Medjugorje – Virgen de Medjugorje

Comentario del Mensaje del día 25 de Febrero de 2004

Al comienzo de este tiempo cuaresmal que hemos iniciado, nuestra Madre Celestial María nos invita y nos pide: “Abran sus corazones a mis mensajes”, a mis palabras, a mi corazón. La Virgen María como Madre no puede dejar de llamar, no puede dejar de amar a sus hijos. De nuestro interior debe nacer el deseo de encontrarse con Dios y con su amor. Está en nosotros la tarea de desear con mayor fuerza ese encuentro que sucederá si lo deseamos seriamente, porque Dios toma en serio nuestros deseos y oraciones. Sin ese deseo de nuestro corazón son en vano todos las súplicas y llamados maternales. Y la Madre no puede actuar de otra manera que no sea llamando, indicando y aconsejando lo que es mejor para sus hijos.

En uno de sus mensajes Ella nos dice: “Ustedes, queridos hijos, no pueden por sí mismos, por eso estoy aquí para ayudarlos” (Mensaje del 4.12.1986). Nosotros no podemos por nosotros mismos, por nosotros mismos no sabemos abrir el corazón, ni sabemos por qué él se ha cerrado. Ella abrió su corazón a Dios y se lo entregó, por eso Ella es quien mejor conoce los medios que nos pueden ayudar. Ella es quien puede enseñarnos mejor porque recorrió los caminos por los cuales nosotros aún estamos caminando. Viene a nosotros porque desea que nosotros también estemos en el lugar donde está Ella.

Jesús a través de María también hoy golpea a la puerta de nuestro corazón: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos.” (Apoc 3,20).

Es necesario escuchar la voz de Dios y orar junto con San Agustín que oró a fin de poder escuchar la llamada del Señor a la puerta de su corazón. Es necesario, especialmente en este tiempo cuaresmal de gracia, escuchar la voz de Dios que nos habla a través de sus palabras en la Sagrada Escritura, a través de otras personas, de diversos acontecimientos y de situaciones de nuestra vida, por medio de cosas pequeñas y simples que nos ocurren cotidianamente. Es importante abrir los ojos de nuestro corazón y del espíritu, pedir al Señor que El nos los abra. Por eso es necesario en este tiempo leer la Sagrada Escritura, asistir con mayor frecuencia a la Santa Misa, tomar alguna decisión concreta, cortar las ataduras que nos unen al mal, al odio, a la pereza, a la murmuración y a cualquier otro mal.

Dios a través de María nos llama y conduce al ayuno, a la renuncia, al amor fraternal, a la oración, a fin de romper en nosotros toda tendencia de apoyarnos en el poder del hombre, y para unirnos totalmente a Ella. Mientras en nosotros esté gobernando algún vicio, pecado, avidez, pereza, dependencia, indignidad, eso es un signo de que no somos libres sino estamos bajo el poder del pecado.

La penitencia significa siempre una suerte de renuncia. Y renunciar significa no adueñarse de lo que nos gusta, abandonar lo que nos provoca daño, no ofender a otros, no permitir que cada pequeño deseo de nuestro cuerpo deba ser realizado, no buscar toda comodidad. Renunciar significa llegar a ser libre. Los Padres de la Iglesia nos enseñan: “Haz lo contrario a tu naturaleza humana corrupta”, a fin de que Dios pueda cumplir en nosotros sus obras de paz, amor y libertad.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.2.2004

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