestra ayuda”, el que está a nuestro lado para sostenernos en este camino de conocimiento; y, en la Última Cena, Jesús asegura a sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñará todas las cosas, recordándoles sus palabras (cf. Jn 14,26).” (Catequesis del Papa sobre el Espíritu Santo” 15 de mayo de 2013)

 

2° Paso: El amor de una Madre.

El último paso que nos propone este mensaje, es confiar en el amor materno de la Virgen María: “Yo estoy con ustedes y los amo con mi amor maternal”.

Si no somos conscientes -no solo con el intelecto sino también con el corazón- de la cercanía permanente de la Madre, y si no bebemos frecuentemente en el manantial de su amor maternal, entonces nuestra vida se trasformará en un desierto, y moriremos de ser, teniendo junto a nosotros, un oasis de aguas frescas y cristalinas.

Si no nos dejamos cambiar por Dios y por el amor de la Gospa, entonces podremos organizar Congresos, Retiros, Rosarios y un sinfín de actividades, pero Dios que mira el corazón notará que no hay verdadera conversión, ni crecimiento espiritual, ni humano… entonces ¡que tristeza!.

El Papa Francisco, quien desde su juventud siempre ha nutrido un gran amor a la Virgen Santísima, nos recuerda que: “María no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir por el camino correcto. No es mucho menos una mujer que protesta con violencia, que injuria contra el destino de la vida que nos revela muchas veces un rostro hostil. Es en cambio una mujer que escucha.  No se olviden que hay siempre una gran relación entre la esperanza y la escucha, y María es una mujer que escucha, que acoge la existencia, así como esa se presenta a nosotros, con sus días felices, pero también con sus tragedias que jamás quisiéramos haber encontrado.” (Catequesis del Papa Francisco sobre la Virgen María, Madre de la esperanza. 10 de mayo de 2017).

Si se lo permitimos, Ella con su cercanía materna, irá forjando nuestro carácter, y con su oración intercesora, Dios irá transformando en nosotros todo aquello que en nuestra vida necesita ser cambiado, para que de este modo, nuestro crecimiento espiritual se irradie en todas las áreas de nuestras vidas, y se transforme en un aumento de paz interior y de alegría.

 

Me encomiendo tus oraciones y le pido a Dios que te bendiga abundantemente.

Padre Gustavo E. Jamut,

Oblatos de la Virgen María

 

 

 

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