Medjugorje – Virgen de Medjugorje

Reflexión del P. Gustavo Jamut

A través de este mensaje, nuevamente podemos ver cómo la Virgen María obedece a su Hijo Jesús. Después de su resurrección, Él había ordenado a los discípulos de congregarse en oración para ser colmados de la fuerza del Espíritu Santo: yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto” Lucas 24:49.

La Reina de la Paz -en sintonía con el pedido de Jesús antes de Pentecostés- nos recuerda la importancia de permanecer en oración personal y comunitaria a fin de recibir la luz, la sabiduría y la fuerza para ser testigos del amor sin límites, que procede del Espíritu del Señor y así cumplir en todo momento su voluntad.

María en este mensaje -y Jesús en el versículo ya citado- nos recuerdan el sentido pleno de nuestras vidas y misión en este mundo: Dar testimonio de que Dios está vivo y tiene el poder de ayudarnos a cambiar de mentalidad para hacernos felices.

Los discípulos, los apóstoles y las mujeres que seguían a Jesús no podrían llevar adelante la misión y hacer el trabajo que el Señor les había pedido realizar, a menos que fueran investidos del poder que procede desde lo alto; y ese poder vendría cuando el Espíritu Santo fuera derramado sobre ellos.

No nos engañemos, tampoco nosotros podremos vivir el evangelio solo con las propias fuerzas. Sin ser colmados de la “Ruah”, no podremos llevar adelante con eficacia, alegría, fraternalmente, de verdad y en plenitud la misión que Dios nos llama realizar a través de la Reina de la Paz.

Necesitamos generar espacios de intimidad con el Espíritu Santo, para desarrollar el discernimiento y crecer en la búsqueda de la verdad.

Búsqueda de la verdad: en primer lugar de nosotros mismos y de esas áreas grises, que nos cuesta reconocer, y que sin embargo necesitamos reconvertir urgentemente, mientras estemos a tiempo. Y esto solo será posible acrecentando una profunda intimidad con el Espíritu Santo, la cual debemos renovar diariamente.

La ausencia de la unción del Espíritu Santo en el alma del creyente es algo que no se puede ocultar, ni maquillar por mucho tiempo. Se tiene dicha unción o no se tiene.

De lejos se puede notar cuando un obispo, un sacerdote, una consagrada, o un bautizado laico tiene amistad con el Espíritu Santo, de cuando no la tiene.

Son demasiados los “católicos maniquíes” en los escaparates de las Iglesias de los diversos países del mundo. Se revisten exteriormente de aspectos religiosos: procesiones, congresos, retiros o peregrinaciones, pero no son imbuidos y movidos por el Espíritu Santo, sino por motivaciones personales, no siempre desprendidas de segundas intenciones.

La Reina de la Paz -al igual que Jesús- hace hincapié en la urgencia de la misión que Dios nos ha encomendado.  El quiere llegar a todos los hombres con su llamada al arrepentimiento y a una conversión mas profunda, especialmente de quienes nos sentimos parte activa de la vida eclesial.

La Iglesia en todo el mundo está recorriendo un camino sinodal, que es un nuevo llamado para aprender a caminar juntos bajo el impulso del Espíritu Santo.

Sinodalidad significa “hacer camino juntos”, o sea: “caminar juntos”.

Cuando Jesús envió a los discípulos, a las mujeres y a los doce al aposento alto, fue para generar un espacio de sinodalidad que atrajese al Espíritu Santo.

Cuando María nos pide orar e integrar comunidades orantes, también nos invita a provocar un nuevo impulso a la venida del Espíritu Santo, y a la sinodalidad eclesial de nuestras diócesis y comunidades.

Solo “permaneciendo” como María, los primeros discípulos y los doce apóstoles, podremos dar frutos dulces, abundantes y duraderos de sinodalidad.

En ocasiones hay personas que en alguna peregrinación a Medjugorje me han dicho: “si yo pudiese me quedaría aquí”. En esos momentos recuerdo las palabras del padre Slavko Barbaric, cuando decía “haz de tu familia y de tu comunidad un Medjugorje”.

Nosotros, como Iglesia, no nos podemos quedar indefinidamente en el aposento alto; tenemos que ir a todo el mundo, pero con motivaciones maduras, puras y recta intención.

Después de Pentecostés en el aposento alto, llegó el tiempo de la misión universal de la Iglesia. Habían pasado los días de congoja, y había que llevar la Nueva del gran gozo a todos los hombres.

Es el mismo gozo que nos pide comunicar la Reina de la Paz; pero debemos hacerlo de manera sinodal, aprendiendo a caminar juntos. Lo cual solo se puede lograr con el poder que procede del Espíritu de Dios, quien se vale de todo para corregirnos, educarnos y formarnos como discípulos y misioneros.

A muchos católicos no les gusta ser corregidos por otros hermanos o por sus pastores; más bien prefieren la lisonja y la adulación, por lo cual pasan los años y no hay crecimiento en ellos.  Entonces la corrección procede de los mismos acontecimientos de la vida permitidos por Dios.

Estamos viviendo un tiempo de gracia, por lo cual debemos purificar las intenciones para ser una gran comunidad orante en el cenáculo de la Iglesia, que como un gran árbol extiende sus ramas por diversas partes del mundo. Y si en algunos momentos el Señor poda el árbol, es para sacar las ramas secas y que de mayor cantidad de frutos todavía.

Jesús, antes de Pentecostés, y María a través de sus visitas, nos han asegurado que nunca más estaremos solos. El Espíritu nos habitará y dará impulso a nuestra misión. Ellos saben lo difícil que es para nosotros el ser fieles a lo que hemos experimentado, pues somos demasiado frágiles y débiles para vivir de acuerdo con un amor tan grande. Será poniendo nuestra confianza en el Espíritu Santo, que podremos caminar con Jesús hacia el Padre, con el deseo de plasmar en nuestra vida diaria las enseñanzas de Jesús y de los Mensajes de Nuestra Madre. Que así sea.

 

Padre Gustavo E. Jamut, omv

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