La bienaventurada Virgen María, Madre de cada hombre también hoy dirige sus palabras maternas a todo aquel que desea escucharla y obedecerla. Ella nos dice: “también hoy los llamo a la conversión”, como lo ha hecho todos los días durante más de veintiún años. En las palabras de la Virgen resuenan las palabras de San Juan Bautista: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,2). A través de María llegó también a nosotros el tiempo de gracia en que el Reino de los Cielos desea morar en el corazón del hombre. A través de María llegó también a nosotros el Salvador del mundo que desea nacer también este año en nuestro corazón. La conversión significa un cambio de camino, dirección, mentalidad y costumbres equivocadas. Es difícil y muy difícil cambiar, pero es posible. Exige una atención y una perseverancia constantes, una lucha continua, ascensos y caídas. Jesús nos habla acerca del camino estrecho y empinado que conduce a la vida. Nos quiere decir que en ese camino nos cansaremos, derramaremos sudor, pero bienaventurados sean los que perseveren hasta el final. La vida es una lucha, y un proverbio dice: “Aquel que no desee luchar es mejor que no viva”. El atribulado Job del Antiguo Testamento nos dice: “¿No es acaso lucha la vida del hombre sobre la tierra?”.
La Madre María pasó por ese mismo camino de lucha, renuncia y de morir a sí misma a fin de que Dios pudiera vivir en Ella. Su gloria en el cielo demuestra que estaba en el camino correcto. En su encuentro con Dios a través del ángel Gabriel, María no dijo: “Comprendí lo que me dijiste”, sino dijo: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,38). No podemos ni debemos comprender todo, pero es importante nuestra confianza en la Palabra de Dios, confianza en las palabras maternales que nos dirige también en este simple mensaje en el cual con el corazón tocamos el corazón materno que late para cada uno de nosotros.
La conversión es un trabajo de Dios, una obra de Dios realizada por El en el hombre si éste lo permite. No puedo convertirme por mí mismo y menos aún convertir a otro. Lo que puedo hacer es desear, buscar, anhelar con todas mis fuerzas y capacidades que Dios me ha dado y ha puesto a disposición. El problema no está en nuestro alejamiento de Dios sino el problema está en nuestra negligencia y ausencia de deseo de acercarse a Dios, de amarlo y así conocerlo. Dios se da a todos aquellos que lo buscan con el corazón.
La Virgen en este mensaje pone en nuestro corazón el sacramento de la Santa Confesión por medio del cual debemos abrir nuestros corazones y preparar nuestras almas para que Jesús pueda nacer. También hoy Jesús pide y desea nacer. También hoy El está sediento y deseoso de nuestro tiempo, de nuestra oración y ante todo de nuestro corazón que lo hospedará. Cuando Jesús entra en la vida del hombre, entonces ya no es la misma vida sino es una vida transfigurada y vuelta a nacer. Es una vida llena de la paz y de la alegría que este mundo no puede dar.
Ante nosotros está el tiempo del Adviento, de la espera de la venida y el nacimiento del Salvador del mundo y del hombre. Permitamos a Jesús que entre en nuestras casas y familias. Que las puertas de nuestras casas y de nuestras vidas estén abiertas a la Navidad y durante los días que la preceden. Estemos en nuestras casas, en nosotros mismos a fin de que podamos encontrarlo y llevarlo a los demás como lo hace María.
¡Gracias María, porque estás cerca de nosotros y no cesas de interceder y orar con nosotros y por nosotros!
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje 26.11.2002