María, la Reina de la Paz, como Madre nos agradece por las renuncias cuaresmales. La Madre María nos agradece porque nos ama. Sólo un corazón lleno de amor es un corazón agradecido. Nosotros deberíamos agradecerle porque nos anima, nos llama, nos ama e intercede por nosotros ante Su Hijo Jesús. Ella nos invita y manifiesta su deseo de que continuemos la renuncia y de que vivamos el ayuno. Nos habla y nos invita al ayuno y la renuncia para nosotros y por nosotros, para nuestra felicidad y alegría.
“Con el ayuno y la renuncia, serán más fuertes en la fe.” – nos dice la Madre Celestial. El ayuno y la renuncia son condiciones necesarias para obtener la gracia de Dios. Nuestra renuncia es como un recipiente en el cual Dios vierte su gracia. La Beata Madre Teresa dice: “Es necesario vaciarse a fin de que Dios nos pueda llenar.” El ayuno y la renuncia son nuestra parte del trabajo en la fe. Dios nos creó sin nosotros, pero no nos salvará sin nosotros – dice San Agustín. En la Cuaresma deberíamos renunciar y hacer penitencia como si la salvación dependiera únicamente de nosotros, y al mismo tiempo, orar de tal forma como si nuestra salvación y todo dependieran únicamente de Dios. Orar y no renunciar es como quedarse a mitad de camino. Es como remar en una embarcación que está amarrada a la orilla. No nos vamos a mover nunca hasta que liberemos la embarcación. Nosotros no podemos sacar el pecado de nuestro cuerpo y del mundo en que vivimos. Pero podemos morir al pecado, y de esa forma, él ya no tendrá más poder sobre nosotros. Renunciar significa morir al pecado.
Cuando la Virgen nos habla acerca de la renuncia, no piensa únicamente en la penitencia y las renuncias corporales, sino también en la penitencia y las renuncias espirituales. La renuncia y el ayuno corporal por sí mismos no son suficientes y nos pueden conducir a la soberbia, al fariseísmo o al formalismo. Nos puede llevar a probar nuestras fuerzas y no a someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Por eso la Virgen nos dice en uno de sus mensajes. “Queridos hijos, el ayuno se ha convertido en una costumbre que nadie desea interrumpir. Ayunen con el corazón”. El ayuno y el amor son inseparables. No se puede ayunar sin amor, ni se puede amar sin ayunar, comprendiendo esto en el sentido más amplio. La oración es también nuestra respuesta al amor de Dios. Por eso, el ayuno no puede ser separado de la oración. El ayuno sin oración es una dieta más para adelgazar. El ayuno sin oración es en realidad un darse vuelta alrededor de sí mismo. El ayuno mueve todas nuestras fuerzas espirituales y del corazón; todo nuestro interior hacia Dios.
Nuestra Cuaresma no debería concluir con la Pascua. Decidirse por el ayuno y vivirlo, significa luchar por la libertad. No tiene sentido renunciar a nuestros vicios únicamente en el tiempo de la Cuaresma , y continuar con ellos después de la Cuaresma. En este caso, la renuncia se convierte en un auto-engaño. El hombre se puede encontrar en una situación de soberbia y de vanidad, diciéndose a si mismo, “Yo soy fuerte, yo puedo hacerlo.” Entonces, la Cuaresma se convierte en una pausa de esa dependencia, y el resultado es que en el hombre nada ha cambiado. El ayuno y la renuncia no son una demostración de la propia fuerza sino un sometimiento de la propia voluntad a la voluntad de Dios. La mejor renuncia y más fecunda, es renunciar a sí mismo. Como Jesús nos dice: “Cualquiera que quisiere venir en pos de mí, niéguese á sí mismo, y tome su cruz, y sígame.” (Mc 8,34)
La Virgen María viene a visitarnos. No viene aquí a privarnos de las alegrías de la vida, sino que desea que seamos felices, normales y libres en Dios. Agradezcamos a María de corazón porque no se ha cansado de estar con nosotros. Y que nosotros tampoco nos cansemos de responder cada día al llamado de la Madre Celestial María.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.03.2007