Medjugorje – Virgen de Medjugorje

Comentario del Mensaje del 25 de Enero de 2003

La Bienaventurada Virgen María llama de nuevo a sus hijos, a todos aquellos que quieran escuchar y responder a su voz maternal, a la voz de la paz. El llamado es dirigido en el amor y la libertad de la aceptación. En la voz maternal de la Virgen no hay intimidación, amenaza, pesimismo, miedo ni pánico. El sonido de sus palabras proviene de un corazón lleno de la paz de Dios. Ella percibe bien el estado del mundo pero no se entrega a la desesperación. Ve bien también la crisis del mundo, del hombre, de la familia, de los jóvenes y de los ancianos. Sin embargo, Ella también ve muy bien las posibilidades de este mismo hombre de llegar a la paz y de testimoniar la paz que nos da y a la cual nos llama. La Madre María quisiera conducirnos a la experiencia del corazón en paz al cual se llega en la entrega a Dios sin resistencia ni tensión. El salmista nos habla de eso: “Señor, mi corazón no se ha ensoberbecido, ni mis ojos se han vuelto altaneros. No he pretendido grandes cosas ni he tenido aspiraciones desmedidas. No, he sosegado y acallado mi alma, como un niño destetado al lado de su madre. Como un niño destetado está mi alma dentro de mí. Espere Israel en el Señor, desde ahora y para siempre.” (Sal. 131).

Es necesario desarrollarnos y ejercitarnos en la confianza en Dios Todopoderoso que quiere darnos esa experiencia. Tal experiencia de confianza y tranquilidad es un tesoro del cual se vive y que se da a los demás. Pienso que todos hemos tenido la experiencia de un encuentro con una persona agresiva pero también con alguien que tiene un corazón tranquilo. Huimos de los agresivos, nos apartamos de ellos porque representan una amenaza para nuestra paz y generan inquietud. Sin embargo, el encuentro con una persona de corazón tranquilo, una persona que no insulta, no calumnia, no ataca, no odia, nos ennoblece. Sentimos que en ese encuentro nosotros también recibimos paz de esa persona. La causa más frecuente de intranquilidad y de tensión es la desconfianza que surge del sentimiento de amenaza. Como dice Ladislaus Boros: “El verdadero cristiano se reconoce por la fuerza de la benignidad, por el carácter santo y la fuerza de la entrega. Cuando los testigos viven una situación de dolor extremo pero continúan perseverando y no se rebelan contra alguien, ni permiten que el propio padecimiento degenere en odio y deseo de venganza o vanidad, entra en el mundo una fuerza nueva. Es una gran suerte encontrar a una persona bondadosa. Ella puede dejar una huella para toda la vida.”

Estos son los frutos de la fe, de la confianza y del Espíritu Santo que obra en nosotros. La fe dona a nuestra existencia relajación y paz. Creer en alguien significa tener la posibilidad de conocer a esa persona. Si no creo en nadie, no puedo conocerlo porque estoy cerrado hacia él. Lo mismo sucede en la relación con Dios. Si no creo en lo que Jesús me dice en el Evangelio, no podré jamás experimentar lo que El me promete en Su Palabra.

Las palabras de la Virgen en los mensajes, como el Evangelio, pueden parecer lejanas, ideales e imposibles de realizar en la vida. Este mensaje de la Virgen me recuerda las palabras de Jesús: “Sean perfectos, como es perfecto vuestro Padre que está en los cielos.” A primera vista parecería un requerimiento imposible. El Evangelio en realidad pide al hombre lo imposible para las fuerzas humanas. Esta imposibilidad pedida en el Evangelio, debería conducirnos a no apoyarnos en nosotros mismos, sino en Dios. Solamente así obtendremos la paz. Si procuramos realizar estas exigencias con nuestras fuerzas, seremos derrotados y nos sentiremos frustrados. Las mujeres en Africa tienen la costumbre de llevar un peso sobre la cabeza y si logran mantener el equilibrio, pueden recorrer muchos kilómetros. Si no lo logran, podrán caminar algunos metros solamente con el riesgo de lastimar la espalda. Es necesario comprender correctamente el Evangelio cuando San Juan dice: “El amor de Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga.” (1 Jn 5,3). Apoyémonos en Dios. Que El se convierta en algo más importante que nosotros mismos. Permitámos que El tome la iniciativa en nuestra vida, porque es más importante lo que El hace en nosotros de lo que nosotros hacemos. Permitámos que su amor nos toque a fin de que su paz pueda entrar en nuestras vidas, palabras, encuentros y acciones.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje 26.1.2003

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