Medjugorje – Virgen de Medjugorje

Reflexión por P. Gustavo Jamut

¡Queridos hermanos reciban hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María!

Una vez más, la Reina de la Paz nos invita a unirnos en la oración de intercesión por sus intenciones.

Todos nosotros tenemos diversas intenciones, algunas coinciden y otras no; algunas son más importantes que otras. Pero al orar por las intenciones de la Virgen -aun cuando no sepamos con exactitud cuáles son- podemos estar seguros que ese tiempo estará muy bien aprovechado, pues cada uno de nosotros -desde su país, desde su parroquia o casa-, estará aportando al río caudaloso de la intercesión, las aguas del propio arroyo, que incrementará el poder de Dios para liberar la tierra de todo mal y bendecir las diversas necesidades de los hijos de Dios y de María.

A la vez, María nos enseña que el rezo del Santo Rosario no es algo aparte de nuestra vida, sino que debemos integrar nuestra vida a los misterios del Rosario, pues cada uno de nosotros atraviesa a nivel personal, familiar, eclesial y social, por momentos gozosos y dolorosos, por momentos luminosos o de oscuridad, pero con la seguridad de que -si somos fieles a Dios- a todos nosotros nos aguarda la gloria de la resurrección.

La vida de cada uno de nosotros no deja de ser un misterio que debemos poner diariamente en las manos de Dios; nosotros mismos somos un misterio y no siempre entendemos nuestro mundo interior, y nuestras reacciones. Por eso es esencial poner el misterio de la propia historia en la mano extendida de la Reina de la Paz y en el corazón misericordioso de Dios, para que bajo la luz del Espíritu Santo, podamos entender cada día un poco más este misterio, y que pueda ser transformado por la Divina gracia.

Es muy significativo que la Gospa menciona a Pedro. Posiblemente esto sea por el camino que él fue recorriendo desde la incredulidad hacia la fe.

Aún cuando amemos a Dios y estemos comprometidos con la evangelización, necesitamos tener un corazón humilde y reconocer que en nosotros aún hay áreas de dureza, oscuridad e incredulidad.

Cuando un católico no vive en la verdad, entonces falta la fe, y ahí no puede estar Dios.

Cuando un católico cierra puertas y es incapaz de dialogar sinceramente, ahí no puede estar presente Dios.

Cuando un católico privilegia los principios propios y el bien individual, a las enseñanzas del Evangelio y a lo que pide la Reina de la paz, ahí no puede estar Dios.

Por lo tanto, no sólo necesitamos participar de grupos de oración o peregrinar a Medjugorje, es necesario peregrinar al interior del propio corazón para salir de la oscuridad, de los ocultamientos y las medias verdades -que terminan siendo las grandes mentiras- y empezar a caminar y a vivir como la Virgen nos pide.

En ocasiones, me he encontrado con grupos de buenas mujeres, que son amigas entre ellas por muchos años, que peregrinan todos los años, que tienen amigos sacerdotes, pero que se han instalado en una espiritualidad cómoda.

En ocasiones, algunas siguen como manso cordero a una líder humana, en lugar de escuchar lo que Dios tiene que decirle a nivel personal y ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo.

En ocasiones, falta la generosidad de romper el ídolo de la propia religiosidad limitada, para entrar en el río de lo que nos está pidiendo la Virgen, y animarse a vivir la vida cristiana con mayor entrega, sacrificio y generosidad. Ese es un paso de conversión esencial si se quiere vivir la santidad.

Ese fue el paso que dio Pedro, cuando reconoció que a pesar de estar con Jesús por tres años -mañana tarde y noche-, necesitaba convertirse a un nivel más profundo y nacer de nuevo. Recién cuando se tiene la experiencia auténtica del Espíritu Santo, y se renueva a diario, entonces se comienza a construir la vida espiritual sobre roca y se deja de construir sobre arena.

A partir de allí el católico verdadero verá la conversión, transformación y sanación de esposos/as hijos y nietos, sin siquiera tener la necesidad de orar por eso, pues se le dará a María la autoridad espiritual necesaria para que se ocupe de todas las necesidades de la propia familia.

Por lo tanto, no leamos solamente los mensajes, ¡vivámoslos! Busquemos la verdad de Dios y no nos conformemos con las medias verdades propias, pues antes o después todo sale a la luz. No desaprovechemos las oportunidades que Dios y su Madre nos brindan, pues grandes bendiciones aguardan a quien está abierto, y ora con corazón pidiendo el don de la verdadera fe.

Que te bendiga Dios Padre, Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo. Amén.

Padre Gustavo E. Jamut, omv

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